Por: Guillermo Linero Montes. Columnista Pares.
A propósito de la reciente manifestación del parlamento británico, acerca de que Duque no está haciendo las cosas bien, con respecto al proceso de paz firmado con las Farc; y a propósito de las críticas que también hicieran sobre el entrampamiento del ex fiscal Néstor Humberto Martínez, y del cada vez más escandaloso número de líderes sociales asesinados; se me ocurrió, estando ahora en diciembre, que Duque podría hacerse su Navidad, prestándole atención al parlamento británico, que le pidió eficiencia, y aceptándole la invitación que le hiciera su principal opositor, el senador Gustavo Petro, a rehacer el proceso de paz.
Y digo que Duque puede hacerse la Navidad y pasar a la historia como un hombre bueno, si se realizara un auto examen; pues sin duda encontraría que, gracias a las consejas de su mentor y a la línea indecente de su partido político, está cargado de situaciones malsanas. Y si continúa saltando de mentira en mentira, más temprano que tarde terminará sin la oportunidad de manifestarse cuando sienta la necesidad de hacerlo con las verdades suyas.
Que el parlamento británico, luego de un debate muy serio, se hubiera manifestado sobre el estado actual del proceso de paz, del modo que lo hizo, permite visualizar -incluso a quienes no tenemos preparación en politología ni en futurología- que de idéntica forma van a proceder los otros países y organizaciones internacionales, interesados directa o indirectamente en el proceso de paz. Entre ellos -lo que sería un golpe duro para el presidente Duque- el gobierno norteamericano en cabeza del presidente Joe Biden.
Incluso, desde el año anterior, The New York Times, alineado a la crítica de quien ahora es el nuevo presidente norteamericano, en un artículo de Nicholas Casey, da cuenta de los incumplimientos del estado colombiano con estas francas palabras: “… ya han pasado dos años y medio desde que los combatientes decidieron entregar las armas y muchas de las promesas hechas por el gobierno no se están cumpliendo, lo que parece alejar cada vez más la perspectiva de una paz real y duradera”.
En efecto, para subsanar los quiebres del proceso de paz, a Duque solo le bastaría respetar las pautas dadas por el acuerdo firmado. Se trata simplemente de seguir el libreto que está plenamente estudiado y debidamente aprobado. Y por supuesto deberá crear, si no existiera, un frente de inteligencia especializado en la ubicación y captura de los responsables intelectuales de los sistemáticos asesinatos a excombatientes. Hasta la fecha, y según cifras de la alta comisionada de las Naciones Unidas para los derechos humanos, Michell Bachelet, ya han asesinado 244 excombatientes.
Y ni qué decir de lo reportado en Ginebra por la portavoz de la Oficina de Derechos Humanos de la ONU, Marta Hurtado, que pareciera un informe sobre la Sudáfrica de los tiempos en que Mandela estaba preso por libertario: «No hay seguridad, no hay Policía, ni presencia del Gobierno en términos de servicios públicos, con falta de colegios y de centros de salud. Por ello pedimos al Gobierno que despliegue plenamente su presencia en esas áreas«.
En cuanto al entrampamiento -que no a Santrich sino a la paz- es dable decir que en el sistema de investigación americana, la llamada “oportunidad” autoriza la creación de un escenario tan flexible que permite la creación de falsas expectativas para entrampar; pero en Colombia eso no casa con las leyes que son bien claras al respeto, ni con los conceptos constitucionales de autorizados. El presidente Duque, que estudió derecho en la misma institución donde yo lo hice- le tuvo que haber quedado muy claro que para que no haya entrampamiento, el agente encubierto –que sí es legal- estrictamente ha de ocuparse en acopiar información, nunca en promover la ocurrencia de delitos.
«De tal manera que reconocer un error, que hasta los niños comprenden como un burdo intento de patear la paz, como lo buscó el entrampamiento del ex fiscal a los ex combatientes Santrich y Márquez, antes que hacerle daño a la imagen del presidente -que obviamente se verá sometida a un escarnio público pasajero- se la enriquecería proporcionándole una propia.» Imagen: Pares.
Y sería así, porque, si bien hasta el momento le ha convenido asumir la condición de títere, porque cada decisión suya, equivocada o no, el pueblo la entiende como si la hubiera dicho el mismo Uribe; no obstante, llegará el momento en que esa fórmula no funcionará. De modo que la condición de títere le servirá a Duque, mientras Uribe tenga poder; y eso es muy insostenible, porque sabemos que se le está desgastando rápidamente y, más temprano que tarde, desaparecerá significativamente.
