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Dos religiones en el amanecer del nuevo milenio

Foto de DdL


Vi con estupor a James Foley arrodillado, con una túnica naranja. Desde atrás, otro hombre, de negro, encapuchado, toma con una mano su mentón y con la otra aprieta un cuchillo en su garganta.  Luego vi, en la soledad del desierto, en el suelo, el cuerpo mutilado de Foley, su cabeza desgarrada encima de su cuerpo, sus sandalias lejos de sus pies desnudos. Es el horror que vuela desde la lejana Siria, en las alas de un video, hasta la intimidad de mi casa. Las decapitaciones siguen.


Recuerdo bien.  Fue el martes 20 de agosto, muy temprano. Me dediqué esa mañana a leer anotaciones sobre la vida del periodista norteamericano y a tratar de entender las circunstancias de su muerte. Pude percibir en Foley la misma pasión, el mismo compromiso que he sentido en muchos periodistas colombianos, la misma valentía, la decisión de arriesgar la vida para informar la guerra, para darle al mundo la mala noticia de la muerte y la agresión que se vive en la entraña de los conflictos armados.


Oí la voz de sus agresores, los militantes de Isis, la fracción radical islámica que ahora avanza sobre los desiertos y ciudades de Irak y Siria, proclamando la instauración de un Estado Fundamentalista. Dijeron que el asesinato era la respuesta a los bombardeos ordenados por Estados Unidos en esas tierras de oriente. Pero el asesinado es un civil inerme. Otra vez me encuentro con esa mezcla a la vez triste y dolorosa de religión y política.


También, como en muchas ocasiones, un misterioso giro de mi memoria me lleva hacia recuerdos más amables para mitigar la angustia de las imágenes desoladoras.  Había hecho en esos días un recorrido por la vida del papa Francisco desde cuando, en la afortunada deliberación del Cónclave de marzo de 2013, lo eligieron sucesor de Benedicto XVI. Un obispo al que quiero y admiro mucho me había dicho que en Colombia, un país tan católico, estaba pasando desapercibido el cambio profundo que anidaba en las actitudes y en el lenguaje de Francisco.


Por más de una semana, en los ratos de mayor libertad, leí discursos y busqué imágenes del papa. En su primer encuentro con los periodistas, el 16 de mayo, cuando sorprendió con esta oración: “Les dije que les daba de corazón mi bendición. Como muchos de ustedes no pertenecen a la Iglesia católica y otros no son creyentes, de corazón doy esta bendición en silencio a cada uno de ustedes, respetando la conciencia de cada uno, pero sabiendo que cada uno de ustedes es hijo de Dios. Que Dios los bendiga”. O un poco después, al regresar del encuentro con los jóvenes de Brasil y de América Latina, cuando se preguntó: ¿Si alguien es gay quién soy yo para criticarlo?


O luego, en la exhortación a la unidad de las iglesias, donde señaló: “Frente a los episodios del fundamentalismo violento que nos inquietan, el afecto hacia los verdaderos creyentes del Islam debe llevarnos a evitar odiosas generalizaciones, porque el verdadero Islam y una adecuada interpretación del Corán se oponen a toda violencia”.  O en la reflexión sobre el papel de la Iglesia cuando afirmó que: “La Iglesia, aunque es una institución humana, no tiene una naturaleza política sino esencialmente espiritual” y fue más lejos señalando que: “El contubernio con el poder político termina pudriendo a la Iglesia”.


Recordé estas admoniciones y los momentos en que Francisco decidió vivir en la casa de huéspedes del Vaticano en vez de la residencia asignada al sumo pontífice, utilizar su viejo carro particular, llamar inesperadamente a personas que sufrían o necesitaban su saludo o su consuelo, hablar de “una iglesia pobre y para los pobres”. Recordé todo eso después de ver las lacerantes imágenes del asesinato atroz del periodista James Foley y supe que en el amanecer del nuevo milenio dos religiones definitivas para la humanidad caminan en contravía.


Mientras en el seno del Islam las corrientes fundamentalistas y violentas, más ligadas a la política y al poder, más intolerantes y excluyentes, se toman la Iglesia, en el mundo católico su líder y conductor ha sorprendido a todos sus fieles con un mensaje de apertura hacia los diferentes, de inclusión de las minorías sexuales y étnicas, de opción por los pobres, de distancia del poder, de la riqueza y de la política, con su reivindicación de una iglesia misionera, volcada hacia la calle, profundamente espiritual.


Nota: Tragedia en la Sierra Nevada. Han asesinado a Jacinto Sauna hijo del gobernador del Cabildo Kogui Santos Sauna. Antes murieron por un rayo 11 wiwas y por una avalancha seis arhuacos. Mi abrazo solidario.


Columna de opinión publicada en Semana.com


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