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Caer en manos de un Bukele: las trampas de la narrativa de la “sinsalida”

Por: Laura Bonilla




No puedo encontrar una palabra más concisa para describir la situación que, según muchos, enfrentamos. Tanto mis colegas del gremio como yo compartimos una profunda insatisfacción con el estado actual de las cosas en cuanto a paz y seguridad. Esta sensación se asemeja más a una tristeza colectiva o a una fuerte desilusión.


La sensación de 'sinsalida' surge cuando uno siente que ha intentado todo sin obtener resultados. El análisis de la situación actual en cuanto a seguridad y violencia a menudo cae en estos clichés. Frases como 'estamos peor que antes' o 'la paz no está funcionando' son comunes en eventos de análisis en los que coincidimos casi siempre. Sin embargo, en muchas ocasiones, no comprendemos realmente lo que está sucediendo. ¿Estamos siendo arrastrados por una desazón colectiva que, a su vez, está llevando a la opinión pública a considerar que cualquier opción de paz es inviable? Ésta, les confieso, es mi gran preocupación hoy.


No creo que estemos equivocados, especialmente porque los datos, la evidencia y los testimonios respaldan nuestra afirmación de que estamos experimentando un aumento grave, preocupante y dramático de la violencia, que afecta especialmente a la vida y la dignidad mínima de las personas más vulnerables. Pero sí creo que la mayoría de los análisis se están equivocando en la causalidad. Y, además, que, en el ánimo de la desilusión, un resultado no esperado puede ser un viraje a una alternativa de guerra abierta y total contra unos sectores, mientras se congracian con otros, al estilo de Bukele.


Por eso creo que es mucho mejor hacer más preguntas y menos afirmaciones. Por ejemplo: ¿produjo la paz total una oleada de violencia e inseguridad? ¿Y cómo lo medimos o demostramos? Probablemente los anuncios desordenados del 2022 y el establecimiento de negociaciones tuvieron un impacto en la violencia ejercida con los grupos, especialmente en la violencia orientada al disciplinamiento social y político de las comunidades, como lo es el asesinato de líderes sociales. ¿Pero y las demás? En el caso del EMC efectivamente lo que demuestran los datos y también los testimonios es que durante el período del cese al fuego se hicieron más fuertes en donde ya tenían presencia. ¿Pero no es posible que parte de esto se deba a la unificación – un tanto artificial – de diversos grupos disidentes para facilitar la negociación con el gobierno? En este caso, ese sí sería un efecto directo de la política de negociación del gobierno nacional. ¿Pero hubiera ocurrido lo contrario ante la ausencia de ella? Y si esto es así, ¿por qué el número de grupos armados pasó de 18 a 33 entre el 2018 y el 2022 cuando la política estaba absolutamente lejos de las negociaciones de paz? Finalmente se podría preguntar: ¿Es verdad que lo que está produciendo la violencia son las confrontaciones o combates entre grupos? O más bien no estamos entendiendo bien este ciclo de violencia.


También sería un exabrupto decir que lo que ocurre se ha dejado campante al narcotráfico o a las economías ilícitas cuando registramos las mayores cifras en diez años de incautación de cocaína (aumentó en un 13%) o en la intervención de minas ilegales (46%). O incluso uno podría decir que es un error analítico establecer tantas consecuencias en el comportamiento de un solo actor (El Estado) e ignorar las de otro muy importante (el mercado, en este caso de drogas y bienes ilícitos). ¿No podría ser que nuestra nueva ola de violencia también está muy asociada a cambios en los mercados asociados a la criminalidad como la baja en los precios de la coca o el exceso de oro ilegal cuyas rutas son operadas por el Clan del Golfo? ¿Y qué tanto los mercados de la corrupción económica y política son hoy más patrocinadores de la violencia que el mismo narcotráfico?


Lo que no podemos perder como país, pese a todos estos retos, es la necesidad de que alcanzar la paz sea el fundamento de un acuerdo nacional entre los sectores políticos democráticos, no violentos y alejados de la corrupción. Pero la narrativa de la 'sinsalida' no nos ayuda a hacerlo. No está de más recordar que cuando las sociedades llegan a este punto, les da por experimentar con el autoritarismo.

 

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