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El uribismo en el target

Por: Guillermo Linero Montes. Columnista Pares.


Ante el anuncio de un “pacto histórico” promovido por la izquierda y la élite de centro izquierda, me pregunta un lector por qué el target de tal pacto es el uribismo; y entiendo que se refiere a cuáles son los pecados que hacen objetivo a ese movimiento de semejante rechazo.


En respuesta, me salta a la memoria el pacto político denominado Frente Nacional, con el cual no se buscaba cerrarle la opción a una dictadura militar –como lo aseveraron sus firmantes Alberto Lleras Camargo del partido liberal y Laureano Gómez del partido conservador- sino cerrarle el paso a las tendencias políticas de participación popular, a la izquierda y al denominado centro izquierda.


Con el llamado Pacto Histórico, anunciado la semana pasada por los principales partidos o fuerzas de izquierda, como entre otros, los sectores alternativos, los progresistas, los socialdemócratas y los liberales, se pretende devolverle el poder a la gente; pero, paradójicamente, para lograrlo hay que vencer especialmente al uribismo. Y ¿cuáles son los reparos al uribismo, como para que todos, en una maniobra de “urgente necesidad” nos demos prisa en derrotarlo? Sin duda alguna su traza de partido adscrito –yo diría que naturalmente- al fascismo, con el cual coincide en principios y características.


Los uribistas, como los fascistas, profesan un nacionalismo en estado de alerta; soportado en el “amor a la patria”, pero regida por militares o de estilo militarista (“dolor de patria” es una frase eslogan de su líder único). En tal panorama, el presidente o quien mande a este, es el padre de la gran familia del estado. Por ello, a los uribistas, cuando se trata de distribuir los cargos públicos les calza el nepotismo y el amiguismo. El uribismo, igual al fascismo, se opone al capitalismo, pues detestan a los ricos sueltos –aquellos que no hacen parte de la corporación- y aunque defienden la clase trabajadora, porque la necesitan, se oponen a las ideas comunistas y/o de izquierda, como la lucha de clases y las reivindicaciones proletarias.


En efecto, así como el fascismo profesaba el racismo, el uribismo promueve el odio a izquierdistas y comunistas (castrochavistas les llaman ellos) e incentiva las diferencias de clase haciendo énfasis en “la gente de bien” y en “los vagos”; aunque los primeros –“la gente de bien uribista”- no dé la talla cognitivamente, y los segundos, “los vagos mamertos” la den incluso estando sometidos a un sistema que con mil excusas les descuenta el estudio (prueba de esto, son los estudiantes que obtuvieron puntaje perfecto en las pruebas Saber 11).


El uribismo, como el fascismo, le rinde culto a la personalidad de su líder, cuya característica esencial es la repugnancia a la pluralidad de ideas. Por eso sus militantes más fanáticos, como Andrés Felipe Arias, Iván Zuloaga y casi toda la bancada del Centro democrático, imitan la articulación vocal y la entonación del expresidente Uribe, y por eso mismo conminan a los medios de comunicación a multiplicar sus demostraciones de rendimiento al poderoso. El uribismo, semejante al fascismo, persigue con bota autoritaria a quienes no guardan la línea predeterminada por quien detenta el poder. De ahí la sensación de que todos sus militantes y simpatizantes se mueven como borregos. Para no ser expulsados, han de seguir la línea.


El uribismo, parejo a las prácticas fascistas, arregla todo problema aplicando la represión, haciendo uso de la violencia, propiciando el miedo a la autoridad y el culto al policía o al soldado violentos: por eso, ante las manifestaciones en Bogotá, el 12 de febrero de 2020, no vacilaron en “soltar los caballos” y dieron muerte a 13 manifestantes; y ante la crisis social del Chocó, por ejemplo, a Duque se le ocurrió multiplicar el pie de fuerza policial desconociendo la espeluznante pobreza de sus habitantes como la principal y quizás la única causa de tales problemas.


Calcando al fascismo, el uribismo procuró y logró el control de los medios de comunicación y promueve una escolaridad mediocre, y una vocación religiosa soportada más sobre su manipulación política de los curas, que por amor o temor a Dios. El uribismo, tal como las organizaciones fascistas lo hacen, defiende sus valores e impide con violencia la promoción de otros. Es tanta la necesidad propagandista de los gobiernos fascistas, que invierten en campañas de publicidad, que les sean eficaces no importando el alto costo de estas y hasta se procuran programas de televisión (ejemplo de esto es el millonario costo pagado por el gobierno para mejorar la imagen digital de Duque).


El uribismo, parejo a los modos del fascismo, para no enfrentarlos en franca lid, prefiere buscar la forma de hacer ilegal a sus contrincantes políticos, como lo consiguieron al negarle la personería jurídica al movimiento de izquierda más populoso de la historia, la Colombia Humana.


Como el fascismo, el uribismo y su gobierno guardan fidelidad al principio nazi del totalitarismo: “El Estado domina todas las áreas de la vida pública y privada, ejerciendo férreos controles en todos los ámbitos. Así, el Estado interviene en todo y unifica todos los poderes bajo el control de un solo sector político y su ideología. Desde esa posición de poder, el Estado dicta y arbitra las leyes, dirige al poder militar, regula la economía, controla la educación y los medios de comunicación, opina y norma sobre la vida privada, la sexualidad, las creencias religiosas, la familia, etc.”.


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