Por: Guillermo Linero
Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda.
La mayoría de las personas, más por desinformación que por insensatez, relacionan al comunismo con Fidel Castro, Hugo Chávez, Daniel Ortega, Lula da Silva, e incluso, con Gustavo Petro; cuando en verdad ninguno de ellos es ni ha sido comunista. Hay también quienes, estudiando la historia, lo relacionan con la Revolución rusa, liderada por Lenin y con la Revolución China, liderada por Mao Tse-Tung, ambos levantamientos populares y ambos líderes lejanos de lo que desde su definición es el comunismo.
E igual hay quienes, más aguzados que los anteriores, relacionan al comunismo con Marx y Engels, que lo determinaron científicamente como un modelo de economía política, cuya implantación tan a largo plazo les resultaba más parecida a una utopía que a una esperanza. De hecho, los filósofos advirtieron rápidamente que para su desempeño funcional sería indispensable preparar a la población a tal punto que su comportamiento ciudadano fuera naturalmente ejemplar y en consecuencia, las normas y las leyes innecesarias.
Con todo, siendo el comunismo un proyecto a todas luces más utópico que posible, Marx y Engels previeron puntuales etapas para su implementación futura. Se requería, primero, el desmonte de las formas de gobierno y de los modos de producción regentes -las sociedades capitalistas del industrialismo- y luego de esto requería el establecimiento de un estado socialista, plegado a los entendimientos ya consolidados en Francia, Inglaterra y en buena parte de Europa.
Cabe decir, cómo a Marx y a Engels les endilgan la creación del socialismo como modelo anticapitalista, siendo que mucho tiempo antes de ellos ya en Francia se había gestado, con ese mismo rótulo de socialismo, a una línea político y filosófica abanderada entre otros por Saint-Simón y Owen, que buscaban -desde la crítica al individualismo y a las competencias manipulables del mercado- un control colectivo, o mejor, un régimen económico corporativo; es decir, constituido por empresas de muchas personas (“la unión hace la fuerza”) y no por empresas de una sola persona poderosa.
De igual manera, a mediados del siglo XIX, en Inglaterra se había avanzado bastante alrededor de la misma idea, animados por el eslogan revolucionario “políticas para la gente” y en conexión con los principios filosóficos del cristianismo, tendientes al reconocimiento del otro. Luego, ya en los comienzos del siglo XX, George Douglas, reviviría la noción del socialismo corporativo, implícita en el socialismo utópico, pero esta vez delegando el manejo de las corporaciones a la clase trabajadora y no a las personas en general, como era la idea de Saint Simons.
De manera que, Karl Marx y Friedrich Engels, conscientes de la inaplicabilidad a corto y mediano plazo del comunismo, visualizaron como realizable sólo la etapa correspondiente al socialismo, y lo tomaron tan en serio que le consideraron siempre bajo el rótulo de “socialismo científico”, para precisar que su devenir era un asunto histórico y su materialización la continua lucha de clases. Un entendimiento bajo el cual nadie puede cuestionar la aplicación del sistema comunista mientras exista una realidad histórica entregada a las formas del capitalismo y mientras continúe la lucha de clases como todavía hoy ocurre.
Sin embargo, bajo el señalamiento de comunistas, todos los socialistas, desde Marx hasta Chávez, han sido y siguen siendo blanco de críticas adversas, no sin justa razón, porque quiérase o no, con el socialismo en el poder hubo mucha desigualdad e injusticia durante el siglo XX tanto en Europa, Asia, China como en el Caribe. Y más que un intento por derribar a las clases poderosas y por desmontar al capitalismo, hicieron lo mismo que los gobiernos capitalistas con distintas banderas y excusas.
Lo cierto es que hay muy pocas personas enteradas del Comunismo, tal y como Friedrich Engels lo describió en su ensayo “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”; es decir, como el primer momento en el desarrollo de las sociedades con un modo económico de producción basado en el sentido común y en las buenas relaciones entre los humanos; todo como resultado de haber advertido la necesidad -motivados por la misma supervivencia- de pensar para el beneficio de la colectividad antes que hacerlo para el beneficio de sí mismos.
Ese es el principal elemento del comunismo fundacional: la búsqueda del interés social por encima del interés individual. Una premisa tan fuerte que, desde entonces y hasta hoy, los gobiernos democráticos coinciden en ese principio comunista materializado en el campo jurídico de la administración pública: “El interés general prevalece sobre el particular”.
En efecto, ya está demostrado científicamente -con la lógica de los entendimientos y con las comprobaciones arqueológicas- cómo las relaciones de ese grupo social primigenio, donde cada uno de sus integrantes estaba acostumbrado a pensar en sí mismo como individuo, empezó de pronto a desarrollar un modo de vida, una cotidianidad y unas relaciones grupales, plenas de armonía social, donde todas las personas eran buenas y donde a nadie le faltaba algo, excepto que les faltara a todos.
