Carlos Lehder ayudó a perfeccionar el aparato paramilitar en Colombia
- Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones
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Por: Iván Gallo Coordinador de comunicaciones

Tenía culpa sobre la fascinación que me pueden causar los mafiosos. Se me quitó cuando leí el libro La balada de Al Capone, mafia y capitalismo, del pensador alemán Hans Magnus Enzensberger en el que afirma que, allí donde no existe el Estado, aparece la figura del sheriff del oeste, del ajusticiador social, que, a pesar de sus crímenes, de su renuncia a cualquier viso de humanidad, asume funciones que no son propias de un civil: hacer justicia por mano propia, repartir la riqueza, asesinar al que ellos señalan como malo. Somos tan primarios que, como sociedad, aceptamos al malo casi como el bueno de la película.
Fascinación es la que ha causado el regreso al país de Carlos Lehder. Aún nos sabemos cuál es la razón de su vuelta, a sus 76 años, cuando ya dio todas las guerras que tenía que dar. Además, está lejos de salir del foco mediático. Lehder quiere cámara. Por eso ha dado entrevistas a los medios más importantes de este país. La semana pasada, incluso, apareció posando ante los escombros de su gran proyecto turístico: la Posada Alemana, el complejo hotelero que inauguró en 1983 y con el que puso al Eje cafetero en el centro del turismo nacional.
Lehder ha afirmado en sus entrevistas que es un pobre viejecito sin nadita que comer. Que ya no tiene deudas en Colombia, y el tufillo nazi que siempre lo persiguió ya se disipó. Lo que nos quiere vender es que sus años de mafioso quedaron atrás, que no fue más que un ataque de rebeldía de un joven, algo tan inocente como para un estudiante universitario tirarle piedra a un policía o un niño rico que chocó demasiados autos a su padre.
La verdad es que Lehder aún tiene una deuda con Colombia: la de contar la verdad. En 1981 el M-19, en un error de cálculo, secuestró a Marta Nieves Ochoa, una de las hermanas del famoso clan tan cercano a Pablo Escobar y a respetables señores de bien de Medellín, como Alberto Uribe Sierra. Lehder encontró una respuesta que cuajó muy bien en el cartel del cual era su jefe de finanzas. Y fue enseñarle a punta de violencia a los secuestradores de la hermana de su socio. Tenían que darles una lección a los guerrilleros: o se alineaban con los mafiosos o serían arrasados. Ya había antecedentes de formación de Autodefensas, sobre todo en el Magdalena Medio. Uno de ellos fue el Ramón Isaza y sus “escopeteros”. Vivían de recoger donaciones por parte de los ganaderos de la región, que estaban cansados de ser azotados a punta de secuestro y vacunas. Así que decidieron contestar con violencia.
Por eso los mafiosos del cartel de Medellín, pidiendo cuotas de hasta un millón de dólares, crearon el MAS, Muerte a Secuestradores. De ellos fue la idea de tecnificar y perfeccionar ejércitos privados, que no solo sirvieran para repeler las causas subversivas, sino que podían aceitarlos como un factor desequilibrante a la hora de atacar a sus enemigos, de defenderse y, ¿por qué no?, para obtener más riquezas. Entre los hombres que mejor se entusiasmaron por esta decisión para defenderse y atacar a las guerrillas, hubo dos que esgrimieron la venganza como una excusa para justificar su crueldad: los hermanos Castaño Gil, Fidel y Carlos. Vicente en ese momento estaba al margen. No hay dudas de que, en un hilo de tiempo, la creación del MAS funge como el momento en donde se funda oficialmente el paramilitarismo como lo conocemos.
Lehder quiere pasar por inocente sosteniendo que él fue extraditado en 1987, antes de que la guerra con el Estado se volviera más crítica. No puede escaparse de su responsabilidad con este argumento. Lehder debe contar la verdad sobre el origen del paramilitarismo en Colombia. Al parecer tiene la versión original. Sus víctimas y el país necesitamos saberlo.