Anatomía de un proceso electoral donde todos quieren ser presidente
- Oscar A. Chala y Diego Alejandro Pedraza, investigadores de la Línea de Democracia y Gobernabilidad
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Por: Diego A. Pedraza y Oscar A. Chala, investigadores de la Línea de Democracia y Gobernabilidad

El panorama electoral de 2026 se está agitando con las más de 42 precandidaturas presidenciales que hay confirmadas hasta el momento.
Esta cifra lleva a pensar como primer punto de partida que en este país muchas personas consideran posible presentar su nombre para aspirar a la Presidencia, lo cual ha llevado a que varias de estas candidaturas se propongan también con el objetivo de ganar visibilidad política, abrir espacios en listas al Congreso o consolidar posiciones dentro de futuras campañas.
En este caso, la fragmentación política y la sobreabundancia de precandidaturas no es solo un fenómeno cuantitativo, sino profundamente ligado a la transformación del sistema de partidos, el uso estratégico de la visibilidad y la emocionalización del voto.
El lanzamiento de las precandidaturas se ha venido haciendo casi desde que Vicky Dávila anunciara su salida de la revista Semana y expresara públicamente su interés político. Desde entonces, varios nombres y colectividades comenzaron a adelantar su participación en la contienda y a impulsar sus intenciones de cara al 2026.
Los que “suenan”

Dentro de los candidatos que “suenan” se ubican aquellos que han sido mencionados con frecuencia en las encuestas durante el último año, desde que comenzaron a circular los primeros nombres en el panorama de la candidatura presidencial de 2026. Muchos de estos aspirantes aún no registran cifras destacadas en las mediciones, pero son figuras con trayectoria política, respaldo organizativo y que han manifestado su interés en participar activamente en el proceso electoral, ya sea con la intención de competir o de posicionarse dentro del escenario político del próximo cuatrienio.
Dentro de este espectro de candidatos que “suenan” se encuentran, por la izquierda y la centroizquierda, nombres como Luis Gilberto Murillo, Daniel Quintero y Roy Barreras, todos con experiencia en el ámbito político y que han tenido cercanía, en distintos momentos, con el gobierno del presidente Gustavo Petro. Sin embargo, sus aspiraciones no se enmarcan actualmente dentro del núcleo formal del Pacto Histórico.
Por ahora, se ha indicado que participarían de forma independiente, respaldados por movimientos propios, mientras continúa la conformación del llamado frente amplio del que se ha hablado en distintos sectores, y al cual podrían integrarse las candidaturas de centroizquierda e izquierda que busquen articularse con el proyecto de una candidatura única del Pacto Histórico.
En el espectro del centro están Claudia López, Juan Daniel Oviedo y Alejandro Gaviria. Todos ellos han anunciado sus precandidaturas y han comenzado recorridos por el país, participando en medios y foros para postularse al principal cargo de la nación. Por ahora, sus campañas no han mostrado un crecimiento sostenido en las encuestas, y algunos indicadores sugieren una estabilización o disminución en su nivel de reconocimiento e intención de voto.
Por último, en ese listado de candidatos que “suenan” desde la derecha o la centro – derecha aparecen nombres como Vicky Dávila, Abelardo de la Espriella, David Luna, Mauricio Cárdenas y Francisco Barbosa. Según lo que han manifestado públicamente, su intención es presentar sus candidaturas a través de movimientos propios, con miras a establecer alianzas futuras con figuras del Centro Democrático y de Cambio Radical, en lo que se ha proyectado como una posible coalición de sectores de derecha.
De estos nombres, Vicky Dávila ha registrado niveles destacados en las primeras encuestas de intención de voto. La exdirectora de la revista Semana ha mostrado una presencia significativa en las mediciones iniciales y se perfila como una figura con visibilidad en el escenario político, en un contexto en el que diversos sectores del electorado han expresado distancia o desconfianza frente a las figuras políticas tradicionales.
Los de partido político

