Daniela Garzón, investigadora de la línea de Democracia y Gobernabilidad.
El domingo 21 de noviembre se disputaron las elecciones presidenciales en Chile, en medio de un panorama político complejo por el juicio político que enfrentó el actual presidente, Sebastián Piñera, por su inclusión dentro de los Pandora Papers y del que salió bien librado. Además, estas elecciones llegan después del estallido social de 2019 que derivó en la Constituyente que cambiará la carta magna de Chile, que es uno de los principales legados de la dictadura de Augusto Pinochet. En los comicios participaron un poco más del 47% de chilenos y hubo alrededor de 7.027.068 votos válidos.
El candidato de derecha, José Antonio Kast, con el 28,1% y el diputado de izquierda Gabriel Boric, con el 25,5% fueron los dos que pasaron a la segunda vuelta que se disputará el 19 de diciembre, dejando por fuera por primera vez desde el proceso de redemocratización chileno a los candidatos de centro.
La gran sorpresa del domingo fue el candidato Franco Parisi, quien haciendo campaña por fuera del país, a través de redes sociales, se quedó con el tercer lugar, desplazando a Sebastián Sichel, representante del oficialismo que había ganado las elecciones primarias de julio, y a la candidata Yasna Provoste de la democracia cristiana de centroizquierda.
Los extremos
Kast es abogado, tiene 55 años y ha mostrado simpatía con la dictadura de Pinochet. “Díganme ustedes si las dictaduras como las conocen entregan el poder a la democracia y hacen una transición que se respeta”, señaló en una entrevista para El País de España. También señaló que Chile tiene “un desarrollo que permite que haya pasado a ser uno de los países más destacados de Latinoamérica”.
Por su parte, Gabriel Boric, con apenas 35 años, lidera la generación de izquierda que ha ido extinguiendo a la Concentración de centroizquierda que gobernó a Chile desde los 90 hasta 2010 y junto con Camila Vallejo, la recordada líder estudiantil de las protestas de 2012 que llegó a la Cámara de Diputados en 2014.
Se le considera cercano a Podemos, el partido de izquierda español, y aunque se le ve como un político dialogante, entra a la segunda vuelta con el apoyo del Partido Comunista, que no solo mantiene su adhesión a la doctrina marxista-leninista, sino que apoya el régimen de Daniel Ortega en Nicaragua. Según France24, se enfrentarán dos modelos en diciembre: la defensa del libre mercado vs. la construcción de un Estado benefactor.
¿Y las encuestas?
Esta vez las encuestas presidenciales acertaron, en medio de un panorama donde la incertidumbre y la indecisión pesó y seguirá pesando en la segunda vuelta. Al menos cinco de las seis encuestas principales sugerían que pasarían a segunda vuelta Kast y Boric, en una contienda con siete competidores y en la que ninguno obtuvo más del 30% de los votos. Según los sondeos, desde agosto de 2021 los candidatos que arrancaron más opcionados fueron Boric y Sebastián Sichel, quien fue uno de los grandes perdedores de la jornada alcanzando solo el 12,8% de los votos.
Por otro lado, uno de los que más creció en medio de la campaña electoral fue precisamente Kast, pues arrancó en los sondeos con entre el 10 y el 15% de intención de voto y alcanzó a puntear casi el 38%, en la encuesta realizada por Studio Publico entre el 26 y el 31 de octubre de 2021. La última encuesta, Plaza Pública, hecha por Cadem y llevada a cabo entre el martes 16 y el viernes 19 de noviembre mostró un empate entre los dos candidatos que pasaron a segunda vuelta, cada uno con el 27% de la intención de voto.
Esa misma encuesta, preguntando sobre el eventual escenario de segunda vuelta, mostró que Gabriel Boric tendría un 37% de intención de voto frente a un 33% de José Antonio Kast. La contienda estará reñida y los perdedores apenas están definiendo a cuál de los candidatos van a apoyar. Sichel ya dijo que no quiere que gane Boric y por eso está dispuesto a conversar con Kast, mientras que Provoste condicionó su apoyo a Boric a la existencia de “un discurso convocante”, aunque manifestó que no serían neutrales y que no permitirían “el avance del fascismo que representa José Antonio Kast”.
