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Todo lo que cuenta Gabo en ‘Cien años de soledad’ sucedió en Aracataca

  • Foto del escritor: Redacción Pares
    Redacción Pares
  • hace 2 días
  • 3 Min. de lectura

Por: Redacción Pares



¿Qué harían ustedes si tuvieran la posibilidad de entrar en carne y hueso a una obra como Cien años de soledad? Cada paso que se da por las calles de Aracataca es como si le pasara página a la obra cumbre del realismo mágico. Por eso, es por lo que hay que ir este 2 y 3 de agosto a Aracataca para el primer festival Macondo, para conocer las calles, rostros y narradores que inspiraron la creación del universo de Macondo.

 

Gabo amaba la imaginación, pero detestaba las historias que no tenían asidero en la realidad. Por eso, todo lo que leemos en Cien años de soledad no se soporta en la magia, sino en la más cruda realidad. Desde la primera frase: una de las más recordadas de la literatura escrita en español, todo es verdad. A los cinco años, Gabito le dijo a su abuelo Nicolás Ricardo Márquez Mejía que quería conocer el hielo. El viejo general lo llevó a una de las bodegas que quedaban de la compañía bananera, la abrió una nevara donde guardaban los pargos y pudo ver algo que describiría de esta manera tan hermosa en su novela cumbre “Dentro sólo había un enorme bloque transparente, con infinitas agujas internas en las cuales se despedazaba en estrellas de colores la claridad del crepúsculo”. Su abuelo mató a un hombre también cuando era joven, por honor, como le sucedió a José Arcadio Buendía con Prudencio Aguilar. Sin embargo, Aureliano Buendía no está basado en Nicolás Márquez, sino en el general Uribe Uribe, elegante como un cuchillo, héroe de la Guerra de los Mil días.

 

En Macondo, como en Comala, los muertos caminan por las calles. Su abuela, Tranquilina Iguarán, le contaba estas historias de ánimas en pena cuando era niño. Desde entonces, a Gabo le quedó la angustia de la noche, de la oscuridad. Su amigo, el fotógrafo Guillermo Angulo, vive en un viejo castillo en Choachí que fue propiedad del presidente conservador Miguel Abadía Méndez. Una noche Gabo se quedó a dormir allí. Nunca más repetiría la experiencia, ya que, desde el balcón de su cuarto, vio cómo el fantasma del expresidente cruzaba el jardín lleno de orquídeas para ir al lago de los nenúfares y allí bañarse. A Gabo le daban más miedo los muertos que los vivos.

 

Otro de sus amigos, Plinio Apuleyo Mendoza, en su mítica entrevista El olor de la guayaba, duda de que todos los elementos que aparecen en Cien años de soledad sean verdad. “Lo de Remedios la bella es imposible” le dice Plinio, a lo que Gabo responde: “Conocí en Sucre a una quinceañera que se escapó con su novio. Ante la vergüenza pública, su mamá les decía a los conocidos que la muchacha se había ido al cielo en cuerpo y alma”. Incluso, un personaje tan improbable como Mauricio Babilonia, está basado en alguien real: cuando Gabo tenía siete años y aún vivía en la vieja casa de Aracataca, iba cada tanto un electricista que se subía al poste de la luz. Todavía recuerda a su abuela sacando a escobazos las mariposas que ese hombre atraía.

 

En Aracataca, a comienzos de los años 30, había un dromedario tan parecido como el que llevaban los gitanos a Macondo, había viejos sabios que se quemaban con sus experimentos con lupas puestas al sol y había quien soñaba con convertir la mierda en oro. Pero lo más doloroso es que, como le sucedió a Aureliano Segundo, la United Fruit Company puso sus metralletas contra los trabajadores de la compañía bananera y asesinó a 2.000 trabajadores, él fue testigo y nadie le creyó. Hoy en día, en Colombia, todavía hay senadoras que dicen que eso es una exageración, una falacia histórica.

 

 Así que deje todo lo que esté haciendo y visite Aracataca este 2 y 3 de agosto. Emprenda la ruta que lo llevará a los 100 años de Macondo.

 

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