El segundo grupo de precandidatos es el de los candidatos con partido político, en este caso, aquellos que se medirán en procesos internos para buscar el aval de colectividades que, eventualmente, podrían entrar en acuerdos políticos con otros sectores que también participarán en la contienda. Al igual que con los candidatos que “suenan”, en este grupo hay aspirantes de todas las corrientes políticas.
El primer grupo de precandidatos con partido fue el del Centro Democrático. Allí, la competencia interna inició en noviembre del año pasado con Miguel Uribe, Paloma Valencia, María Fernanda Cabal, Paola Holguín y Andrés Guerra como posibles aspirantes.
Hasta el atentado contra Miguel Uribe, ocurrido el 7 de junio de 2025, la definición del candidato dependía de establecer un mecanismo de selección acordado dentro del partido. Sin embargo, tras este hecho, los procesos internos y las precandidaturas han quedado temporalmente suspendidos.
Por el mismo espectro están los candidatos de Cambio Radical. En este caso, no se han presentado mayores disputas internas y, según se ha informado, Germán Vargas Lleras estaría considerando regresar a la contienda como figura principal del partido.
No obstante, las encuestas recientes muestran una variación en su posicionamiento frente al electorado respecto a ciclos anteriores. En ese mismo contexto, otras figuras como Temístocles Ortega han anunciado su aspiración presidencial a través de movimientos independientes, aunque aún no se han consolidado líneas programáticas claramente definidas.
El siguiente grupo de candidatos con partido político es el que recoge las banderas del Pacto Histórico. Si bien solo hasta esta semana se ha comenzado a revisar el mecanismo de selección y aún restan varias jornadas de negociación, ya se ha hecho público que buscarán el aval del partido de gobierno Gustavo Bolívar, María José Pizarro, Carolina Corcho y Camilo Romero.
De este grupo, Gustavo Bolívar ha registrado los niveles más altos de intención de voto en las encuestas recientes, mientras que los demás aspirantes aún no muestran cifras destacadas en el escenario preelectoral.
Por último, están los candidatos de centro que tienen partido. En este grupo se encuentra Juan Manuel Galán, quien representa al Nuevo Liberalismo. Desde esta tribuna, Galán buscará medirse en la contienda y poner a consideración su nombre. Aunque no ocupa, por ahora, los primeros lugares en las encuestas, cuenta con una estructura política consolidada y con respaldo institucional, incluyendo el acompañamiento político de la administración distrital de Bogotá, liderada por su hermano Carlos Fernando Galán.
El otro candidato de esta facción es Sergio Fajardo, quien regresa como una de las figuras del centro con el objetivo de presentarse como alternativa frente a las opciones de izquierda y derecha. Fajardo lidera el movimiento Dignidad y Compromiso, con el cual busca participar nuevamente en la carrera presidencial.
Los que no tienen “nada”

El último grupo de precandidatos es el de aquellos que actualmente no cuentan con una alta visibilidad pública, ni figuran con respaldo claro de partidos políticos, y cuya estrategia aún no se ha definido con precisión. Aun así, han presentado su nombre y han sido incluidos en algunas encuestas, aunque no registran resultados significativos en las mediciones.
Ahí se encuentran nombres diversos: desde figuras con experiencia en administración pública como Enrique Peñalosa, hasta perfiles con fuerte presencia en redes sociales como JP Hernández o Miguel Polo Polo; también aparecen exfuncionarios y políticos como Daniel Palacios, Mauricio Lizcano, Luis Carlos Leal y Luz María Zapata. Se suman los exalcaldes que participan desde movimientos como Propósito Colombia —donde figura incluso un exalcalde de Soacha—, y congresistas que estarían en búsqueda de avales de partidos tradicionales, como Miguel Ángel Pinto y Mauricio Gómez Amín.
Nombres que se suman a los ya mencionados, y que conforman el amplio espectro de precandidaturas que competirán por la presidencia en 2026.
La dispersión de candidaturas y la fragmentación política del país

