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El castrochavismo de Duque

Por: Guillermo Linero

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda.


Quiérase o no, las dos grandes tendencias de la política universal son la derecha y la izquierda. Y ya sabemos lo que significa y lo que busca cada una de ellas. Como fuerzas ideológicas, son posturas opuestas acerca de cómo deben administrarse las sociedades. Son opuestas, pero también complementarias.

La derecha, que a mi juicio tiene sus orígenes en el cerebro primitivo, propenso a la defensa de los individuos, tal y como si todavía nos estuviera persiguiendo el mamut (que para algunos sicólogos imaginativos refiere la ansiedad paranoica), sigue aferrada a la idea egoísta del sentido de la protección de la propiedad: Lo mío es mío y nadie me lo quita. Pero también reconoce en eso mío, qué paradoja, a la familia y a la sociedad que son lo nuestro. Nuestros padres son también padres de nuestros hermanos (la familia) y los servicios públicos y las garantías ciudadanas no son privilegios para los poderosos, son para todos (la sociedad).

Por su parte, la izquierda, que a mi juicio tiene sus orígenes en el cerebro emocional, propende por el igualitarismo, pero tiene como bandera la libertad, en contravía con instituciones limitantes de la misma como lo hacen la familia (y sus normas de conducta moral) y las sociedades (y sus normas de conducta cívica).

De esas dos corrientes ideológicas, entrecruzadas sin rozarse como lo hacen el yin y el yan, está formado el orden político mundial; y no es difícil visualizar en dicho orden, cómo los gobiernos más inequitativos, donde muy pocos tienen algo para decir esto es mío, son aquellos que rigen con los estrictos principios de la derecha. Como tampoco es difícil observar que los gobiernos menos libres son aquellos cuya bandera política -tal vez solo propagandísticamente- son los principios de la izquierda libertaria.

Y nada cuesta visualizar a las pocas sociedades con gobiernos híbridos -que combinan principios de derecha e izquierda- produciendo los mejores resultados en cuanto a la consecución del bienestar público. Prueba de esto son los gobiernos europeos de los últimos cincuenta años, que luego de una extenuante y larga tradición de lucha entre gobiernos de izquierda y de derecha, encontraron por fin el sosiego en la socialdemocracia y más recientemente en el progresismo.

En efecto, con gobiernos de línea liberal, neoliberal y socialista o, mejor, bajo los entendimientos de la llamada socialdemocracia, la Comunidad Económica Europea -en términos de su modelo de administración pública- se ufana de no tener esclavos, como los tiene la extrema derecha con los modelos del capitalismo salvaje, o como los tiene la izquierda radical con la ilusión de una futura sociedad comunista.


Pese a ello, valga decir que la socialdemocracia europea en realidad solo ha conseguido enmascarar la esclavitud con guarderías para los hijos del esclavo, con jornadas laborales de ocho horas para que el esclavo no desfallezca, con programas de protección de la salud para que no enferme y con pensión para que cuando ya no sirva, pueda desentenderse de su carga económica con los ahorros que el mismo esclavo acumuló por años. Aun así ¿quién dice que los países de la comunidad europea son subdesarrollados?

En contraste, en los hemisferios políticos, donde con mayor fidelidad se cumplen los principios de izquierda o de derecha, proliferan los países subdesarrollados. El fortín imperial de Norteamérica son los países de Centro y Suramérica, todos sumidos en el subdesarrollo (basta recordar como botón de oro la pobreza de Haití) y el fortín imperial de Rusia y de China son los pueblos asiáticos sumidos igual en la miseria (basta nombrar a Guizhou, la provincia más pobre de China y a Kostroma, una de las regiones más pobres de Rusia).

Cada uno de estos países subdesarrollados, por ser alimento de las potencias de izquierda y derecha, en una desgraciada ironía replican con eficacia de espejo la realidad política de sus imperios, e igual se debaten en un mundillo político que en asuntos de administración pública no trasciende las mentadas opciones políticas: la derecha, la izquierda o la mixtura de ambas doctrinas. De tal suerte, en Colombia el debate político lo protagonizan esas mismas fuerzas opuestas: un gobierno de derecha, una oposición de izquierda y la mezcla de ambas, denominada centro.

