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El amor de Gabriel García Márquez por su pueblo, Aracataca

Por: Redacción Pares


Foto tomada de: Radio Nacional de Colombia


Gabo tenía un sueño recurrente. A veces se levantaba en mitad de la noche y volvía a ser un niño. Tenía 8 años y estaba en la vieja casa de su familia materna. Reconocía el estuco, el bahareque, las ventanas grandes para que entrara el extraño frescor de la calle en Aracataca.


Después del sueño venía la realidad, estando en las cuatro paredes de un hotel de lujo en París, Barcelona o Londres, y la amargura lo asfixiaba. Sí, a pesar de que era el escritor más famoso del mundo, que su obra, Cien años de soledad, era comparada con El Quijote, Gabo lo único que quería seguir siendo era el nieto de su abuelo. Las pocas entrevistas que el escritor dio tienen algo en común: la nostalgia por su pueblo. Afirmó varias veces que de nada le serviría escribir unas memorias porque a él las cosas importantes le dejaron de pasar a los ocho años.


El personaje que más lo influenció fue su abuelo, Nicolas Ricardo Márquez, quien murió cuando él aún vivía en la vieja casa. El viejo militar que participó en la Guerra de los mil días fue la inspiración del Nobel para escribir su primera novela, La hojarasca, la novela que más le gustaba, El coronel no tiene quien le escriba y, sin duda, fue la inspiración para hacer su personaje más representativo, Aureliano Buendía. Nicolás es Aracataca. Gabo se fue del pueblo por primera vez a los ocho años. La vida disipada de su padre, Gabriel Eligio García, un aventurero que algunas veces fue telegrafista y otro boticario o simple “tegua”, como llamaban a los que aspiraban a ser médicos recetando menjunjes, lo sacó del terreno de sus fantasías.


Volvería a Aracataca por primera vez en 1952, con 26 años, ya convertido en periodista y con el anhelo de ser escritor. Ese viaje fue crucial para tener en sus manos la atmósfera de La Hojarasca, su primera novela. Era regresar a la vieja casa. Lo hizo en compañía de su madre, Luisa Santiaga. Fue a comienzos de marzo de 1952 y el viaje tenía como fin vender el caserón de sus abuelos. En Vivir para contarla Gabo recuerda el estupor que le causó las trampas de la nostalgia. En el recuerdo la casa era mucho más grande que en la vida real.


Vio los estragos del tiempo no sólo en su casa sino también en Aracataca. El esplendor que alguna vez habían dejado los gringos y su compañía bananera eran ya parte del pasado. El paisaje que vio fue el mismo que encontró Aureliano Segundo después de que el aguacero de cuatro años cesara en Macondo. Gabo convirtió sus recuerdos en la mina de donde sacó sus mejores joyas. Su biógrafo Gerald Martin dice que el universo de sus obras no son sólo Aracataca, también está Sucre, la ciudad a donde fueron en una de las aventuras de su padre y a donde conocería a esa diosa de rasgos egipcios llamada Mercedes. Pero la Macondo de Cien Años es la ciudad donde nació y a donde sólo volvería una vez.


Gabo conseguiría fama internacional desde que Cien años de soledad explotó en 1967. Nunca volvería a ser el mismo. El taciturno muchacho que no paraba de fumar Piel rojas se convirtió en un seguro hombre de mundo, muy cercano a personajes de poder como Bill Clinton y Fidel Castro, al que muchos de sus amigos -entre los que incluso se cuentan Plinio Apuleyo Mendoza- le reprocharon la distancia que les puso. Nadie está preparado para ese tipo de fama, menos un escritor de cuarenta años.


En Colombia García Márquez fue más importante que en cualquier otra parte del mundo. Fue idolatrado pero también duramente criticado. Em 1981 incluso tuvo que salir del país porque había un plan de la extrema derecha para asesinarlo o al menos para detenerlo. Desde entonces vivió en México. También le daban duro por el supuesto olvido en el que tenía al pueblo donde nació. El compositor Armando Zabaleta incluso le compuso una canción:


“Al escritor García Márquez, hay que hacerle saber bien,

que la tierra en la que nace es la que debe querer.

Y no hacer como hizo él, que su pueblo abandonó

y está dejando caer la casa donde nació.

Al escritor García Márquez, le han regalado 2 premios,

y no ha sido capaz de acordarse de Aracataca, su pueblo.

Y en vez de darle un colegio, que necesita su tierra,

lo que hizo fue darle un premio, que se ganó en Venezuela”.


La canción fue compuesta en 1985 y se le reprochaba a Gabo el haber donado en 1972 la plata que recibió por el premio Rómulo Gallegos al MAS, un movimiento revolucionario venezolano. En ese momento Gabo estaba convencido que el único camino que le quedaba a la humanidad para salvarse era la revolución socialista. En el propio pueblo le reprochaban el supuesto olvido de Gabo. Incluso en los últimos meses su pueblo le hizo el último reproche a su hijo más destacado: ¿Por qué olvidaron a Aracataca en la serie que adaptará Netflix sobre su novela?


En el 2006 se hizo una encuesta en Aracataca sobre si se iba a cambiar el nombre de ese pueblo al de Macondo. El resultado fue un no rotundo. Sin embargo Gabo regresaría por última vez a la ciudad donde nació. Fue el 30 de marzo del 2007. Se embarcó en un tren de los años cuarenta de tres vagones, cuidadosamente restaurado, al lado de su esposa Mercedes para arribar al verdadero Macondo. El mal del olvido ya lo había minado pero ahí estaba él, un poco ausente, levantando las manos como un campeón ante una multitud que le mostró adoración. La estación de tren fue adornada por las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia. El Tiempo recuerda ese momento en el que la multitud adoró a su ídolo: “No lo podían bajar porque había mucha gente, y los escalones eran muy altos. Las personas que estaban en la organización corrieron a donde mi para que les prestara una silla, que fue donde él pisó, para apoyarse y poder bajarse”.


En Aracataca está su casa, convertida en museo, aún crece el árbol que se llama Macondo, y los viejos fantasmas aún deambulan por sus pasillos. En Aracataca quieren que regresen sus cenizas. Aracataca sabe que la relación con su hijo predilecto ha sido problemática, pero ¿qué relación cruzada por el amor no lo es? En Aracataca nadie olvida a Gabo y saben, también, que Gabo nunca se olvidó de ella.

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