El día que Nydia Quintero culpó a César Gaviria por la muerte de su hija Diana Turbay
- Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones
- hace 2 minutos
- 6 Min. de lectura
Por: Iván Gallo - Coordinador de Comunicaciones

Nydia Quintero tiene 95 años y desde hace algún tiempo padece de la enfermedad del olvido. En la mañana del sábado 7 de junio, mientras estaba en su casa en las afueras de Chía, la enfermera que la cuida le escuchó esta enigmática frase: “Hay que ponerle un trapito blanco en la cabeza a Miguel”. A la enfermera la frase la inquietó. En los últimos seis meses quien fuera la primera dama del país entre los años 1978 y 1982, y que además consiguió un brillo propio por su liderazgo en campañas que quedaron estampilladas en la consciencia y en la memoria del país como la Caminata de la solidaridad por Colombia, cada vez habla menos. Solo repite frases cortas como “Hay que hacer lo correcto”, por eso la enfermera le comentó a María Victoria, una de las hijas de Nidya y esta a su vez le contó a Maria Carolina Hoyos, hija de Diana Turbay y hermana de Miguel Uribe. “¿Qué será lo que quiere decir la abuela?” se preguntó.
La respuesta llegó en el atardecer del sábado 7 de agosto cuando en el barrio Modelia, mientras daba un discurso, Miguel Uribe Turbay fue víctima de un atentado. La cabeza fue el lugar de su cuerpo que más sufrió. “Mi abuela tuvo una premonición” fue lo que pensó María Carolina. El relato empezó a ser difundido en redes sociales y en tiempos tan duros como estos podría sonar a fake news pero no, la propia nieta de Nydia confirmó que era cierto, que no era más que otro rasgo de una mujer extraordinaria.
En 1983, en la aún anquilosada sociedad colombiana, dio pie a un escándalo: el primer divorcio de una ex primera dama. Al año se casó con Gustavo Belalcázar, congresista, gobernador del Valle y designado presidencial. En 1986 Julio César Turbay buscaría la anulación de su matrimonio apelando el grado de consanguinidad: cuando se casaron, en la década del cuarenta, lo hicieron arropados por el amor, sin medir cercanías, ya que era uno de esos raros casos en los que un tío y una sobrina se enamoran. El expresidente en ese momento tenía una relación con Amparo Canal, viuda de Rodríguez, y buscó ayuda en el Vaticano para anular su primer matrimonio y volver a casarse. Fue un caso que ocupó la primera plana de todos los periódicos y los titulares de los noticieros. La anulación pontificia llegó en 1986. Sobre este tema, Nydia Quintero siempre sostuvo un indeclinable silencio. Sobre otros no. Cuando tuvo que sostener un pulso con un presidente luchando por la vida de su hija, demostró el temple del que estaba hecha.
El 30 de agosto de 1990, Nydia Quintero de Belalcázar vivió una de sus premoniciones. Su hija Diana, reconocida periodista, fue citada por un comando del ELN para internarse en la selva y entrevistar a uno de sus líderes máximos, Manuel Pérez, conocido como “el Cura”. No era la primera vez que Diana Turbay entrevistaba a alzados en armas. Un año antes, en el Cauca, le puso el micrófono a Carlos Pizarro, poco antes de que la guerrilla que comandaba, el M-19, dejara sus armas. Diana no iba sola, la acompañaba su inseparable reportera Azucena Liévano, Richard Becerra y Juan Vitta, sus compañeros en el noticiero Criptón, quienes también se sumaron a la aventura. A finales de los ochenta, estaba en Colombia un afilado cronista de guerra que publicaba habitualmente en medios tan prestigiosos como The Guardian o El New York Times, era el alemán Hero Buss. Fueron recogidos en las afueras de Bogotá por lo que parecía ser una milicia urbana. El discurso subversivo no era nada más que una fachada. Diana empezó a sondear a los supuestos milicianos y descubrió cosas que no debería tener alguien que pertenece al ELN, zapatos de marca, relojes caros. Tres días duró el viaje hasta Copacabana, una zona que no estaba dentro del área de influencia de esa guerrilla. Constantemente Turbay pedía a los milicianos que le dieran noticias sobre el Cura Pérez. Una semana después de darles largas, le contaron la verdad: estaban en poder de los extraditables.
