Por: Ghina Castrillón Torres
Politóloga feminista
En la reciente jornada electoral del 29 de octubre, una delegada del Ministerio Público me dijo que “haciendo bulla me veía fea”, mientras registraba una queja formal contra un policía en mi puesto de votación acá en Buenaventura, lo que me llevó a reflexionar, una vez más sobre ¿por qué a las mujeres se nos quiere controlar haciendo alusión a nuestra apariencia física?
Recordé la frase que a menudo nos han repetido a las mujeres que, en mi caso, mi abuela y otras mujeres de mi familia me la repitieron cientos de veces: "calladita te ves más bonita". Sin embargo, contrario a sus expectativas, mi respuesta fue siempre la misma: no quedarme callada, de hecho, hasta hablo mucho más.
Como feminista cuestiono constantemente los estereotipos con los que debemos cargar las mujeres y lucho contra la idea de que debemos permanecer en silencio para agradar a las demás personas, especialmente a los hombres. A las mujeres nos han enseñado que debemos ser sumisas y silenciosas para que nos quieran. Hemos sido condicionadas para pensar que nuestra apariencia es más importante que nuestra voz, que ser atractiva debería ser más valioso que expresar lo que pensamos, sentimos o deseamos.
Sin embargo, el feminismo me enseñó que no hay belleza en el silencio impuesto. Nos han dicho que callar y obedecer es una “virtud” deseable en las mujeres, pero esto es una gran mentira que perpetúa la desigualdad. No es nuestra apariencia o nuestro silencio lo que nos hace valiosas; son nuestras voces y acciones. La socialización machista nos ha condicionado para ser complacientes y abnegadas, estos estereotipos de género han limitado nuestras vidas y nuestras aspiraciones, y nos han condenado a mantenernos en silencio.
Además, nos fiscalizan fuertemente el tono de nuestra voz. Nos dicen "histéricas" para deslegitimarnos. Este tipo de etiquetas, claramente sexistas, son una forma de violencia que busca perpetuar el control que han tenido sobre nosotras y restringir nuestra expresión en el espacio público.
Pero no más…
Hoy, más que nunca, es el momento de alzar la voz. El papel de nosotras en la política, en la economía, en la vida, es fundamental. No debemos permitir que los problemas que nos afectan no sean tenidos en cuenta y para eso debemos hablar, debemos expresar nuestras preocupaciones y nuestras necesidades, porque como dice la premisa feminista ¡no somos histéricas, somos históricas! Las mujeres somos diversas en nuestros intereses, necesidades y cualidades, y no debemos ser reducidas al silencio.
No obstante, esta es una lucha colectiva. Para liberarnos de estos estereotipos debemos fomentar la sororidad entre mujeres, porque no estamos solas, aunque nos hagan creerlo. Bien dijo bell hooks que “los grupos radicales de mujeres mantenemos nuestro compromiso con la construcción de la sororidad, con hacer de la solidaridad política entre mujeres una realidad en marcha”. Además, es fundamental entender que el problema no radica en el volumen de nuestra voz o en el tono con el que hablamos, sino en la estructura patriarcal que busca mantenernos alejadas de los escenarios públicos.
Finalmente, debemos recordar que la belleza no es un estándar único e inmóvil. Justamente la belleza está en la diversidad y en la confianza para ser quienes somos, sin miedo a ser juzgadas. Cuando nos expresamos libremente, cuando alzamos la voz por lo que creemos, eso es lo que nos hace hermosas.
La próxima vez que alguien nos diga que "calladitas nos vemos más bonitas", recordemos que nuestra voz ha sido y seguirá siendo nuestro poder, hablar no nos hace menos bonitas; porque no hay belleza en el silencio forzado.
Y así como le respondí a la funcionaria, les digo a ustedes: yo me veo bonita exigiendo mis derechos.
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