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Foto del escritorLeón Valencia

Establecidos y recién llegados



Para mí también fue triste, fue conmovedor, recibir la noticia de que los ingleses habían votado a favor de la separación de la Unión Europea. No fue la primera impresión con los titulares de los periódicos. Hasta ahí el acontecimiento me parecía indescifrable y lejano. Pero después vi a una mujer llorando por el hecho en algún canal de televisión y sentí su desolación y empecé a pensar en los motivos de la decisión.

No hay un gran secreto en este evento. La mayoría de los ingleses no quieren compartir su casa. Claro, se privan también de que sus vecinos europeos compartan su hogar con ellos y eso decían las lágrimas de la mujer que alcancé a ver en medio de una muchedumbre que en los días que siguieron a las elecciones salió a las calles a protestar por los resultados.

Es otra cresta de la ola contra las migraciones que crece y crece en un mundo otra vez desconcertado por los ataques terroristas; por la pérdida inexorable de puestos de trabajo; por el flujo inmenso de personas que saltan las fronteras buscando alivio a los dolores de la guerra o la punzada infame del hambre; por la ansiedad humana, aún latente, aún tímida, de abrazar otras razas, de acariciar las diferencias.

El problema apareció ante mis ojos hace muchos años en un ensayo de Norbert Elias que en algunas traducciones figuraba con el mismo título de esta columna. Allí el sociólogo alemán habla de una comunidad suburbana en la que residían personas con un viejo arraigo y personas que recién llegaban. El estudio explora las actitudes de unos y otros, ve la superioridad manifiesta de los primeros, la condición inferior, villana, que le atribuyen a los nuevos, la marginalidad a que los someten.

Describe desde un pequeño mundo la polaridad que se gesta en la convivencia entre diferentes, muestra en un lenguaje de maravilla cómo los establecidos se van atribuyendo un cúmulo de virtudes morales, raciales, culturales, al tiempo que van despojando poco a poco a los otros de la condición humana, de la igualdad que la vida, la larga vida, que ha venido con la evolución milenaria, les ha concedido.

Logra Elias prefigurar en un microcosmos los agudos conflictos que en la modernidad se han tejido en el encuentro entre negros y blancos; católicos, protestantes, musulmanes y judíos; gentes adineradas y de apellidos y pobres sin historia y abolengos; países desarrollados y ricos frente a pueblos en una afanosa búsqueda de su identidad y sus recursos; en fin, la larga y enorme disputa entre distintos que agobia al universo.

Después, muchos años después, empecé a leer a Zygmunt Bauman y con ese humanista entrañable, con ese viejo sabio que ha vivido todos los dolores, las rupturas, las tragedias innombrables de la Europa del siglo XX, encontré una luz de esperanza en lo que él llama ‘la hospitalidad’, el obligado destino hospitalario de su continente.

Decía que: “Europa parecía saber qué era lo que quería y se preparaba para vencer al Goliat de la inevitabilidad con la honda davidiana de la voluntad. Solo ella se ponía a resolver los problemas tratados por el resto del planeta como irresolubles, por ejemplo, la convivencia cotidiana con la otredad, sin demandar al otro que renuncie a ella”.

Señalaba que Europa, un conglomerado de países pegados por su geografía, todos a distancias cortas, pero signados por una enorme diversidad histórica, religiosa y cultural, podía lograr el ideal de ‘la hospitalidad’, saltar de la unidad de las naciones a la libre circulación y convivencia de los seres humanos y tenía la obligación de transmitir este propósito al mundo entero.

No pasa por un buen momento este ideal. No es solo la sorprendente votación adversa a la unidad europea que hicieron los ingleses. Son las inmensas y dolorosas barreras que están levantando en todo el continente contra los árabes. Es el alevoso discurso de un candidato a la Presidencia de los Estados Unidos que ha logrado calar hondo con su desafío a los negros, a los latinos, a los migrantes, a las minorías sexuales, a las mujeres.

Y en esta larga semana, mientras pensaba en el mal momento de Europa, participaba en discusiones del país que tienen todo que ver con esto de acoger a los diferentes, de darles cobijo en la democracia, con la urgencia de empezar a incluir regiones y personas en la vida institucional y en las economías legales de nuestra nación. Abrir las puertas para terminar la guerra. Poner en marcha un nuevo país, un país hospitalario. Quedé con un sabor amargo en la boca.

No pocos dirigentes políticos y generadores de opinión, incluso amigos con los que he compartido ideas y luchas, y que han sufrido marginalidad y discriminación, se pusieron en la actitud de ‘establecidos’ que describe Norbert Elias en su famoso ensayo. Argumentos de superioridad, argumentos morales, contra el que quiere llegar.

Columna de opinión publicada en Revista Semana


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