La bancada conservadora votó este miércoles, en la comisión primera de la Cámara, de manera unánime, a favor del proyecto de acto legislativo que establecerá el blindaje jurídico de los acuerdos con la guerrilla, y definirá un nuevo procedimiento parlamentario para implementar y desarrollar lo que el gobierno y las Farc pacten en La Habana. Se incluyó, sin cambio alguno, el parágrafo transitorio mediante el cual los acuerdos de paz entran a la Constitución Nacional y obligan a los gobernantes, en los años que vienen, a llevarlos a la práctica.
El hecho no tendría mayor trascendencia si se tratara de un partido comprometido en todas sus instancias con el gobierno y con la paz. Pero no es el caso. Mientras el grupo parlamentario vota esta polémica y decisiva ley, la excandidata presidencial Marta Lucía Ramírez, el procurador Alejandro Ordóñez y el expresidente Andrés Pastrana realizan una dura oposición a las negociaciones de paz.
La paradoja que protagonizan los conservadores no tiene nombre. Ellos habían intentado, en los gobiernos de Betancur y Pastrana, realizar un acuerdo de paz con las Farc. Ambos mandatarios se jugaron su prestigio y ataron sus administraciones a la posibilidad de terminar la guerra por la vía negociada. Tanto, que se llegó a decir que la paz del país tendría sello conservador.
Pero en los últimos años esta agrupación se partió en dos. Una parte decidió servir de furgón de cola del expresidente Álvaro Uribe y acompañó a Óscar Iván Zuluaga en la pasada campaña electoral, y ahora sirve de coro a todas las prédicas de Uribe y su partido. La otra, en la que se encuentran ministros claves de la actual administración, parlamentarios y líderes históricos de la colectividad, decidió apoyar los esfuerzos de paz.
Mención especial merecen Belisario Betancur y Álvaro Leyva Durán. El expresidente, que vio arder sus sueños de una Colombia en paz en las llamas del Palacio de Justicia, en una acción iniciada por una guerrilla a la que le había tendido la mano de la reconciliación, ha saltado por encima de la desilusión y ha prestado siempre su voz de apoyo a todas las iniciativas de paz que han tenido ocasión después de su paso por la Casa de Nariño.
Leyva es quizás el colombiano más testarudo en el empeño de lograr una salida negociada para los 50 años de guerra. Ha estado en todos los intentos. Esta vez tuvo que insistir hasta el cansancio para que lo dejaran entrar en las negociaciones. Logró al fin que lo aceptaran como asesor en la mesa y ha jugado un papel decisivo a la hora de encontrar las fórmulas para resolver el espinoso tema de la justicia, y también para diseñar el camino de la refrendación y la implementación de los acuerdos.
No voy a incurrir en la ingenuidad de atribuirle solo nobles propósitos al respaldo de los parlamentarios conservadores a la agenda legislativa para la paz, está de por medio la enorme cuota burocrática que tienen en el gobierno. Pero debo decir que esta actitud hace honor a las dos veces que este partido intentó la paz con las guerrillas y, más atrás, hace honor al pacto del Frente Nacional que cerró la brutal violencia de los años cincuenta del siglo pasado.
La aguda división del Partido Conservador no tiene pinta de ser episódica. La cercanía de la firma del acuerdo de paz con las Farc, la apertura de negociaciones con el ELN y la búsqueda de estrategias para someter a la justicia a los neoparamilitares, está generando una nueva realidad en la política colombiana. Las elites que gobernaron a lo largo del siglo XX se han fracturado y la izquierda ha entrado de modo decisivo en el escenario nacional. Nada será igual después de la firma de los acuerdos de paz.
Una fotografía reciente, en la que conversaban Ordóñez, Óscar Iván Zuluaga y Uribe en Miami, da una pista de lo que podría ser la fórmula con la cual la ultraderecha del país se presente a las próximas elecciones. Esa coalición arrastrará sin duda al electorado conservador más pétreo, al más duro; pero puede también llevarse a la inmensa mayoría de ese partido, si quienes han estado del lado de la paz no se agrupan y encuentran un candidato apropiado para los retos del postconflicto.
¿Qué harán personas como Marta Lucía Ramírez y el joven presidente del partido, David Barguil? La excandidata dice una y otra vez que a ella no la pueden rotular de incondicional de Uribe y después de la campaña electoral ha luchado por hacerse a un perfil propio, pero cada vez que se refiere a las negociaciones de paz sus palabras tienen un eco muy parecido, demasiado parecido, a las del expresidente. Barguil tampoco sabe dónde ponerse, nada en dos aguas y trata de hacer un equilibrio imposible en la actual coyuntura del país.
Columna de opinión publicada en Revista Semana
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