Los precios pegajosos del mercado laboral colombiano
- Germán Valencia
- hace 2 días
- 5 Min. de lectura
Por: Germán Valencia
Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia

Hace 95 años el mundo estaba pasando por uno de los momentos económicos más duros de la historia. La mayoría de los mercados —el bancario, el accionario, el laboral y el de bienes y servicios, entre otros— estaban enfermos y las recetas para curar aquellos males eran insuficientes. Además, no se veía por ningún lado fórmulas apropiadas para sacar a la economía mundial de la Gran Depresión.
En aquella época, los economistas se formaban bajo los preceptos de la escuela neoclásica. Creían en las leyes del mercado y ponían toda su confianza en el mecanismo de precios para corregir las fallas del sistema económico. Defendían la idea de que la variación en los precios haría que todos los mercados se equilibran mediante el juego cruzado de la oferta y la demanda.
Sin embargo, está creencia en el modelo teórico no con lo que pasaba en el mundo real de aquel momento. La caída en la demanda de bienes y servicios estaba generando una reducción en la producción global y, con ello, una baja ostensible en la demanda de fuerza de trabajo en el mercado laboral. El mundo tenía millones de personas desempleadas, y una dinámica de empobrecimiento creciente.
En Estados Unidos, por ejemplo, la tasa de desempleo a principios de la década de 1930 era superior al 25%, lo que significaba que una de cada cuatro personas en edad de trabajar estaba desesperada buscando empleo. Las personas querían ser ocupadas por las empresas, deseaban que el sector privado les ofreciera un empleo y le permitiera tener los ingresos suficientes para subsistir ellas y sus familias.
Ante esta realidad, de exceso de oferta de trabajo, la solución que ofrecía la teoría neoclásica era bajarle los salarios a los trabajadores. Le insinuaban a los empresarios reducir los salarios hasta los niveles donde los trabajadores no quisieran ofrecer más horas de labor comandada. De esta manera, predecía la teoría, los salarios se ajustarán en tiempo real a los del mercado, generando un equilibrio económico relativamente constante.
Pero como sabemos, está situación no se dio, los salarios no cayeron indefinidamente, la ciudadanía no quería que los ingresos familiares fueran tan bajos que no les permitiera siquiera sobrevivir. Ante este escenario los trabajadores salieron a las calles y protestaron. Exigieron al Estado y empresarios acordar un nivel mínimo de pago para evitar que los salarios cayeran más debajo de cierto nivel y se produjera la catástrofe.
En esta dinámica de luchas colectivas se logró que para el sistema económico se estableciera, por regla social, fijar periódicamente un salario mínimo. Se acordó ponerle piso a los salarios. De allí que fue claro, tanto en la teoría como en la práctica, que los salarios se mueven más lentamente que otros bienes y servicios; no se ajustan, como lo hacen otros, con rapidez a las variaciones del mercado.
La explicación a este fenómeno se le atribuye a John Maynard Keynes, considerado hoy como el economista más influyente de la historia. Este advirtió de la “rigidez nominal de los salarios”, que consiste en el comportamiento lento en los precios de los salarios, ya sea para reducirse o para incrementarse, debido a que requiere de acuerdos sociales y no a dinámicas coyunturales de la oferta y demanda.
De esta manera quedó claro desde aquel momento, que la variación en los salarios e ingresos de los trabajadores, no depende tanto de la escasez o abundancia de la mano de obra, sino de los acuerdos sociales y de los avances o retrocesos en colectividad. Que en momentos de crisis o recesión los empresarios insistirán en que los salarios bajen, pero ante el límite del salario mínimo, la opción será reducir la demanda de empleo.
Y en momentos de abundancia y crecimiento económico, tanto la demanda de fuerza de trabajo como de los salarios, subirán y se buscará mejorar con mayores ingresos la situación de la clase trabajadora. Es decir, se espera, según el keynesianismo, que en momentos de progreso económico los capitalistas apoyen la transformación positiva de la situación de los trabajadores y se avance en la equidad social.
Está última situación es la que se esperaba estuviera pasando hoy en Colombia. Las variables macroeconómicas muestran que después de la pandemia el país está pasando por un mejoramiento de crecimiento económico y reducción del desempleo. Para 2025, por ejemplo, se espera que la economía crezca en 2.5% y el desempleo siga cayendo a tasas por debajo del 8.8%, como lo hizo en abril.
Es decir, se esperaría, según los pronósticos de la teoría, que en momentos de crecimiento económico como estos las condiciones de vida de los trabajadores mejoren. Sin embargo esto no está ocurriendo, los empresarios y dueños del capital se están oponiendo a que los beneficios del crecimiento se repartan y se equilibren las cargas en el mundo social.
Los empresarios no quieren reconocer mejores horarios para el trabajo. No desean pagos adicionales para las horas de trabajo nocturno o de fines de semana. No quieren contratar y pagar mejor a los jóvenes practicantes. Insisten en no ampliar los derechos a las personas incapacitadas, como mujeres menstruantes. En resumen, no quieren mejorar la situación de la clase trabajadora.
Está situación contradictoria nos recuerda de nuevo los análisis descarnados que realiza la economía política keynesiana del sistema económico. Nos dice que, al igual que los trabajadores se oponen a la reducción de los salarios en épocas difíciles, los empleadores se oponen a un aumento de los salarios y de mejores condiciones para los trabajadores en los momentos de abundancia.
Los dueños del capital desean quedarse con todos los beneficios que entregan las mejores situaciones del mercado. No quieren repartir los beneficios y equilibrar las cargas. Recuerdan que la teoría de los “precios pegajosos de los salarios” funciona tanto para abajo como para arriba. Y están dispuestos a enfrentarse con la clase trabajadora para evitar que los beneficios para los empleados aumenten, pues esto significa reducción de sus ganancias.
En esta lógica, Colombia está presenciando en 2025 una lucha por la redistribución de la ganancia social. Nos encontramos en medio de un enfrentamiento entre dueños del capital y empleados. Una contienda que pasa por las decisiones que tome el poder Legislativo, el cual está obedeciendo a las presiones del empresariado y de los grupos de interés, desconociendo la sugerencia de la teoría y de las presiones de la mayoría de la ciudadanía.
Asistimos a un momento en la historia del país donde la metáfora de los precios pegajosos se comprueba una vez más. Un momento donde la mejor situación económica debería provocar una mejora en la situación de los trabajadores. Pero debido a la mezquindad de los dueños del capital, de no querer compartir ganancias y permitir avances en colectividad, provoca que los enfrentamientos entre grupos sociales sean permanentes y desafortunados, pues aumenta la polarización política y se avanza poco en justicia económica.
* Esta columna es resultado de las dinámicas académicas del Grupo de Investigación Hegemonía, Guerras y Conflicto del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.
** Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
Comments