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Altamira, la ciudad que se está comiendo al Amazonas

Por: Iván Gallo - Editor de Contenidos




Hace 50 años Altamira era un tranquilo y pequeño poblado del Amazonas brasilero. La mayoría de sus habitantes no conocía la pobreza. Si tenían hambre comían lo que les ofrecía la naturaleza. Si querían bañarse en el río que los surca, el Xingú, lo hacían. Ese concepto occidental del tiempo no era problema de ellos. Entonces los alcanzó la frontera económica y con ellos llegaron los desforestadores, los caucheros, los constructores de carreteras, los que buscaban fortuna torturando montañas en busca de oro. Su población se ha engordado hasta los 100 mil habitantes y la violencia ha aparecido con toda su furia. Hasta acá se han trasladado miembros del Comando Vermelho, traídos por los grandes hacendados que, atraídos por las proclamas de Jair Bolsonaro  mientras fue presidente, eso de que había que “tomar” la selva virgen para llegar al progreso, se han apropiado de miles de hectáreas de la Amazonía brasilera. Pero lo que más duele en Altamira es que el rio Xingú cada vez pierde más vida. La construcción de la represa de Belo Monte, en el 2010, aprobado durante el gobierno de Lula Da Silva, inundó islas y condenó a tribus indígenas completas a vivir en la ciudad, a ser pobres.


Preocupada por lo que es una hecatombe -en donde el hombre será el primer afectado- la periodista Eliane Brum dejó su vida confortable en la siempre complicada Sao Paulo y se fue a vivir a Altamira en el año 2017. Este municipio tiene 159.533 kilómetros cuadrados, el equivalente al área conjunto de Irlanda y Portugal. En pleno Amazonas las casas de esta ciudad no tienen patio. Para sus habitantes el progreso significa paletadas de arena. Así que para ellos es un orgullo extirpar cualquier vestigio de verdor. Hay niños que viven a 500 metros de la orilla del Xingú y no conocen el río. La tasa de asesinatos es diez veces más terrible que las que se viven en las favelas de Rio de Janeiro: 133 por cada 100 mil habitantes. Los jóvenes, desesperanzados, se están suicidando. La única riqueza a la que se puede aspirar es acabando con el pulmón del planeta, dedicarse a la minería, a la caza de animales, a talar árboles.


En los últimos cuarenta años el 47% del Amazonas ha sido afectada por la actividad humana. Sin embargo en estos últimos años, tal vez desde el 2018, cuando Jair Bolsonaro es elegido presidente del Brasil, se aceleró el apocalipsis: se estima que desde ese año han sido destruidos 2.000 millones de árboles, son incalculables el número de monos, aves y otros animales que han sido arrasados. Altamira se hizo famosa en todo el mundo por ser el centro de los incendios que devoraron una parte del Amazonas brasilero en agosto del 2019. Se ubicaron cerca de 10 mil puntos de fuegos, se sospechaba que fueran provocados por los hacendados que esperan convertir el pulmón del mundo en una fábrica inmensa.


Elaine Blum vive en Altamira con su pareja, el también periodista Jonathan Watts, autor de un artículo maravilloso en donde señalaba que la gran batalla de este siglo XXI va a ser recuperar el Amazonas. Ambos han adelantado iniciativas como plantar miles de árboles y crear una plataforma iniciativa enfocada al cuidado de la selva. Se han enfrentado a los grandes terratenientes que ven en el enemigo a cualquiera que denuncie la hecatombe. Ha señalado a Bolsonaro y a sus seguidores como los grandes devastadores de vida. El ex presidente -que está inhabilitado para ejercer cargos públicos hasta el 2030- celebró la deforestación del Amazonas con una frase que aún crispa los nervios “cada vez más los indios se están volviendo seres humanos como nosotros”.


Altamira es el epicentro del apocalipsis, una ciudad monstruosa en donde las camionetas 4x4 acostumbraban hasta hace muy pocos años atropellar indios en la calle por gusto. Un lugar en donde el hacinamiento carcelario dejó 67 muertos en una tarde del 2017. Blum afirma que el coronavirus es apenas uno de los efectos que está causando la desforestación en el Amazonas. El regreso de Lula y el nombramiento de Marina Silva, la mundialmente famosa líder ambiental, como ministra del medio ambiente y cambio climático, es positivo pero no decisivo. Hay que tomar medidas radicales como la que hizo ella, Amazonisarse, irse a vivir a la selva, ser parte de ella, porque es el centro del mundo. En este momento el Amazonas tiene la importancia de Nueva York, Shanghái, Berlín. Su libro, recién publicado en Colombia por Penguin Random House, es un grito desesperado que alerta sobre un problema que nos afecta a todos. Porque el apocalipsis ha comenzado y, al parecer, no nos hemos dado cuenta.

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