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Foto del escritorRedacción Pares

¿A qué está jugando el Eln mientras las Farc se desmovilizan?



En febrero, cuando el Eln anunció el primer paro armado del año, el presidente Juan Manuel Santos les respondió con firmeza: “Si creen que van a llegar en mejores condiciones a la mesa de negociación, se equivocan de cabo a rabo”. Para ese momento, y tras casi cuatro años de aproximaciones, la posibilidad de una negociación de paz con esa guerrilla parecía estar muy cerca.

Y efectivamente, poco tiempo después, el 30 de marzo, Gobierno y guerrilla anunciaban desde Caracas que la mesa de conversaciones estaba instalada.Todo parecía indicar que al tren de la paz que estaba en marcha con las Farc se subiría ese grupo armado de inspiración castrista, fundado en 1964.

No ha sido así. Mientras que el proceso de paz con las Farc ya se cerró y tendrá su firma final en ocho días, el del Eln no da señales de vida. Por el contrario, esa guerrilla acaba de terminar su segundo paro armado, lo que puso al país en la paradójica situación de vivir al mismo tiempo un clima de optimismo y una lluvia de aplausos y felicitaciones internacionales por la paz conseguida con las Farc, mientras que en los noticieros se mostraban, en una suerte de gran salto al pasado, las tractomulas y buses quemados por el Eln en su afán por paralizar a buena parte del oriente del país.

Analistas como Víctor de Currea-Lugo, autor de dos libros sobre esta guerrilla, coinciden en que las recientes acciones del grupo parecen seguir la misma lógica del primer paro armado, y que consiste en “mostrar los dientes” y “valorizarse” para cuando llegue la hora de negociar.

Un momento que sigue frenado por la negativa del Eln a cumplir con la condición que puso el Gobierno para darles la largada a los diálogos: que se detenga el secuestro y que todos los secuestrados en poder de la guerrilla sean liberados. Un pedido que cobra aún más sentido luego de que las Farc pidieran un público perdón por el daño causado por los secuestros que cometieron durante el conflicto y reconocieran que esos actos provocaron “un gran dolor”.

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El Centro de Recursos para el Análisis de Conflictos (Cerac) sostiene que desde el 2010 conoce 132 casos de civiles y cuatro de la Fuerza Pública que han sido privados de la libertad por este grupo, aunque actualmente no se conozca a ciencia cierta el número de personas que siguen en su poder.

Paralelamente, el Eln ha intensificado su accionar militar. En el mes de febrero realizó 73 acciones armadas, cifra que supera con creces el promedio de su actividad mensual del último lustro.

No obstante, informes como el de la Fundación Ideas para la Paz –‘Eln, mucho ruido y poca fuerza’– y otro del Cerac –‘El renacer del Eln: inefectivo en lo militar y costoso en lo político’– sostienen que si bien esta guerrilla ha incrementado su accionar militar, este tampoco puede sobredimensionarse.

Las cifras son elocuentes. Un informe de inteligencia de la Policía establece que de los 5.000 hombres en armas que alguna vez tuvo el grupo guerrillero, hoy quedan unos 1.450, y que en los últimos dos años han caído –presos o en combate– 25 de sus jefes en diferentes operativos.

Luis Eduardo Celis, asesor en temas de conflicto y paz de la fundación Paz y Reconciliación, pone las cosas en un justo medio al afirmar que si bien es claro que esta guerrilla no tiene el poder para desestabilizar el Estado, también lo es que “con 1.450 hombres armados y casi 4.000 milicianos, no es una fuerza despreciable para perturbar la vida económica y política de los territorios en los que tiene presencia. Son expertos en el combate guerrillero y saben muy bien cómo moverse en estas zonas”.

El sentido común ciudadano podrá indicar que a pesar de esto, se trata de una guerrilla mucho menor en tamaño y fuerza que las Farc (7.500 hombres en armas y 10.000 milicianos) y que así mismo debería ser la tolerancia y la apertura frente a sus demandas, entre las que se destacan negarse a cualquier gesto de paz unilateral, como el fin del secuestro, para sentarse a dialogar. O la exigencia de que los diálogos estén atravesados por un fuerte componente de sociedad civil – integrado por minorías, ONG, campesinos, trabajadores y empresarios– que, incluso, pueda reorientar la agenda inicial de seis puntos que permitió la instalación de la mesa de diálogo el 30 de marzo.

Análisis como el de Katherine Torres, coordinadora de la campaña ‘Paz completa’, dicen que justamente ese constante parangón con las Farc pudo haber agudizado la búsqueda de atención del Eln, como una suerte de “complejo del hermano menor”: “Se trata casi de una subestimación general –asegura Torres– de su papel como guerrilla y de la certeza de que en cualquier momento podría acabarse con ellos militarmente. Frente a lo que el Eln responde con fuerza. Y son las comunidades y los territorios donde operan los afectados por esta reacción”.

Celis está de acuerdo con esa lectura, que en su opinión se vio impulsada por “la generalizada idea del ‘ahora o nunca’, ante el avance de los diálogos con las Farc, y sin tener en cuenta que los ultimátums no suelen conmover a las guerrillas”. Además, el analista pide prudencia con la idea de que una vez desmovilizadas las Farc, toda la fuerza militar del Estado podrá concentrarse en el Eln y su derrota sería cosa de meses. “Si no hay diálogo, el conflicto podría extenderse por al menos seis años más. Creer que el Ejército terminará rápidamente con el Eln es un error: imaginémonos a un león cazando a una docena de pulgas”.

Jorge Restrepo, director del Cerac, aporta que en caso de que las partes no encuentren el camino al diálogo, “tenemos que pensar en una fase de crecimiento de la violencia, que por lo menos duraría tres años antes de que la cúpula de ese grupo entre a reconsiderar su postura hacia un diálogo; años en los que la sociedad civil tendría niveles de violencia focalizada y movilidad restringida en ciertas regiones del país”.

