Por: Guillermo Segovia Mora
Abogado y politólogo
Hay momentos en que un personaje se convierte en el parteaguas de la historia. Por más que quieran rebajarlo, no hay comparación en el espectro político, por lo menos de medio siglo para acá, de alguien que como Gustavo Petro haya enfrentado de manera tan osada al sistema. Primero, desde afuera y, luego, desde adentro, sobreviviendo y hoy a punto gobernar y confrontar, en buena parte y de manera consensuada, algunos de los mayores problemas del país.
Petro se bate con fiereza en el escenario del discurso y de las ideas, lo que sería imposible si a la vez no fuera un tenaz y aguerrido comunicador. Tiene la virtud de convertir un convencimiento personal en sentimiento y aspiración colectiva. A fuerza de diálogo, plaza y medios —algunos ariscos, los menos, encantados—, en años de tenaz campaña política, argumentó y convenció al país de la necesidad de varios cambios, desde una propuesta progresista.
Legitimó demandas sociales, generó hitos políticos y hechos comunicativos: educación como derecho, público, universal y gratuito, hacia la sociedad del conocimiento. El cambio climático como riesgo de extinción de la humanidad y la necesidad de un aporte ético: contribuir a cesar el uso del carbón, el petróleo y el gas como combustibles. Y, al estar consagrados como derechos, hacer realidad los postulados constitucionales respecto de la salud y el sistema pensional, fuentes de riqueza injustificada de especuladores financieros. Ganó la presidencia, entre otros, con esos mandatos.
El partido de los medios de comunicación, vocería de los conglomerados económicos y el establecimiento, no disimula su animadversión. Hace cuatro años fueron rabiosos opositores. Ahora son hipócritas tolerantes. En la radio hay una banda de consentidos resentidos, hechos desde el privilegio, que se resisten a reconocer su papel de parlantes de sus propias inquinas. Algunos periodistas no disimulan su arrogancia y prepotencia, engañados con el encantamiento de la fama. Confunden su mediana —a veces pobre— cultura general con solvencia intelectual.
El error de Claudia Palacios en la entrevista con la vicepresidenta Francia Márquez no solo fue una mala referencia al concepto “vivir sabroso”, sino adjudicar la reacción a una prevención de la entrevistada, como si no existieran razones históricas para corregir la superioridad discriminatoria que subyace en la pregunta y en la disculpa. Patético escuchar a Luis Carlos Vélez reprochar al presidente Petro por sus vacaciones en Florencia, puesto que debería estar acá viendo cómo va a cumplir sus “promesas”. La audiencia complaciente, en su identidad derechista y antipetrista, seguro aplaude, pero se necesita estar muy alienado para aceptar como opinión seria esa majadería.
La mayor parte de los medios masivos hicieron esfuerzos por impedir el ascenso de Petro y ahora intentan vender que lo que viene es un riesgo. La extrema derecha, atrincherada en Semana, les dio línea a los demás, en apariencia menos radicales pero alérgicos a la izquierda, para colgarse de sus barbaridades y convertirlas en hechos informativos.
Los medios de Ardila Lulle (RCN) hicieron campaña contra Petro; los del grupo Santodomingo segmentaron su público: Noticias Caracol y El Espectador, en su línea informativa, mostraron los graves problemas que afronta el país para ambientar la necesidad de cambio, pero con un sesgo contra el candidato del Pacto Histórico; Blu Radio no ocultó su animadversión; La W, del Grupo Prisa, con Daniel Coronell como columnista, más que hacerle el juego a Petro, cuestionó duro a sus rivales; El Tiempo, de Sarmiento Angulo, hizo explícitos los intereses de su dueño en temas como la reforma pensional y ahora eco a su advertencia dictatorial, “no vengan con el cuentico”.
La estrategia comunicacional de campaña electoral de Gustavo Petro fue poderosa. No solo logró neutralizar a toda la mediática comercial del país y la estrategia de propaganda sucia de la extrema derecha, buscándole quiebres, sino llevar el mensaje esperanzador y victorioso a lo más recóndito del país, donde la ilusión es lo primero que se pierde. Al final, Petro se fue a vivir con los mineros, los plataneros, los camioneros, las mujeres de sectores populares, no porque no pudiera llenar plazas, sino porque era la hora de volver a la base, de habitar en los hogares, de mandar el mensaje que serían gobierno. Y lo logró.
El Gran Acuerdo Nacional, más allá de los arreglos políticos, es un hecho comunicacional sin precedentes. Como alcalde de Bogotá, en un acto de reconocimiento a la gestión de Hollman Morris al frente de Canal Capital, el canal público de la ciudad, Petro citó a Jürgen Habermas para explicar el conflicto y proponer una salida: quien rompe la comunicación impone violencia, corta el diálogo, distancia lo humano. Entonces, lo inteligente es reestablecer puentes para la escucha, la diversidad y los propósitos comunes. Hoy anda en eso. Le resulta y hay muchos que no entienden. La derecha, derrotada y tramposa, intenta convertirle en obstáculos las razones de la victoria.