La indignación no es suficiente para ganar elecciones
Ahora bien, la pregunta es ¿por qué gana en primera vuelta un candidato que califican como de extrema derecha después del estallido social que llevó a una aprobación abrumadora de la redacción de una nueva constitución en octubre de 2020; y que en la Constituyente las fuerzas de izquierda fueran mayoría? La respuesta es simple y la podríamos asociar a la tercera ley de Newton, aplicada a la política: a toda acción corresponde una reacción con igual fuerza y en sentido contrario.
En las elecciones de mayo de este año en las que se eligieron a los constituyentes, con una participación del 43% de los votantes, las listas de ciudadanos independientes y la oposición de centroizquierda e izquierda se llevaron un poco más de dos tercios de los 155 escaños de la Convención que escribirá la nueva constitución chilena. La lista oficialista, respaldada por Piñera, obtuvo 37 escaños, menos de un tercio del total. En ese momento, los resultados fueron considerados como un castigo para el gobierno y para los partidos políticos, especialmente por la fuerza electoral que tuvieron las listas independientes.
Como era de esperarse, la inestabilidad en el sistema político chileno, producto de las protestas y el descontento ciudadano que llevó al proceso constituyente, causa que una parte del electorado se vea amenazado y, por ende, quiera recuperar el orden perdido por la indignación. Esa es la principal promesa de Kast, como en otros escenarios de derecha populista: la remembranza por un pasado estable y en paz, en la que pesa particularmente el éxito económico, pues Chile fue sin duda por muchos años el fenómeno económico latinoamericano para mostrar.
Según Noam Titelman, al menos tres elementos le sirvieron a Kast para crecer fuera del pequeño nicho pinochetista, y para consolidarse como un candidato con posibilidades serias de ser presidente.
1. La oposición a un nuevo texto constitucional, que le permitió sobrepasar el 8% de votos que obtuvo en las presidenciales de 2017. En esa oposición logró unir a aquellos que no reivindican al Chile anterior al plebiscito de 1988, sino a los que extrañan al Chile existente antes del estallido de 2019, un Chile desarrollado bajo la constitución que dejó Pinochet. Es un electorado con posiciones conservadoras, antiinmigrantes y con cierta nostalgia autoritaria.
2. Una suerte de arrepentimiento por parte de los votantes de derecha que participaron en el proceso constituyente. Estos votantes se sienten poco incluidos en el mismo, temen una sucesión de protestas sin fin y ven con recelo los cambios que han sucedido después de las multitudinarias marchas, pues no se identifican con las principales banderas: las ecologistas, feministas e indigenistas, que se llevaron la mayoría de los escaños en la constituyente. Ese tipo de reivindicaciones amenaza el statu quo de muchos que no solo se han visto beneficiados por la apertura económica característica de Chile, sino que tienen posiciones privilegiadas dentro de la sociedad configurada por ella.
3. De acuerdo con Titelman, está la indignación por la inmigración que afecta especialmente el norte del país, la tensión alrededor de los mapuches y la ola de violencia callejera. Esta última vino con la conmemoración de los dos años del estallido del 18 de octubre de 2019.
La estructura de oportunidad definitiva para Kast vino por la “tibieza” del candidato del establecimiento, Sebastián Sichel, que siempre quiso mostrarse como “de centro” e hizo evidente la incapacidad de las instituciones para dar respuesta a estas demandas de los votantes de derecha. Que hayan quedado por fuera justamente los candidatos de centro es un correlato de que más que de izquierdas o de derechas, el electorado chileno esté virando hacia una posición mayoritariamente opositora a las formas tradicionales de hacer política y antiélites. Según la última encuesta del Latinobarómetro, el 86% de los chilenos consideran que “se gobierna para un grupo de poderosos” y no para la mayoría.
Chile: un espejismo o un vaticinio para Colombia
Esa misma posición de hartazgo con los partidos políticos se nota en Colombia, en medio del proceso electoral que aquí se vivirá en marzo y mayo del 2022. El estallido social colombiano, que se inició también a finales de 2019 y alcanzó otro momento cumbre en el paro de abril de este año que se prolongó por más de dos meses, tiene muchos de los elementos de lo sucedido en Chile.
Aunque en Chile las manifestaciones fueron contra el sistema pensional y de salud ya vigentes y el modelo privatizador que lleva décadas, en Colombia el temor a que una reforma pensional aumentara la edad de jubilación, el margen de maniobra de los fondos privados y que se pasara una reforma laboral que flexibilizara más las condiciones de los trabajadores, encendió la llama desde 2019.
