Por: Guillermo Linero Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda
Los medios de comunicación y las redes sociales han hecho eco de la candidatura de Alejandro Gaviria y le han presentado como el fenómeno político del momento. No obstante, la verdad es que a los colombianos y las colombianas solo les llama la atención porque, al presentarse como un hombre de centro, hay quienes lo creen distante de la derecha (tal vez los menos) y otros lo creen lejano de la izquierda (tal vez los más); pero también les atrae de él su catadura de intelectual y académico, lo que suena bonito en contraste con algunos seudo-bachilleres del Congreso y, también, de la Presidencia.
Con respecto a lo primero (que Gaviria sea el fenómeno político del país), no es desatinado aseverar que —así disintamos de la polarización— la realidad política es una sola y esta nos enfatiza que, al menos hoy, los únicos fenómenos políticos en el país son Petro y Uribe, y no hay nadie más. Uribe lo es, qué paradoja, por encontrarse entre la espada y la pared con sus deudas judiciales y por su traza de hombre recio que inspira —no necesariamente adrede— al “país traqueto”, como en su época el expresidente Belisario Betancourt inspiró la “social bacanería”. Y Petro es un fenómeno político por el reclamo que hacen de su nombre la mayoría de personas de la ciudadanía, como lo demuestran las encuestas, donde le gana a cada uno de sus rivales e, incluso, sumando porcentajes, a todos, si estos se juntaran.
En cuanto a quienes lo ven, negativamente, como un neutro con tendencia a la derecha, lo hacen conscientes de cómo esta ala ideológica viene gobernando malamente desde hace más de 200 años. Dos siglos de momentos políticos bastante violentos. Consecuentemente, la derecha —porque la izquierda no ha podido llegar al poder— es la madre de la violencia política del país, y sus continuadores ideológicos son hijos y garantes de ese modelo de poder fundado en la inequidad y la violencia. Y si bien no nos consta que maten, sí es evidente cuánto luchan por mantenerse al mando de las máquinas de guerra y por mantener las riendas de unas políticas que privilegian los intereses de las minorías. Y quienes ven a Gaviria, también negativamente, como un neutro con tendencia a la izquierda, lo hacen fundados en las acciones de los grupos guerrilleros que en las últimas tres décadas desdibujaron su ortodoxia marxista-leninista para hacer de las suyas como peligrosas ruedas sueltas.
Por otra parte, quienes visualizan a Gaviria en su faz profesoril, preciándolo por su formación académica, lo hacen convencidos de que los académicos mantienen distancia del ámbito del poder político donde la corrupción campea. Sin embargo, la realidad es contraria a esta percepción y los académicos siempre han estado ligados al poder. De hecho, los dictadores —e igual los “presidentes en cerebro ajeno”— deben ser, por condición natural, de corto vuelo mental. No por otra cosa se nutren con avidez de los consejos de sus asesores académicos o científicos.
Asesores a los que nadie ve porque, económicamente, no dependen de la imagen pública (que no la tienen) ni de los votos que puedan conseguir (que tampoco los tienen), sino de los altos estipendios recibidos de gobernantes y políticos a quienes asesoran. Nadie los ve porque trabajan a la sombra, estudiando o diseñando estrategias instructivas sobre los procedimientos y modos de la derecha y hasta de la extrema derecha. Con todo, a veces, solo a veces, uno que otro le apuesta al poder político y a la venta de su imagen pública.
De modo que la procedencia académica de Alejandro Gaviria no garantiza nada. Y bueno, si algo es claro acerca de los nexos de las universidades con los Gobiernos son los muchos privilegios económicos de los que gozan, siendo un sector conformado mayormente por dueños privados. Prueba de ello es que los ingresos de las universidades privadas provienen de los conceptos y consultas que les realizan los gobernantes y que estas asumen guardándose de no salirse de la línea ideológica o de los intereses de quienes las contratan.
Las universidades privadas —Gaviria fue rector de la Universidad de los Andes hasta la semana pasada— han estado siempre al servicio de quienes se encuentran en el poder y, por ende, no son ajenas a la realidad del país. No en vano, a la universidad de los Andes se le tiene como una exitosa fábrica de neoliberales al servicio de los Gobiernos de turno. Otra cosa son los estudiantes y lo que ocurre en el campus universitario, pero la planta administrativa, quienes manejan la bolsa, los funcionarios nombrados por intereses políticos y los dueños de las universidades nunca rivalizan con los gobernantes de turno y, por lo general, siempre han contribuido a su elección.
Visto así el panorama, es claro que el proyecto de Alejandro Gaviria es una burbuja más, pero puede terminar siendo semejante a la de Fajardo, que al estallar insufló todo su aire a Duque. A mi juicio, si Alejandro Gaviria perdiera en la primera vuelta, no se alinearía a Petro ni a quien diga Uribe, y aunque tampoco iría a ver ballenas, de seguro se encerraría a leer sobre ellas, que es lo mismo.
De manera que, en tal contexto, no es difícil predecir que Alejandro Gaviria tiene más en su contra que a su favor, y son bastante dicientes las críticas que se le hacen por el hecho de que haya sido ministro de Salud de Santos y hasta alto funcionario del Gobierno de Uribe, a quien lo unía (así lo confesó en Los Danieles) su compartido odio a las FARC-EP y —qué cosa tan rara— su mutua indignación frente a la violencia en Colombia.
* Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona a la que corresponde su autoría y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación (Pares) al respecto.
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