Los ministros del Pacto Histórico avanzan en un escenario en el que las ambivalencias y las dudas pueden abrir fosos, un error de comunicación es fatal. Han sido precisos, asertivos y contundentes los mensajes de Cecilia López, ministra de agricultura: los latifundios improductivos se ponen a producir o pagan; de José Fernando Ocampo, ministro de hacienda: el dólar está mareado desde afuera y en Ecopetrol el gobierno que llega decide quién está en la junta; de Carolina Corcho: la reforma de la salud no es ninguna catástrofe y va. El propio presidente electo cortó el paso cuando desde algunos medios querían relativizar lo dicho por la ministra de medio ambiente, Susana Muhamad, y trinó: “no habrá fracking”.
Patricia Ariza, hasta ahora el nombramiento más revolucionario del gabinete de Petro, sabedora de lo que dice, afirma que el horizonte de su gestión en el Ministerio de Cultura es un universo que abarca el ser, el hacer, el pensar y el decidir, “hasta la decisión de votar es cultura”. Los obtusos verán populismo, pero lo que plantea es darle brío a la libertad y creatividad del ser humano. Que hablen las cantaoras del Caribe, los arrullos y aguabajos del Pacífico, los sanjuanitos pastusos, los cantos de la selva, las carrangas y torbellinos de Santander y Boyacá, el joropo de los llanos, los cantos de las islas y los barrios con sus rapeos. Que cesen las balas y se disparen poemas, que el teatro sea de escenas y no de operaciones, que Colombia se arrulle con la música de su pueblo y se vea hermosa en sus pinturas.
No obstante, en parte debido a que se está escribiendo la partitura y cada uno de los elegidos o nombrados se mueve con relativa autonomía, a veces, hay disonancias. Por ejemplo, Patricia Ariza cometió un desliz al proponer una carga tributaria ínfima a los planes de telefonía celular para fondear la cultura. Hacer pública una propuesta de impuestos con carga a los usuarios es bocado de cardenal para medios dispuestos a despedazar al mandato entrante. Hay formas distintas. Si a esta sociedad se le demuestra que es necesario, lo hará, pero hay que seducirla. Otra salida en falso fue mencionar la agilización de trámites legislativos como un “fast track” por parte del presidente del Senado Roy Barreras. A papaya puesta…Pero es grave porque todo está en juego.
El gobierno Petro tiene que fijar una estrategia y una política de comunicaciones claras. No son lo mismo. La estrategia debe estar dirigida desde el gobierno a generar el imaginario del cambio. La política a que los dispositivos disponibles respalden la gestión gubernamental. De otro lado, los medios públicos deben formar, orientar y alimentar una ciudadanía reflexiva, sensitiva, resilente y abierta, pero no son propaganda. La única garantía de continuidad frente a la volatilidad de una opinión creada por impulsos mediáticos, es la voz del pueblo libre, el ágora. Los medios públicos deben ser su escenario.
En Colombia, tal vez como en ningún otro lugar del mundo, la televisión pública tiene una gran responsabilidad como mediadora en la educación básica, el pensamiento crítico, la historia desde abajo, la asunción de valores, derechos y compromisos democráticos y la interiorización de principios éticos como práctica cotidiana y definida contra la corrupción inveterada, la violencia institucionalizada, la desigualdad como designio y la inseguridad como condición de vida insuperable.
Fallas en la orientación comunicativa tuvieron mucho que ver con el fracaso del plebiscito por la paz del gobierno Santos. Por los riesgos clasistas de jugársela a fondo, optó por una publicidad triunfalista y, a veces, fatalista, mientras que el adversario se empeñó en despertar y promover los peores sentimientos en un pueblo obligado a sobrevivir al límite y educado en la obediencia. En los barrios de reinsertados odian más a quienes hicieron la paz que a los autores de los “falsos positivos”. En ambos casos procede el repudio, pero también debe animarse el espíritu de perdón sin olvido.
La política de comunicación del Pacto Histórico no puede estar al vaivén de las negociaciones de acuerdos políticos, tiene que reflejar al país que eligió a Petro presidente, oír a la nación que grita cambio, fijar como mensaje nuevas posibilidades, redistribuir presupuestos para fortalecer la comunicación comunitaria. Radio Televisión Nacional de Colombia es, tal vez, el medio más idóneo para forjar y fortalecer un nuevo concepto amplio, deliberante y vibrante de nación. Debe estar comprometida con el cambio, ser diáfana, constructiva, cargada de futuro, de todos y todas, vestida de tricolor y trasmitir el orgullo de pertenecer a este país en proceso de cambio.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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