Aunque la cantidad de precandidatos con opciones reales para tener un porcentaje del voto por encima del margen de error en las próximas elecciones presidenciales de mayo de 2026 no supera la decena, sí que es verdad que a 10 meses de los comicios la cifra de precandidaturas ha sido mucho más alta en los sondeos que en años anteriores.
No obstante, este aumento no obedece a la cifra de inscritos en la Registraduría hasta el momento (van 42 a corte de escritura de este artículo), sino que, según como lo reportó El Colombiano, ha dependido más de estudios y sondeos de figuras con presencia digital o pública que también han declarado tener intenciones de participar en las elecciones.
Tal es el caso de John Edison Mosquera, el llamado “Batman criollo” que se hizo famoso en la última encuesta de Guarumo por aparecer en la lista de los posibles precandidatos presidenciales, y quien ha intentado —sin éxito— llegar a un cargo de elección popular en los últimos 20 años. Según el propio Mosquera, lo ha intentado haciendo actos performáticos en Bogotá, donde ha apelado al uso de disfraces para llamar la atención en las calles y en el sistema de transporte integrado de la ciudad para mover sus propuestas.
Sin embargo, la metodología con la que se construyó este modelo no ha sabido responden a la pregunta de cómo una figura como Mosquera, quien tiene una cantidad ínfima de votos en los 3 procesos a los que se ha lanzado, aparece dentro de esta lista, cuando tampoco tiene presencia digital, tal como la han tenido los precandidatos que han hecho uso de la publicidad en redes para moverse, como el exministro Juan Carlos Pinzón o como Vicky Dávila.
Lo que nos lleva a la pregunta ¿por qué, incluso descartando la lista de Guarumo y acercándonos a la realidad de 42 inscritos oficiales en la Registraduría, hay tantos precandidatos? La respuesta nos lleva a 3 hipótesis.
1. La teoría de las “4 vueltas”, que se ha vuelto popular en el análisis político por académicos como Juan Pablo Milanese, y que es parte de la tesis de algunos medios como La Silla Vacía, indicarían que la gran afluencia de precandidaturas responde a la consolidación de respaldo y visibilidad inicial desde mucho antes que empiece la carrera electoral definitiva (que, para presidenciales, rondaría sobre enero de 2026).
Poner a competir a múltiples precandidatos en consultas primarias internas (como la que pretende realizar el Pacto Histórico en octubre de 2025) permite que su agenda programática y presencia tanto digital como pública por fuera de las redes genere mayor recordación tanto en sus electores potenciales como en nuevos nichos y votantes, con el riesgo de que se sature de manera temprana la discusión política y se vuelva dependiente de los devenires coyunturales del último año del gobierno de turno, en este caso, del Progresismo.
2. Pero, además, también denota que la competencia interna dentro de los partidos se ha tendido a profundizar, por lo que cada precandidatura representa una línea distinta programática dentro del partido que busca imponerse sobre las otras. Esto también sucede dentro del Pacto Histórico y el Centro Democrático, donde la presencia de múltiples candidaturas ha generado escenarios de tensión entre las mismas, y donde la falta de claridad de un mecanismo de selección concertado ha terminado por fragmentar el mensaje político del partido entre los intereses de cada candidato.
3. Del mismo modo, la presencia amplia de precandidaturas habla de que la tendencia de personalizar la política, que ya venía desde 2018, ahora se ha profundizado, en contraste con la desinstitucionalización de los partidos políticos, que terminaron convirtiéndose en reservas de avales sin procesos internos definidos que permitan mejores mecanismos de selección interna, además de que manifiestan la fragilidad ideológica de estos grupos y diluyen la poca autoridad que los partidos poseen.
Aunque es verdad que el embudo tenderá a llevar a la mayoría de estos candidatos a retirarse cuando se encuentren con el cuello de botella de su capacidad real para movilizar votantes, y finalmente el tarjetón no quede con más de entre 8 y 12 figuras, lo que sí queda claro es que en muchos casos la movilización de estas precandidaturas no obedece siempre a un interés real por llegar a la presidencia, sino que mide también la capacidad de negociación de las figuras al interior de los partidos o dentro del panorama político nacional para conseguir objetivos e intereses de menor calibre pero más estables en el tiempo.
Por lo que es probable que una gran parte de estos precandidatos terminen integrando listas al Senado y Cámara de Representantes a cambio de movilizar su potencial electoral hacia los partidos que las presenten, del mismo modo que esperan buscar arreglos burocráticos futuros que les permitan acceder a cargos en el Estado. De igual forma, también el medirse en escenarios primarios les permite tener poder dentro de sus propios partidos y estructuras políticas para negociar o entregar apoyos en el futuro, o hacerse visibles para llegar eventualmente a cargos regionales y locales.
A modo de cierre
En enero de 2025, la directora de la encuesta Latinobarómetro, Marta Lagos, señalaba que la mayoría de la población de la región no votaba por ideología, sino por una agenda movida por exigencia y rendimiento de sus gobernantes. Esta tendencia se ha visto ahondada por cierta fluidez programática, que ha terminado por imponer agendas emocionales en la política que proyectos políticos a más largo plazo.
La entrada de nuevas precandidaturas responde también a un ejercicio donde no se evalúa la trayectoria programática de los candidatos, sino su capacidad de mover agendas particulares a través de cierto marketing emocional que simplifica problemas sociales complejos a conceptos digeribles, y que, con el auge de las redes sociales y los vídeos cortos, tienden a ser más efectivos que estrategias mucho más pensadas, pero con las que la gente no siente identificación alguna.
Por lo que, hacia 2026, debemos esperar que estas agendas estén más mediadas por una lógica de democracia de audiencias, en la que las conexiones emocionales entre candidatos e individuos particulares segmentados por los algoritmos impulsarán una buena parte del voto urbano en las ciudades principales e intermedias del país.