Por: Juan Manuel Rueda, Editor
La paz se esconde detrás de una niebla espesa que la memoria histórica ayuda a despejar. Una memoria que debe contemplar contra-relatos a las narrativas oficiales sobre la guerra, impuestas por el gobierno de turno o cualquier grupo de poder. En este sentido, los relatos y memorias de los firmantes de paz son más que relevantes, son fundamentales para ayudar a despejar la niebla.
Así lo entiende Joel Stängle, realizador alemán-estadounidense, director del documental La niebla de la paz(2020), que se estrenó en Colombia en febrero de este año. Stängle se adentra –junto a Carolina Campos, socióloga, quien fue la investigadora y productora del filme– durante varios meses a los campamentos de los ahora exguerrilleros y exguerrilleras de las FARC-EP durante el proceso de negociaciones de paz con el Gobierno Colombiano (2014 – 2016).
La película acompaña a Teófilo y a Boris, dos reincorporados cuyas labores al interior de la guerrilla giraron justamente alrededor de la reconstrucción de memoria. Teófilo se dedica a entrevistar a sus compañeros de campamento para recoger sus memorias y Boris hace parte del equipo de comunicaciones de la guerrilla y tiene la tarea de registrar las negociaciones de paz en La Habana. Ambos buscan una caleta llena de imágenes, videos, grabaciones y memorias enterrada en una ubicación desconocida cerca al campamento en el que murió bombardeado Alfonso Cano.
Stängle propone un contrapunteo entre las memorias que va recogiendo Teófilo haciendo entrevistas a sus compañeros y compañeras en los campamentos, algunas de las cuales vemos en pantalla; e imágenes inéditas del secretariado guerrillero y el equipo negociador del Gobierno en La Habana. Así, el montaje permite al espectador ir de la historia del hombre que llevaba consigo propaganda de la UP y fue agredido a machetazos por agentes del Estado y luego enterrado vivo, la de la mujer que fue obligada a prostituirse por parte de la policía para infiltrarse en las FARC y que luego confesó y se quedó en la guerrilla, o la de la enamorada que perdió a su compañero combatiente en un ataque del Ejército y que aún lo llora y lee la poesía que él le dedicaba; a los rostros de Timochenko, Jesús Santrich, Iván Márquez, Sergio Jaramillo, Humberto de la Calle o Iván Cepeda reunidos discutiendo, muchas veces preocupados y afanados, intentando construir el tan anhelado Acuerdo de Paz que detendría la guerra en las montañas de Colombia.
De esta manera, La niebla de la paz construye su metáfora en distintos escenarios que nos llevan a la reflexión. Que la paz se esconde detrás de la niebla que cubre las montañas llenas de caminos que recorrieron los exguerrilleros y exguerrilleras haciendo sus vidas durante décadas de lucha armada, ahora historias de vida de personas reincorporadas a la vida civil que son memorias fundamentales para entender la historia del país. Que la paz se esconde detrás de la niebla de palabras, abogados y opositores de un proceso de negociación complejo, pero no imposible. Que la paz se esconde detrás de la niebla de la incertidumbre que viven los firmantes de paz intentando sacar adelante sus proyectos productivos, tratando de acostumbrarse a la vida en las grandes ciudades, personas comprometidas con un Acuerdo que abandonó el Estado, y que ahora deben enfrentarse a la pregunta que se plantea Teófilo al final de la película, ya como reincorporado, viviendo en Bogotá: “¿nos van a aceptar o nos van a matar?”. Que la niebla que esconde la paz se espesó aún más en la noche del 02 de octubre de 2016, cuando ganó el ‘No’ en el plebiscito, y vemos imágenes del secretariado de las FARC viendo en vivo los resultados, fumando puros frente a un televisor –un Iván Márquez serio, inexpresivo ante el resultado, nos recuerda que hoy se encuentra en las montañas nuevamente haciendo la guerra–.
Así, vemos y sentimos las emociones, los rostros y los anhelos de los combatientes, del secretariado de las FARC y de los negociadores del Acuerdo de Paz desde 2014 hasta la firma en 2016. Transitamos por todas las ilusiones y desilusiones, mientras reflexionamos en los procesos de negociación que hoy se adelantan con el ELN y las disidencias de las FARC; el asesinato selectivo de firmantes del Acuerdo; la guerra con el Clan del Golfo que se atiza, y vemos cómo la niebla baja y se posa sobre el paisaje de Colombia.
En la película se proyecta un video de archivo de las FARC, grabado en un año desconocido, que muestra un extraño ritual orquestado por 600 guerrilleros que subieron una alta montaña, llevando una guacamaya, para liberarla en honor a la lucha guerrillera. 600 guerrilleros y una guacamaya nos recuerdan que la vida en los campamentos guerrilleros formó comunidad y cultura para miles de personas que no solo merecen la atención que el Estado les prometió, sino la escucha de una sociedad que a muchos los empujó a la insurgencia y que ahora parece olvidarlos.
Una sociedad que no solo debe una aproximación ética a la escucha del contra-relato de los firmantes de paz, sino que la necesita para comprenderse, ahora más que nunca, cuando la niebla desciende de nuevo y la paz vuelve a difuminarse.
*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.
Comments