Todas las heridas se cierran. Hace 24 años, cuando las torres gemelas fueron impactadas por aviones, la fobia hacia los musulmanes se disparó en los Estados Unidos. Este 5 de noviembre un hombre de esa creencia religiosa se impuso como nuevo alcalde de Nueva York arrasando a sus rivales, sobre todo al candidato de Trump. El actual presidente perdió en su casa, la ciudad que él cree rescató, reactivó económicamente. Incluso había amenazado con recortarle el presupuesto anual. A la gente no le importó y votó masivamente. Este fue el emocionante discurso de este hombre de 34 años.
Gracias, mis amigos.
Puede que el sol se haya puesto sobre nuestra ciudad esta noche, pero como dijo Eugene Debs una vez: “Puedo ver el amanecer de un día mejor para la humanidad.”
Durante todo el tiempo que podamos recordar, a la clase trabajadora de Nueva York se le ha dicho —por los ricos y los bien conectados— que el poder no les pertenece.
Dedos amoratados por levantar cajas en los almacenes, palmas encallecidas por los manubrios de las bicicletas de reparto, nudillos marcados por quemaduras de cocina: esas no son las manos a las que se les ha permitido sostener el poder.
Y, sin embargo, durante los últimos doce meses, ustedes se atrevieron a alcanzar algo más grande.
Esta noche, contra todo pronóstico, lo hemos logrado.
El futuro está en nuestras manos. Mis amigos, hemos derribado una dinastía política.
Deseo a Andrew Cuomo lo mejor en su vida privada. Pero que esta noche sea la última vez que pronuncio su nombre, mientras pasamos la página de una política que abandona a las mayorías y responde solo a unos pocos.
Nueva York, esta noche ustedes han hablado. Han entregado un mandato para el cambio.
Un mandato para un nuevo tipo de política.
Un mandato por una ciudad que podamos costear.
Y un mandato por un gobierno que cumpla exactamente eso.
El 1 de enero seré investido como alcalde de la ciudad de Nueva York.
Y eso es gracias a ustedes.
Así que antes de decir cualquier otra cosa, debo decir esto:
Gracias.
Gracias a la nueva generación de neoyorquinos que se niegan a aceptar que la promesa de un futuro mejor sea un vestigio del pasado.
Ustedes demostraron que cuando la política les habla sin condescendencia, podemos inaugurar una nueva era de liderazgo.
Lucharemos por ustedes, porque somos ustedes.
O, como decimos en Steinway: ana minkum wa alaikum (yo soy de ustedes y con ustedes).
Gracias a quienes tan a menudo han sido olvidados por la política de nuestra ciudad y que hicieron suyo este movimiento.
Hablo de los dueños de bodegas yemeníes y las abuelas mexicanas.
De los taxistas senegaleses y las enfermeras uzbecas.
De los cocineros trinitenses y las tías etíopes. Sí, las tías.
A cada neoyorquino en Kensington, en Midwood y en Hunts Point:
Sepan esto: Esta ciudad es su ciudad, y esta democracia también es suya.
Esta campaña es por personas como Wesley, un organizador sindical del 1199 que conocí afuera del hospital Elmhurst el jueves por la noche. Un neoyorquino que vive en otro estado y viaja dos horas cada trayecto desde Pensilvania porque el alquiler en esta ciudad es demasiado alto.
Es por personas como la mujer que conocí hace años en el autobús Bx33 que me dijo:
“Antes amaba Nueva York, pero ahora solo es el lugar donde vivo.”
Y es por personas como Richard, el taxista con quien hice una huelga de hambre de 15 días frente al City Hall, y que aún debe conducir su taxi los siete días de la semana.
Hermano, ahora estamos en el City Hall.
Esta victoria es por todos ellos.
Y es por todos ustedes, los más de 100.000 voluntarios que convirtieron esta campaña en una fuerza imparable.
Gracias a ustedes, haremos de esta ciudad un lugar donde la gente trabajadora pueda volver a vivir y amar.