Con todo, porque existen las aberraciones, en el mundo entero la izquierda y la derecha suelen confundirse en la aplicación de modelos de administración donde proceden con idéntica carencia o negación de principios. Me refiero a los gobiernos totalitarios, a los autoritarios y a las dictaduras, formas de poder bajo las cuales los gobernantes ponen todo al servicio de sus intereses sin importarles el daño que ocasionen a sus conciudadanos (“súbditos” dirían ellos).

De esos gobiernos malsanos, en nuestra América tenemos varios ejemplos, entre ellos las dictaduras militares de Jorge Videla y Leopoldo Galtieri (en Argentina), la de Augusto Pinochet (en Chile) o la de Anastasio Somoza (en Nicaragua); o los gobiernos totalitarios de Daniel Ortega (en Nicaragua), Evo Morales (en Bolivia) o Nicolás Maduro (en Venezuela). Sin embargo, las dictaduras más llamativas en nuestro contexto político local y reciente son las dictaduras de Fidel Castro (en Cuba), por los años que ha perdurado su ideología y mandato, y la de Hugo Chávez que, ahora bajo la presidencia de Maduro, sigue perdurando.

Pero, bueno ¿qué caracteriza a estos gobiernos autoritarios o castrochavistas? La respuesta es muy amplia y fácil de resolver. Sin embargo, pienso que su columna vertebral está compuesta esencialmente por estas cinco maquinaciones, propias del gobierno de Iván Duque o, mejor, “cinco síntomas”, para dar crédito al doctor Rodrigo Uprimny que los enunció en su cuenta de twitter y me suscitaron la reflexión y escritura de esta nota: “I) controlar a poderes independientes; II) empapelar judicialmente a opositores; III) no dar garantías electorales; IV) usar contratación pública para favorecer sus candidatos y V) amordazar a la prensa”[1].

En efecto, en el gobierno de Duque los llamados órganos de control quedaron bajo el poder estricto del presidente: la fiscalía solo se ha dedicado a perseguir opositores y a defender al expresidente Uribe; la procuraduría se ha hecho la de la vista gorda frente a los delitos de los funcionarios del gobierno; la defensoría del pueblo se ha escondido cuando el gobierno persigue a los protestantes de mala manera; la fiscalía y la contraloría se han empeñado en perseguir judicialmente a contradictores políticos (pienso ahora en el senador Benedetti y en el candidato Sergio Fajardo).

En el gobierno de Duque no existen las garantías electorales; basta pensar en el desmonte o suspensión de la Ley de Garantías y en el servilismo malévolo del registrador, haciendo hasta lo imposible para beneficiar al partido de gobierno. Y, ni qué decir, porque eso ya está muy claro en investigaciones de periodistas, cuánto ha favorecido con la contratación pública a los candidatos de sus afectos.

Pero, lo que más escandaliza, porque se trata de meterse con el dueño del megáfono, es amordazar a la prensa. Prueba de ello es la reciente diligencia que hiciera la Fiscalía a Noticias Uno, empresa a la que pidieron copia de la emisión del noticiero del 19 de octubre de 2013. Una solicitud que si no contenía la intención de dirigir el camino hacia un allanamiento, entonces buscaba intimidar a los periodistas, inocentemente, pues dicha información, que se hizo pública en la fecha mentada, cualquier central de inteligencia (y la fiscalía ha de serlo) podría obtenerla por sus propios medios e incluso, sabiendo que está en la Deep Web, bien podrían haberla buceado, que es tan fácil como el acceso a informaciones para el perfilamiento y persecución de opositores al gobierno, tal y como lo hicieran en sus momentos Castro y Chávez.


[1] En Twitter de Rodrigo Uprimy: @RodrigoUprimni


 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido su autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.



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