Hoy el presidente Uribe tiene una aceptación del 34 %, lo cual hace que visualizar algo distinto sea de un riesgoso optimismo. Este mismo año, la empresa encuestadora Gallup le dio un 66% de des favorabilidad y en la Revista Semana hicieron incluso esta precisión ilustrativa: “La desaprobación de Uribe llegó al 66 por ciento, lo que lo convierte en el político más impopular de todos los que mide esta firma encuestadora desde diciembre de 1996″.
En cuanto al asesinato sistemático de líderes sociales, el presidente tiene que demostrar su eficiencia, no con detenciones de sicarios –casi siempre ajenos al fondo del conflicto- sino interrumpiendo la ocasión de nuevos crímenes. En este aspecto no le ha funcionado su política de seguridad, y tal vez seguirá siendo así mientras no apresen a los responsables intelectuales.
Aunque todo sistema de derecho es por naturaleza amenazante, Duque debe saber que la eficacia de los sistemas de derecho penal no es la estricta aplicación de la fuerza y el castigo, sino su carácter preventivo. Se trata de transmitirle a los individuos y a la sociedad entera, no el miedo al peso de la ley, sino un sentimiento de responsabilidad moral. Si las medidas de prevención son las correctas, nadie cometería delitos y estos, de ocurrir, serían tan aberrantes como excepcionales.
Las noticias del éxito de las autoridades y los jueces no son, desafortunadamente, el pan diario de nuestra realidad, como si lo vienen siendo las matanzas durante este gobierno. En el último reporte de Indepaz se muestra que durante el gobierno de Duque han asesinado a más de 692 líderes y/o activistas sociales. Y la alta comisionada de la ONU para los derechos humanos, Michelle Bachelet, acaba de denunciar esta semana que “en lo que va de 2020, la Oficina de la ONU para los Derechos Humanos en Colombia ha documentado 66 masacres en las que 255 personas fueron asesinadas en 18 departamentos del país».
En tal suerte, insisto, Duque puede hacerse la Navidad replicando lo que ya hiciera Juan Manuel Santos, por ejemplo, que ahora es premio nobel por haber enderezado su rumbo político. Giro que pudo dar, gracias al poder que le otorgó su jerarquía de presidente. De hecho, Antes de llegar a la presidencia Juan Manuel Santos tenía una imagen tan deteriorada que le comparaban con el muñeco Chucky -por su estrategia política de traza diabólica- también le sacaban a relucir su malicia de jugador de póker y, por supuesto le estigmatizaban su militancia en el uribismo. Pero lo más grave fue que, siendo ministro de defensa, sucedieran buena parte de los crímenes denominados ‘falsos positivos’.
«Viendo ese retrato oscuro de Juan Manuel Santos, a nadie se le podría pasar por la cabeza que llegara a ser, como lo es hoy, premio Nobel de paz. Lo que consiguió en una sola jugada, igual que en el póker, muy elemental en su astucia; pero de un trasfondo complejo, como fue apostarle a la paz y firmar un acuerdo, histórico no solamente para nuestro hemisferio, sino también para el mundo entero que lo ha respaldado.» Imagen: Cortesía.
Así las cosas, si Duque rehace como se lo recomienda Gustavo Petro, los acuerdos de paz –hechos trizas por las decisiones de su presidente eterno y por sus copartidarios- llamando de nuevo a Márquez y a Santrich, y enderezando los acuerdos como se lo ha pedido el parlamento británico; y si detiene el asesinato de líderes sociales, antes de que llegue el mes de febrero; podría escudarse contra esa manifestación internacional que, sin ser politólogo, puede uno advertir que está desenvolviéndose en su contra. De manera que, igual al expresidente Santos, Duque podría cambiar, ahí sí de un polo a otro, de una imagen de gobernante aliado de una tradición malsana, a una renovada imagen de líder mundial de la paz.
Si Duque deseara que los colombianos empiecen a quererlo desde el primero de enero del 2021, y dejen de odiarlo como he verificado en las redes sociales que lo odian y desprecian, deberá rehacer el proceso de paz; pero de hacerlo, repito, no solo tendrá un feliz año nuevo, sino además, me atrevo a decirlo, pasaría a la historia como un hombre bueno.
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