Luis Eduardo Celis
Analista de conflictos armados y de sus perspectivas de superación – Asesor de la Fundación Paz & Reconciliación.
Hay mil formas de entender y asumir la paz. En el ámbito público yo la asumo como un orden social de convivencia donde es posible ejercer y vivir los derechos de manera real. Es un orden de democracia de calidad, si no hay derechos para vivirlos y hacerlos parte de nuestra existencia, no hay paz. Por ejemplo, si hay hambre, mendicidad, si no hay posibilidades de ir a la Universidad o transitar tranquilamente por las calles, pues no hay paz; si por pensar de una u otra forma, te echan bala, pues no vives en una sociedad en paz. Esa es la dura realidad de una sociedad como la colombiana, donde esquemáticamente hay dos mundos, una Colombia donde hay derechos para una parte de la población y otra Colombia excluida de derechos, entre ellos el de la vida.
En la Constituyente del 91 se consagró la paz como un derecho y un deber de obligatorio cumplimiento. Me dice un amigo informado que fue idea de Diego Uribe Vargas, un hombre de larga trayectoria y huella en la academia y la política colombiana, y muy seguramente fue un artículo que tuvo un amplio respaldo, que hoy sigue siendo referente para la acción política y un reto para quienes queremos vivir en un estado social, democrático y de derecho, como es la promesa de dicha constitución.
Mi amigo Camilo Castellanos decía que la Constitución del 91 era una cosa y el país otra y tenía mucha razón. En su momento, recién promulgada la constitución, escribió un ensayo que tituló: A la nueva República le falta el sujeto, señalando que había que contar con una fuerza social, política y ética que sacará a Colombia de todos sus déficits de antidemocracia e hiciera realidad un nuevo momento de nuestra vida republicana: una sociedad en paz. Ese reto ha sido de siempre, son pocos los momentos de nuestra existencia como nación que hemos vivido periodos de paz y los que han existido se han parecido más a una Pax Romana, la paz de los vencedores, que a una paz democrática, sustentada en derechos y respeto por la diversidad y controversia sin imposiciones.
En la sociedad colombiana hay poderosas fuerzas que defienden un orden de exclusiones y antidemocracia, se sienten a gusto con la concentración de la propiedad rural, con la concentración del crédito, con el enriquecimiento robando los recursos públicos, con un modelo donde los derechos son mercancías a los cuales se accede si se tiene recursos, con privatizar y volver negocio de pocos todo lo que debería ser de acceso universal como lo es la educación y la salud y peor aún, siguen defendiendo políticas que son un fracaso como la guerra contra las drogas, que solo deja sangre y tristeza año a año. Pero, como de esa política fracasada se lucran unos miles, que refuerzan el poder mafioso que ejerce en buena parte de la política colombiana, allí seguimos, en una lucha política, social y cultural intensa, unos por defender este orden de violencias y exclusiones y otros que persistimos en transformarlo.
La paz es un orden de democracia de calidad, solo será posible derrotando políticamente a quienes defienden el viejo orden. Esa es una lucha en curso y en la cual la sociedad colombiana se ha empeñado en las últimas tres décadas. Es una lucha con sus logros y sus pendientes, hay una maduración democrática que viene ocurriendo en la sociedad y eso se expresa en mayor pluralismo político y nuevas caras y liderazgos, que, por ejemplo, han dejado atrás un bipartidismo que se imbricó con el poder mafioso y ha convivido con él, lo cual lo desprestigió, y tiene a los históricos partidos liberal y conservador como jugadores de tercer orden y no los protagonistas que fueron durante siglo y medio.
Ahora, el senador Iván Cepeda, ha tenido la buena idea de proponer incluir en el código penal un artículo que habla sobre los delitos contra la paz, que pretende dar el estatus de que si la paz es un derecho, quienes atenten contra ella, deben asumir las consecuencias penales, buen mensaje que espero sea Ley de la Republica en las próximas semanas. Con seguridad de que el viejo poder en el Congreso de la Republica se opondrá, porque va contra sus intereses, si no es este Congreso el que lo apruebe, muy seguramente será el próximo que elijamos el 13 de marzo, que, sin duda, será mucho más abierto al cambio y a persistir y trabajar por una Colombia en paz.
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