Afinales de mayo de 2012, en compañía de Ariel Ávila, me reuní con el entonces canciller Nicolás Maduro y unas semanas después visité al presidente Santos para contarle los pormenores de esa conversación. A lo largo de 2011 habíamos realizado una investigación en la línea de frontera entre Colombia y Venezuela y fruto de esa indagación se había publicado La Frontera Caliente un libro con datos dramáticos de la situación de los pueblos fronterizos.
El embajador de Venezuela en Colombia, Iván Rincón, nos había llamado para decirnos que el presidente Chávez estaba leyendo el libro y quería reunirse con nosotros para conocer más detalles de la investigación. Fuimos a Caracas y no fue posible el encuentro con el mandatario venezolano. Nos dijeron que los quebrantos de salud lo obligaban a un plan de recuperación para enfrentar las elecciones del mes de octubre que se presagiaban complicadas y duras.
Nos recibió Maduro en la Cancillería, un domingo en la tarde. Tenía también el libro en sus manos y un enorme interés por conocer historias y datos de la frontera. Fue una conversación de varias horas. Empezamos por las cifras y le dijimos que no eran menos de 30.000 los homicidios reportados en diez años en esa frontera y datos conservadores decían que el contrabando de gasolina alcanzaba 1 millón de barriles por año, el de whisky 9 millones de botellas y el de cigarrillos podía contarse en millones y millones de cajetillas. Le aseguramos que el narcotráfico estaba creciendo de manera alarmante.
Entramos a mirar las responsabilidades y dijimos que le hablaríamos con toda franqueza aunque esto pudiera generarle molestias. La frontera en ese momento estaba tachonada de grupos ilegales que en complicidad con sectores de la fuerza pública y con líderes políticos de los dos lados controlaban negocios jugosos. En algunos pasos fronterizos estaban las guerrillas complacidas por sectores afines al chavismo y en otros estaban los herederos de los paramilitares consentidos por fuerzas de la oposición de Venezuela. En cada caso le dimos ejemplos concretos.
Maduro nos dijo que la llegada de Santos al gobierno había significado un viraje de las relaciones entre los dos países y que tanto el presidente Chávez como él tenían la decisión de colaborar con la paz de Colombia y con la transformación de las fronteras. Habló de la necesidad de un plan conjunto de largo plazo y reconoció que abajo, en la base de la pirámide política y militar, se podían presentar problemas de control y fenómenos de corrupción, pero arriba había una alineación con el gobierno de Chávez y por ello una voluntad compartida entre Caracas y Bogotá podría dar grandes frutos.
Esas mismas cosas las hablé con el presidente Santos tiempo después, haciendo énfasis en dos casos preocupantes de la coyuntura: la situación de La Guajira y los nexos del gobernador Francisco Gómez y su aliado Marcos Figueroa con las mafias venezolanas que llegaban hasta la Policía en Maracaibo, igualmente el control de los pasos de frontera en Arauca y en el Catatumbo por fuerzas de la guerrilla y el incremento de las tensiones sociales y militares en estos lugares. También sentí gran interés del presidente por abocar un plan conjunto y de largo plazo sobre la frontera, cosa que ya se había hablado en los primeros encuentros con Chávez.
El tiempo ha pasado y el plan conjunto no ha visto la luz. Entre tanto murió Chávez, la situación económica y social en el vecino país se ha deteriorado, la inestabilidad política se ha agudizado y las dificultades del gobierno de Maduro se han multiplicado. Pero también a este lado se sienten las consecuencias de la crisis económica y las angustias sociales derivadas de ella. Es una situación explosiva y dolorosa que el gobierno de Venezuela ha inflamado aun más con el cierre de la frontera, la deportación y el atropello a miles de colombianos, acciones que sin duda alguna le producen réditos políticos en el interior del país, pero alteran de manera infame las relaciones entre los dos países y la tranquilidad diplomática de la región.
El presidente Santos ha hecho bien en no dejar que la oposición de derechas encabezada por el presidente Uribe se apodere de la bandera nacionalista y de la protección verbal de los colombianos. Las declaraciones duras y la decisión de explorar espacios internacionales han sido movidas sagaces de Santos en la disputa política interna.
Pero eso se agotó y ahora es urgente la reunión directa con Maduro para poner fin a la crisis humanitaria mediante el cese de las deportaciones y la apertura de la frontera; pero, sobre todo, para idear conjuntamente un plan de largo plazo y aprovechar las negociaciones de paz que se adelantan con las guerrillas en función de un posconflicto fronterizo que ofrezca soluciones a los graves problemas que vive la población de ambas naciones.
Columna de opinión publicada en Revista Semana
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