La crisis económica que se agravó con la pandemia, más la indignación por el abuso policial (que también ha sido una fuente movilizadora en Chile), y la presentación de una inconveniente reforma tributaria en abril de 2021 volvieron a sacar a las personas a las calles aún cuando se vivía uno de los peores picos de contagio de COVID-19.
Por otro lado, en Chile existe un conflicto étnico que en Colombia no y aunque en ambos países la inmigración venezolana ha sido problemática, la derecha gobernante colombiana se ha abstenido de tener posiciones antiinmigrantes, aunque en ambos países se reivindique el miedo a ser “otra Venezuela” como una bandera de campaña.
Ambos escenarios electorales, a su vez, tienen un alto nivel de incertidumbre de por medio, con una cantidad inédita de candidatos del lado colombiano, y reportan similitudes y diferencias. La primera diferencia es que en Colombia el poder nunca ha sido sostenido por una coalición de centroizquierda, de hecho, la izquierda ha sido minoritaria y apenas empieza a reportar buenos resultados electorales en un sistema que fue dominado por un bipartidismo de derecha hasta 2002.
La segunda, es que hoy el poder no lo tiene la centroderecha sino el uribismo, una fuerza que puede considerarse de extrema derecha y cuya principal bandera fue acabar a como fuera lugar con la guerrilla de las Farc y que hoy se ve electoralmente desdibujada. Chile no tiene ese pasado de conflicto armado que ha reportado la anomalía colombiana en América Latina y la extrema derecha no es gobierno desde que llegó a su fin la dictadura de Pinochet.
En el mismo sentido, mientras que es una sorpresa que en Chile no hayan llegado las opciones de centro que han sido usualmente exitosas en las presidenciales a la segunda vuelta, en Colombia el centro es hoy la principal fuerza electoral en disputa, y es casi seguro que Gustavo Petro, como candidato de la izquierda, tiene un lugar asegurado en la segunda vuelta justamente porque recoge buena parte de la indignación de las protestas.
Pero recoger la indignación de las protestas no es suficiente, y menos cuando no se tiene una sola bandera de aglutinación clara. Mientras que en Chile el objetivo de las fuerzas progresistas era lograr el cambio de constitución, en Colombia la agenda luce aún muy desdibujada: puede ser la desigualdad, la pobreza, la corrupción, males que en todo caso no existen desde ahora y cuya indignación no ha sido capaz de llevar a ningún presidente de izquierda a la Casa de Nariño.
Además, la indignación que deriva en un estallido social acaba produciendo siempre una contrarreforma incluso antes de la reforma, es lo que significa José Antonio Kast y en eso Colombia tiene una amplia experiencia, pues su orden conservador se ha mantenido sólido en toda la era republicana aún con altísimos niveles de represión y de violencia de por medio.
Por eso hay que recordar una máxima electoral: en realidad no gana una elección presidencial la mayoría, sino la minoría mejor consolidada. Ya están sobre la mesa las dos minorías consolidadas hoy en Chile, en medio de un proceso constituyente que, aunque lucía prometedor, puede encontrar su freno de mano en la elección de José Antonio Kast. Para el caso colombiano, eunque el acuerdo de paz firmado con las Farc no tuvo el apoyo popular que tuvo la constituyente chilena, el freno llegó recién comenzó su puesta en marcha con la elección de otro presidente uribista en 2018.
Sin embargo, hoy esa minoría mejor consolidada en los últimos veinte años, el uribismo, agotó su capital electoral con el impopular gobierno de Iván Duque. Hay espacio para dos nuevas minorías, una es la de Gustavo Petro que mostró su fuerza electoral en 2018 y que tiene su techo en el miedo a medidas que alteren la afamada estabilidad macroeconómica colombiana; la otra puede provenir del codiciado centro, o de una reacción de los partidos políticos que pelearán con lo que tengan para no ceder el poder político y burocrático que desde el 2002 comparten con el uribismo.
La principal oportunidad de la izquierda en la historia colombiana para quedarse con el poder será el proceso electoral de 2022, pero las fuerzas conservadoras estarán prestas a atajarla, justo como en Chile.
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