Por supuesto que para todos los analistas consultados, la salida ideal sigue siendo el diálogo. Pero la mayoría coincide en que no son pocos los obstáculos que enfrenta dicha opción, como por ejemplo el notable radicalismo con el que la jefatura guerrillera suele ver la política.

“No olvidemos –apunta De Currea-Lugo– la consigna ‘elena’: ‘Ni un paso atrás, liberación o muerte’. Diera la impresión de que ciertos sectores de la guerrilla están atrapados en sus propios principios, que ven como una traición ceder para llegar a su objetivo. Desde ese punto de vista, el Eln no le teme a la arremetida militar, pues a través de la idealización de figuras como ‘Che’ Guevara y el cura Camilo Torres han asociado el martirio al acto de fe de la ‘liberación’: piensan que no importa si mueren, alguien seguirá luchando. Y en esta perspectiva no hay prisa”.

Joe Broderick, biógrafo de dos de las figuras emblemáticas del Eln, ‘Camilo, el cura guerrillero’ y ‘El guerrillero invisible’ (Manuel el ‘cura’ Pérez), refuerza la postura: “Los ‘elenos’ resaltan la importancia de virtudes como el sacrificio, la integridad y la fidelidad; por encima, tal vez, de la eficacia o el éxito político”; y sentencia que “más bien son ellos (los del Eln) los que siempre han despreciado a las Farc, en un principio por ‘mamertos’ (es decir, ser de la línea soviética del Partido Comunista), y ahora, tal vez, por rendirse ante los (para ellos, al menos) poco revolucionarios acuerdos actuales con el Estado”.

De Currea considera que el Eln no se siente representado en los acuerdos de La Habana, porque a juicio de esta guerrilla faltó más sociedad civil, lo que evitó los cambios estructurales que creen que necesita el país y de los que no se escapa la discusión del modelo económico, una línea roja incruzable para Santos.

Jorge Restrepo piensa que, a pesar de todo, “quiéralo o no el Eln, entiéndalo o no, los acuerdos de La Habana lo dejan en una condición marginal, pues muy difícilmente podrán adelantar un diálogo que lleve a una nueva Jurisdicción Especial para la Paz, diferente a la que cobijará el fin del conflicto con las Farc, entre otras razones porque más cambios y excepciones desgastarían excesivamente la institucionalidad del país”. En términos prácticos, los guerrilleros no recibirán más concesiones de las acordadas y, como es de esperarse, tampoco se conformarían con menos.

Los tres primeros puntos de la agenda con el Eln – ‘Participación de la sociedad en la construcción de la paz’, ‘Democracia para la paz’ y ‘Transformaciones para la paz’– son los que marcarían la diferencia con el proceso con las Farc. Pero a partir del cuarto punto –víctimas, fin del conflicto e implementación de los acuerdos– hay consenso entre los analistas de que lo más sensato es que en esta negociación se adopte lo acordado con los hombres de ‘Timochenko’, pues ya hay un esquema que tomó cuatro años construir y que está avalado por la comunidad internacional.

De acuerdo con Luis Eduardo Celis, en un escenario así, el Eln sí podría definir con mayor precisión temas que le interesan sobremanera como el desarrollo territorial, sobre cómo pueden convivir las grandes, pequeñas y medianas economías en territorios que han sido una fuente de desigualdades e inequidades sociales. “Pero nada de esto servirá si las dos partes no hacen lo posible porque la voluntad de diálogo –que creo que todavía está– prevalezca”.

“Si no se logra el diálogo, no solo pierden el Gobierno y el Eln –afirma Katherine Torres–. Pierde el país la oportunidad de que realmente vivamos un fin global del conflicto”. Torres ve positiva la opción de que los tres últimos puntos de La Habana puedan ser adoptados por las partes, pues así podría tenerse una enorme ganancia frente al que se perfila como un inconveniente enorme de las eventuales negociaciones: el tiempo. “Creo que es necesario comenzar lo antes posible para que pueda haber un final exitoso de paz en los 20 meses que le restan a Santos en la presidencia y no someter el proceso a los avatares electorales del 2018”.

Para Celis, lo importante es comenzar, que ambas partes acuerden cómo hacerlo con gestos de buena voluntad, y que la mesa se desarrolle a su propio ritmo, sin pensar demasiado en que habrá un relevo de gobierno. “A Colombia, en términos de paz, le conviene entender que cada día trae su afán”.

El mensaje que traerá el próximo 2 de octubre

Varios de los analistas consultados concuerdan en que el plebiscito del 2 de octubre –que ratificaría los acuerdos suscritos entre el Gobierno y las Farc– enviará un poderoso mensaje político al país sobre los deseos de la gente frente a la paz. Katherine Torres, de la campaña ‘Paz completa’, sostiene que si mayoritariamente gana el ‘Sí’, Gobierno y Eln deberían aceptar que la voluntad popular “ya no quiere más guerra y deberán resueltamente encontrar una salida a sus diferencias”.

Joe Broderick, por su parte, cree que los comandantes del Eln “están esperando el resultado del proceso político con las Farc antes de tomar una posición frente a las propuestas del Gobierno”.

Finalmente, Víctor de Currea-Lugo considera que la inercia del plebiscito, sumada a la voluntad de mediar el conflicto de instituciones como la Iglesia –el padre Francisco de Roux se ofreció a hacerlo–, quizá le dé a la guerrilla las señales para comenzar, ante el riesgo de generar un sentimiento de paciencia agotada, no en el Gobierno sino en la gente.

DIEGO ALARCÓN Redacción Domingo

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