El día que destruyeron Bogotá, porque mataron al caudillo del pueblo
- Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones
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Por: Iván Gallo Coordinador de Comunicaciones

En la madrugada de este 11 de agosto, se hizo oficial la muerte de Miguel Uribe Turbay. La lucha por su vida duró dos meses. El sábado le realizaron una sexta intervención quirúrgica intentando sacarlo del coma, irle quitando la sedación, pero todo fue inútil. Tenía 39 años. Desde 1990, con el asesinato de Carlos Pizarro, el país no vivía una situación de violencia tan exacerbada. Las diversas manifestaciones de dolor y afecto cubren todo el espectro político.
El primer gran hecho de violencia política en el país fue el asesinato, frente al Congreso de la República, del general Rafel Uribe Uribe, por dos campesinos de Ragonvalia, Norte de Santander, a hachazos. Esto fue en 1914. Pasaron poco más de treinta años para que, en hechos que jamás fueron completamente esclarecidos, fuera baleado, en plena carrera Séptima de Bogotá, Jorge Eliécer Gaitán.
El país ya venía presentando un cuadro crítico de violencia política. Durante los años 1946 y 1948, los liberales, sobre todo en los municipios más alejados del país, vivían una persecución encarnizada. Los muertos se contaban en ramilletes. El discurso incendiario de Laureano Gómez era una de las razones. En ese momento era canciller, y su influencia era bastante nociva para la estabilidad de la paz. Eso, que ahora llaman polarización, era una guerra encarnizada entre dos bandos, los liberales y los conservadores. Gaitán, en sus discursos, iba anunciando que la violencia iba a explotar, que había manos que estaban detrás de él y querían borrarlo. Para conmemorar a las víctimas liberales de la violencia, Gaitán anunció y lideró una marcha del silencio. Fue tan potente esa marcha que muchos decían que, si no le hacían daño, nadie podría parar al caudillo en la búsqueda de la presidencia.
El 9 de abril de 1948 a la 1:05 de la tarde, mientras salía de su oficina en el edificio Agustín Nieto, fue asesinado Jorge Eliécer Gaitán. Recibió tres disparos. El señalado como asesino fue Juan Roa Sierra, un hombre de 27 años apocado por la falta de oportunidades que se aferraba a lo paranormal, a esperar que el Mohán, que supuestamente habitaba el cerro de Monserrate, le dejara un tesoro, a que su anillo de calavera, legado rosacruz, le diera poderes para superar lo que parecía, de manera irreversible, una vida consagrada a la derrota.
Tenía una hija que mantener, una madre cuyas críticas debía acallar, y una esposa que recuperar por eso, cuando le ofrecieron cinco mil pesos para matar a Gaitán, estaba tan desesperado que ni siquiera tenía para comprar un revólver. El que le encontraron, ese mediodía del viernes 9 de abril, no le servía ni el gatillo. Por eso, la teoría que han manejado, estudiosos del Bogotazo, es que Roa Sierra fue apenas el señuelo, una carnada para evadir al verdadero asesino, el que disparó con certeza tres veces. Pocos minutos duró vivo Roa Sierra. Dos policías intentaron salvaguardarlo de una turba, metiéndolo en la droguería Granada, pero los emboladores, ofuscados por los agitadores, tumbaron las rejas, las puertas; sacaron a Roa, y le destruyeron la cabeza, pegándole con sus cajas de embolar. Incluso le tiraron una zorra encima.
Y Bogotá fue encendida, parcialmente destruida, sobre todo en el centro. “Vengadme, si caigo”, dijo Gaitán. Los dirigentes liberales, como Darío Echandía, Turbay o López no podían dirigir a una masa que llevaba en andas, como a un pelele, el cuerpo desnudo de Roa Sierra. Desde la radio se desinformaba. Se decía que el ejército estaba de parte del pueblo gaitanista, que los cadáveres de Mariano Ospina, Laureano y toda la corte liberal colgaban de la lengua, en los faroles de la Séptima. La verdad, como lo narra Fidel Castro, un testigo de excepción, en ese entonces, un joven estudiante cubano que había venido a Bogotá a actividades relacionadas con la Conferencia Panamericana que se realizaba en esta ciudad, no hubo organización. Fue un grito furioso y también desarticulado de rabia, que terminó con 3.000 muertos, producto de la represión del ejército, de los ataques espontáneos entre la gente que, al ver que no podrían conquistar el Palacio de Nariño, se dedicó a saquear, a emborracharse y a desahogarse con las armas que encontraran, fueran fusiles o machetes.
Colombia tuvo la oportunidad de revolución, pero no lo logró. El Bogotazo, eso sí, no solo cambiaría para siempre a la capital, sino también al país. Nada volvería a ser como antes. No poder resolver el misterio de quiénes fueron los que mataron a Gaitán, ahondó aún más una crisis que no termina.