Por: Redacción Pares
Foto tomada de: Solo Literatura
Llevaba un año en París y aún no sospechaba que vendrían sus horas más difíciles. Escribía para el diario El Espectador y el régimen de Rojas Pinilla estaba a punto de cerrarlo. Estaba escribiendo su segunda novela, La mala hora, con la que esperaba contradecir al director de la editorial Losada de Buenos Aires quien al leer el manuscrito de su primera novela, La hojarasca, le aconsejó dedicarse a otra cosa. Estaba en París porque los escritores deben estar en esa ciudad. Era 1956 y hacía frío. Un amigo portugués lo invitó una noche de marzo a un recital de poesía. Declamaría una joven escritora española. “Qué aburrimiento” le dijo Gabo. Decidió esperarlo en el café de Mabillon. Allí llegó el portugués con la poeta. Se llamaba María Concepción Quintana y le decían Tachia.
Había nacido en el País Vasco en una familia católica y franquista. En Madrid conoció al poeta Blas de Otero, trece años mayor que ella, con el que sostuvo una relación tan tormentosa que prácticamente llegó huyendo de él a París. Intentaba abrirse paso como poeta y como actriz. Esa noche, en la que se conocieron en el Mabillon, a Tachia no le gustó nada el joven novelista colombiano. Le parecía petulante, sólo hablaba de él mismo. Definitivamente no era su tipo como se lo confesó al biógrafo Gerald Martin “A mi me gustaban los hombres al estilo de James Mason, tipo caballero británico, no los latinos guapos. Además, siempre preferí hombres mayores y Gabriel era casi de mi edad”.
El amigo portugués se fue sobre las diez de la noche. Tachia necesitaba contarle sus penas a alguien, pero Gabo era poco dado a escuchar. Alardeaba sobre lo que escribía. No lo soportaba. Pero las cosas fueron cambiando, ella vio su otra cara. Empezaron a salir pero tres semanas después vendría la debacle. Rojas Pinilla cerró El Espectador en Bogotá y Gabo se quedó sin trabajo. No era el mejor escenario para que una relación floreciera. García Márquez tuvo la oportunidad de regresar a Colombia. Incluso le llegó un pasaje en avión hasta Bogotá. Pero decidió canjearlo por francos y vivir su sueño de ser escritor. Empezó a escribir la historia de un hombre que esperaba todo el tiempo a que su suerte cambiara: era El coronel no tiene quien le escriba.
Fue el peor momento para García Márquez en Europa. Como se lo confesaría muchos años después a sus amigos, la dueña de la pensión en la que vivía, a la que le debía además un montón de plata, a veces le pedía el favor de que le bajara la basura al primer piso. El futuro Nobel aprovechaba para esculcar la bolsa y comer cualquier desperdicio. Varias veces tuvo que pedir dinero en la entrada del metro y la policía vivía deteniéndolo porque lo confundían con un argelino. En ese momento el conflicto Francia-Argelia arreciaba. Pero Gabo resistió.
Y Tachia también. Además de la pobreza de su pareja tenía que soportar que cada tanto le recordara que él estaba comprometido de una muchacha de rasgos egipcios que lo esperaba en Barranquilla y que se llamaba Mercedes Barcha. Tachia igual, cada franco que ganaba, lo usaba para comprar un hueso y hacer sopa con él. Los pocos momentos de felicidad los tenía gracias a los amigos del escritor. Había uno, el pintor Hernán Vieco, que vivía cómodamente en París. Casa, carro y fiestas en donde Gabito mostraba sus dotes de cantante. Entonces sobrevino el detonante: Tachia quedó embarazada. Él decidió hacer lo que ella quisiera. Ella decidió abortar. Estaba embarazada de cuatro meses y el aborto se complicó. Hubo hemorragias. Casi muere. La relación se fracturó. Ella regresó a Madrid.
Se verían muchos años después, en 1968, cuando ya las bendiciones de Cien Años de Soledad habían caído sobre el de Aracataca. Conoció a Mercedes y se llevaron bien. Tachia fue una de las invitadas a la ceremonia de entrega del Premio Nobel en Estocolmo. Incluso salió con Mercedes por la capital sueca a comprar vestidos y regalos a los invitados. Incluso en la versión francesa de El amor en los tiempos del cólera, la dedicatoria fue para ella.
A sus 94 años Tachia sigue viviendo en Paris. Tiene sus recuerdos intactos y el orgullo de haber sido, durante muchos años, el amor secreto de Gabriel García Márquez.
Comments