Católico premiado y respetuoso de la moral: así era el mayor asesino de liberales del Valle del Cauca
- Redacción Pares
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Por: Redacción Pares

Los Pájaros eran escuadrones de la muerte formados por campesinos con filiación conservadora. La mayoría eran ultracatólicos de misa diaria, preservadores de la moral, que solo hacían lo que les mandaba el cura del pueblo desde el púlpito. Acuérdense que, para obispos como Miguel Ángel Builes, matar liberales no era pecado. En Boyacá se movían los Chulavitas, que eran policías de espumarajo en la boca. La mayoría de ellos había nacido en ese municipio de ese departamento. A los Pájaros les decían así por su comportamiento furtivo: después de disparar, huían tan rápido que parecía que tuvieran alas. Eran sostenidos por élites conservadoras, por eso no tenían que preocuparse por sus defensas. Siempre les dejaban los mejores abogados. Perseguían a liberales, comunistas, librepensadoras. Ni hablar de las diversidades sexuales. El más feroz de todos era León María Lozano. Conocido como el Cóndor. Se hizo famoso en toda Colombia debido a una película, Cóndores no entierran todos los días, dirigida por Francisco Norden, estrenada en 1984. Fue un éxito arrollador internacional. Adaptación de la novela cumbre del gran escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal.
Lozano se hizo conocido en Tuluá el 9 de abril de 1948, después del asesinato del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán. La venganza de los gaitanistas provocó levantamientos tan devastadores como El Bogotazo. En Tuluá los liberales querían quemar un colegio. La reacción de Lozano no se hizo esperar: con un taco de dinamita encendido por su propio cigarrillo dispersó a la multitud. Nunca llevó un arma encima, tenía dos guardaespaldas feroces y el que él señalaba, al otro día no amanecía.
Las órdenes de sus asesinatos salían del Happy bar de Tuluá en donde, religiosamente, después de misa, se hacía en la barra e iba atendiendo a los que pedían alguna consulta. Para 1952, durante el gobierno de Laureano Gómez, se trazaron una diabólica misión: sacar del pueblo, asesinar hasta el último liberal. Como cuenta Álvarez Gardeazábal en su novela, lo intentaron matar varias veces. Un día fue con un queso lleno de veneno, se intoxicaron él y sus dos hijas. Los salvaron en el último momento. Ahí se inventó un plan: dejó circular el rumor de que el veneno lo había matado. Los liberales de Tuluá hicieron una fiesta para celebrar la buena noticia. Salían a las calles, bebían hasta caer tendidos. La respuesta fue asesinar a doscientas personas. Su esposa fue Agripina Salgado. Era invitado constantemente a los mejores banquetes, a las casas más respetadas. Era el encargado de guardar la moral de Tuluá. Por eso, cuando llegó Rojas Pinilla, le dieron la cruz de Boyacá por sus labores humanitarias: matar librepensadores.
Lozano fue asesinado el 10 de octubre de 1956. La persona que tomó el arma fue el hijo de una de sus múltiples víctimas: Simón Torrente. La manera como el establecimiento consintió a este pájaro fue emblemática. Pájaros o Paracos hay élite que cree en ellos. Un buen ciudadano, en un país retardatario, es aquel que, con sangre y fuego, es capaz de mantener el orden establecido.