La descripción que hizo Engels en su ensayo “El origen de la familia, la propiedad privada y el estado”, acerca de la organización social de los indios piel roja norteamericanos, lo ilustra mejor: “La grandeza del régimen de la gens, pero también su limitación, es que en ella no tienen cabida la dominación ni la servidumbre. En el interior, no existe aún diferencia entre derechos y deberes; para el indio no existe el problema de saber si es un derecho o un deber tomar parte en los negocios sociales, sumarse a una venganza de sangre o aceptar una compensación; el planteárselo le parecería tan absurdo como preguntarse si comer, dormir o cazar es un deber o un derecho”. (F. Engels. El origen de la familia, la propiedad privada y el estado. Cap. IX, Barbarie y Civilización).
Eso es lo que veríamos, de existir el comunismo real; pero ese comunismo primitivo se desdibujó y fue sucedido por modelos de organización social total y atrozmente contrarios a las bondades de la sana convivencia y al sentido común. Ese comunismo natural se perdió y cuando Marx y Engels advirtieron que había existido, decidieron explicarlo científicamente. De ahí que Lenin, Stalin y Mao Tse Tung se abstrajeron en la obtención del poder -la primera etapa del comunismo- para luego imponer el socialismo con la intención de abonar el camino hacia el comunismo; pero no alcanzaron ni lo uno (el socialismo) ni lo otro (el comunismo).
En adelante se erigieron gobiernos socialistas que no pudieron consolidar más que la primera etapa, la guerrerista, porque cuando hubo la opción de implementar la etapa correspondiente al socialismo, tomaron un camino distinto al de los primigenios comunistas. De modo que no hay porqué oponerse a una nueva versión del comunismo si ésta busca reivindicar no a los movimientos socialistas, fracasados todos, sino el modelo del comunismo primitivo.
Por tales razones, no entiendo por qué la gente se va en contra de unas nuevas posibilidades del comunismo, o mejor, de lo que sería el Neocomunismo. El neocomunismo, de existir como una nueva versión del comunismo primitivo, tendrá que desmontar la acumulación de riquezas y los demás abusos del capitalismo salvaje o del esclavismo posmoderno; pero como nuevo que es tendrá que promover la propiedad privada.
Si el neocomunismo es efectivamente nuevo, eso quiere decir que los estados dejarían de ser los únicos administradores de los bienes públicos y los únicos dictadores de las conductas morales de la sociedad, y tendrían que considerar, necesariamente, la igualdad hasta en términos de poder. Si el neocomunismo existiera, tendría que dejar de ser un proyecto soportado sobre la base de sepultar las formas viejas a través de las rupturas violentas de las revoluciones, como se creía que era la única manera de llegar a un cambio que posibilitará la opción del comunismo. Ya se logró en Latinoamérica con Chávez, Evo Morales, Lula da Silva, Rafael Correa, Cristina Fernández y con el actual presidente del Perú, Pedro Castillo, que han tenido la opción de la ruptura con las formas políticas tradicionales, sin necesidad de actos violentos y sin el uso de las armas. Esa característica del cambio desde la paz, tendría que ser bandera del Neocomunismo.
Los comunistas ortodoxos (los socialistas del siglo XX ) pretendían, por ejemplo, suprimir las clases sociales eliminando las diferencias entre quienes tenían mucho capital, los que tenían menos y los que nada tenían. En el neocomunismo -sin llegar a ser un modelo de sociedad donde todos tengan lo mismo-, tendrían que garantizarse al menos las necesidades básicas, como la salud, alimentación, vivienda y educación, que en el presente son un lujo de privilegiados. Lo demás, podría resolverse incluso con fórmulas capitalistas.
Si el neocomunismo en verdad fuera una fórmula aplicable como ideología y modelo de producción económica, entonces tendría que desmontar el criterio de que quienes han sido de derecha, quienes han delinquido políticamente, deban excluirse o ser llevados a la picota pública. Por el contrario -sin perdonar a los criminales- habría que incluir, como la democracia lo exige y como no lo hicieron los socialistas del siglo XX, a los opositores.
Los mal llamados comunistas del siglo XX torturaban y asesinaban a sus opositores, como suelen hacerlo los gobiernos de derecha, o los obligaban a salir del país cuando no eran expulsados. Eso también tendría que cambiar y tendría que ocurrir algo semejante a lo que en Colombia están tratando de alcanzar los grupos de partidos o fuerzas políticas reunidas (aliados bajo los nombres de Coalición de la Esperanza, Coalición de la Experiencia y el Pacto Histórico) que buscan, precisamente, una comunión donde, cualquiera sea el resultado de las elecciones, los candidatos asociados a cada grupo acompañarán a quien de ellos sea el ganador, sin importar lo opuesto que sean políticamente. Esto, ya es un elemento constitutivo del neocomunismo, y una prueba de que puede existir buenamente.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido su autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
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