Gabriel Boric, sabe ahora que la opinión pública es una novia muy esquiva
- León Valencia
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Por: León Valencia

La coalición de gobierno en Chile ya tiene su candidata a las elecciones presidenciales que se realizarán en noviembre del año en curso. Se trata de Jeannette Jara, líder del partido comunista, quien este domingo 28 de junio ganó las primarias, algo parecido a las consultas interpartidarias de Colombia. En este certamen electoral participaron grupos y partidos que van de la izquierda al centro del espectro político. Algo de sorpresa hubo en esta elección porque la mayoría de las encuestas, al principio de la campaña, daban ganadora a Carolina Tohá quien representa una opción socialdemócrata.
Jannette Jara deberá enfrentar a una derecha que hasta ahora arrasa en las encuestas con dos candidatos particularmente fuertes, Evelyn Matthei y José Antonio Kast. Matthei, hija de un general muy activo en la dictadura de Pinochet, funge moderada frente a un Kast que hace parte de la corriente de la ultraderecha que bien representan Javier Milei y Bolsonaro en la región.
A estas alturas parece difícil que la coalición Unidos por Chile que respalda al actual presidente Gabriel Boric pueda equilibrar la competencia con la derecha y ganar las próximas elecciones, la diferencia en las encuestas es bastante abultada y la afluencia de votantes a las urnas este domingo estuvo cerca de un millón quinientos mil electores, menos que en anteriores consultas y muy lejos de lo que se necesita para darle la pelea a la derecha.
Pero Chile ha sido una caja de sorpresas políticas en los últimos años. En 2017 acudió fervoroso a votar por la derecha y le dio un segundo mandato a Sebastián Piñera, un super rico que poco tenía que decir frente a las crecientes demandas sociales que agitaban al país.
En 2019 se produce un gran estallido social que pone contra las cuerdas a Piñera y lo obliga a desatar un proceso constituyente. En 2020 se instala la más audaz de las constituyentes del mundo, paridad de género, inusitada representación étnica, gran alcance social, agenda abierta para refundar el país.
Allí se dieron cita una amalgama de sectores sociales y minorías, cada uno alzando sus propias banderas e insistiendo en su particular identidad, nada que los hermanara en un proyecto común de sociedad. Algunos proponían enterrarlo todo hasta el himno y el escudo de la patria y con esto afrentaban a los grupos tradicionales que no son pocos en un chile atravesado por atavismos a la largo de su territorio.
En 2021 Chile vuelve a las urnas y elige el presidente más joven de la historia, hijo del movimiento estudiantil de 2010, crítico implacable tanto de los gobiernos de derecha como de los gobiernos de la concertación. Nada de lo que había ocurrido después de la caída de la dictadura le agradaba, todo le olía a rancio, tenía la empecinada idea de que todas las fuerzas de la vieja política debían cederles el campo a las nuevas generaciones surgidas de las protestas sociales y del desencanto político.
Todo parecía indicar que el ánimo de cambio se había instalado definitivamente en el corazón del pueblo chileno y que las aspiraciones no eran menores, que el grueso de la población aspiraba a grandes transformaciones, no a simples remiendos, no a cambios cosméticos.
Pero lo que siguió después fue extrañamente desconcertante. La constitución cocinada en las entrañas de la audaz asamblea fue negada por votación popular. Boric acuso el golpe y sintió que el deseo de renovación no era tan profundo y entonces, en un rapto de realismo, convocó a un acuerdo nacional entre los partidos y le dio vida a nuevo espacio constituyente para producir un texto constitucional más concertado, más acotado. Pero esa carta también fue rechazada en las urnas el 17 de diciembre de 2023.
Había ocurrido, en todo caso, un hecho de gran trascendencia se había establecido el voto obligatorio mediante una reforma constitucional y esto había provocado un aumento del 85% en la participación electoral. La masa de votantes recién incorporada el juego político transformó el escenario electoral un territorio incierto y volátil.
Gabriel Boric estaba ya entrando en el tercer año de gobierno y el entusiasmo con la nueva generación de izquierdas había decaído. Por otro lado, la seguridad y la ola migratoria habían saltado al primer lugar en la preocupación de los chilenos. La derecha explota estos temas y aprovecha los errores de la camada de jóvenes que ocupa puestos claves en el gobierno.
Boric debió contentarse con pasar algunas reformas, entre ellas mejoras salariales y avances en la seguridad social, nada más, nada extraordinario, pero ni las encuestas, ni la aguda polarización, le han dado margen de maniobra para intentar ir al fondo de la problemática que reveló el estallido social.
Este es el ambiente en el que se moverá Jeannette Jara y la coalición que gobierna a Chile en estos cinco meses que restan para llegar a las elecciones presidenciales. Tienen pocas cosas a su favor; una de ellas, la unidad de la izquierda y el centro; otra, la raigambre popular de la candidata, que bien parece una madre chilena de barrio medio amigable para el nuevo electorado; otra, la prevención que despiertan en algunos sectores los candidatos Kast y Matthei por su origen social y la irritación que provocan algunas de las propuestas ultras de José Antonio Kast; y por último está la capacidad que ha mostrado Jeannette Jara, de la mano de Boric, para correrse un poco hacia el centro del arco político y plantarle cara desde allí a la derecha y la ultraderecha que por lo pronto acuden divididas a la primera vuelta.