Pablo Escobar emprendió una cruzada contra el gobierno Gaviria para presionarlo y si era posible modificar la Constitución, con tal de que tuvieran que pagar sus penas en Colombia y no en los Estados Unidos. Desde 1989 había entrado en guerra con el gobierno colombiano —en ese momento el presidente era Virgilio Barco — desatando el terror, el resultado fue el de tres candidatos presidenciales asesinados, un avión de Avianca estallando en el aire y el atentado al edificio del DAS, que dejó 80 muertos. Después de la posesión de César Gaviria, el 7 de agosto de 1990 cambió de táctica, secuestraría a personajes notables de la vida política del país. Diana Turbay sería la primera, después vendrían Francisco Santos, Maruja Pachón, Marina Montoya y Beatriz Villamizar.
La amenaza era clara, si el gobierno no empezaba a dar visos de cambios en sus leyes que favorecieran a los narcos, los extraditables empezarían a ejecutar uno a uno a los rehenes. Ninguna voz, ni la del expresidente Turbay o la de Hernando Santos, papá de Pacho, se alzó más duro contra el gobierno Gaviria que la de Nydia. Cada vez que tenía la oportunidad de hablar a un medio, lo hacía, y apuntaba hacia el presidente a quien le pedía clemencia por los secuestrados. Los que la rodeaban sabían que siempre pensó que todo terminaría en tragedia. Las cartas que le enviaba a Gaviria no tenían respuesta.
Presionaba a su exesposo para que, usando su fuerza política, convocara a una manifestación multitudinaria frente al Palacio presidencial, o llamara a un paro cívico, pero Turbay, frío como todo político, tan solo calculaba. El 19 de enero de 1990, preocupado por la depresión cada vez más profunda de su esposa, Gustavo Belalcázar la convenció para que se fueran unos días a su casa de retiro en Tabio. En una noche de insomnio y desesperación, Nydia tomó una máquina y empezó a escribirle una carta a Gaviria. Su mayor temor era el del intento de rescate por medio de la fuerza, por eso le dirigió frases de súplica tan contundentes como esta: “Lo sabe el país y lo saben ustedes, que si en uno de esos allanamientos tropiezan con los secuestrados se podría producir una horrible tragedia”. En la carta también le pedía al presidente que cesaran los ataques contra miembros del Cartel de Medellín, mientras se solucionaba la situación de los secuestrados. Regresó a Bogotá y dejó la carta con la secretaria privada del presidente. Ese mismo día se enteró por las noticias que el bloque de búsqueda había asesinado a la banda de los Priscos, gente cercana a Pablo Escobar, fundamentales para llenar sus arcas con millones de dólares. El capo querría venganza. En ese momento tuvo la certeza de que jamás volvería a ver a su hija con vida.
Otra vez, las premoniciones habían resultado ciertas. El 25 de enero, después de un rescate fallido por parte del ejército, una bala que le entró por la espalda mientras intentaba huir de sus captores, destruyó la columna vertebral de Diana Turbay. La acompañaba el camarógrafo Richard Becerra. El ayudó a los soldados a subirla a un helicóptero y, al llegar al hospital, la periodista estaba muerta. Lo primero que se supo fue que la operación había sido exitosa. Incluso el propio Gaviria llamó a Nydia a darle la noticia: “Diana está sana y salva”. Nydia lo contradijo: “No, señor presidente, Diana está muerta”. Imperturbable, Gaviria le preguntó: “¿Y usted cómo sabe eso?” “Porque me lo dice mi corazón de madre”, le respondió.
Y sí, Diana Turbay era otra víctima de Pablo Escobar —esto nunca lo puso en duda doña Nydia — y también de la imprudencia y frialdad de Gaviria. Por eso, cuando el presidente fue al velorio de la periodista, Nydia lo dejó con la mano tendida. Pocos días después le solicitó una audiencia privada en donde, en palabras del propio presidente: “Fue a vaciarme”. Efectivamente, allí descargó todo el peso de su dolor frente a Gaviria. Después de la sesión, la ex primera dama le dijo a García Márquez, mientras el escritor hacía la reportería de su libro Noticia de un secuestro, que jamás había conocido a alguien tan “gélido” como el presidente liberal.
Casi cuarenta años después, enferma de olvido, demostró con el atentado a su nieto Miguel Uribe Turbay que las premoniciones volvieron a ser ciertas. Nydia, como una de esas matronas de Gabo, tiene el don de ver más allá de lo evidente.