Con cada puerta tocada, cada firma conseguida, cada conversación sincera, erosionaron el cinismo que ha definido nuestra política.
Sé que les he pedido mucho este año. Una y otra vez respondieron a mis llamados, pero tengo una última petición:
Ciudad de Nueva York, inhalen este momento.
Hemos contenido la respiración más tiempo del que imaginamos.
La hemos contenido por miedo a la derrota, porque nos han dejado sin aire demasiadas veces, porque no podíamos permitirnos exhalar.
Gracias a todos los que sacrificaron tanto.
Hoy respiramos el aire de una ciudad que ha renacido.
A mi equipo de campaña, que creyó cuando nadie más lo hizo, y que transformó un proyecto electoral en algo mucho más grande: nunca podré expresar la profundidad de mi gratitud.
Ahora pueden dormir.
A mis padres, mamá y papá: ustedes me hicieron el hombre que soy hoy. Estoy tan orgulloso de ser su hijo.
Y a mi increíble esposa, Rama, hayati: no hay nadie con quien preferiría estar en este momento, ni en ningún otro.
A cada neoyorquino —hayan votado por mí, por mis oponentes o se hayan sentido demasiado decepcionados por la política como para votar—:
gracias por la oportunidad de demostrar que soy digno de su confianza.
Cada mañana me despertaré con un propósito: hacer que esta ciudad sea mejor para ustedes que el día anterior.
Muchos pensaron que este día nunca llegaría, que estaríamos condenados a un futuro de carencias, a elecciones que solo traen más de lo mismo.
Y otros creyeron que la política se había vuelto demasiado cruel para que la llama de la esperanza siguiera viva.
Nueva York, hemos respondido a esos temores.
Esta noche hemos hablado con una voz clara:
La esperanza está viva.
La esperanza es una decisión que decenas de miles de neoyorquinos tomaron día tras día, turno tras turno de voluntariado, a pesar de los ataques publicitarios.
Más de un millón de nosotros llenamos los gimnasios, las iglesias, los centros comunitarios, mientras escribíamos juntos en el libro mayor de la democracia.
Y aunque depositamos nuestras papeletas en soledad, elegimos la esperanza juntos.
Esperanza sobre la tiranía.
Esperanza sobre el dinero y las ideas pequeñas.
Esperanza sobre la desesperanza.
Ganamos porque los neoyorquinos se permitieron creer que lo imposible podía hacerse posible.
Y ganamos porque insistimos en que la política ya no sería algo que se nos hace, sino algo que hacemos nosotros.
De pie ante ustedes, pienso en las palabras de Jawaharlal Nehru:
“Llega un momento, raro en la historia, cuando salimos de lo viejo hacia lo nuevo, cuando una era termina y el alma de una nación, largamente suprimida, encuentra su voz.”
Esta noche hemos salido de lo viejo hacia lo nuevo.
Así que hablemos ahora, con claridad y convicción, sobre lo que esta nueva era traerá, y para quién.
Será una era en la que los neoyorquinos esperen de sus líderes una visión audaz de lo que lograremos, en lugar de una lista de excusas sobre lo que somos demasiado tímidos para intentar.
En el centro de esa visión estará la agenda más ambiciosa para enfrentar la crisis del costo de vida que esta ciudad haya visto desde Fiorello La Guardia:
una agenda que congelará los alquileres de más de dos millones de inquilinos con renta regulada,
hará que los autobuses sean rápidos y gratuitos,
y brindará cuidado infantil universal en toda la ciudad.
Años más adelante, que nuestro único arrepentimiento sea que este día tardó tanto en llegar.
Esta nueva era será de mejora constante.
Contrataremos miles de maestros más.
Eliminaremos el despilfarro de una burocracia inflada.
Trabajaremos incansablemente para que las luces vuelvan a brillar en los pasillos de los complejos de vivienda pública de NYCHA donde hace tiempo parpadean.
La seguridad y la justicia caminarán de la mano, mientras colaboramos con la policía para reducir el crimen y creamos un Departamento de Seguridad Comunitaria que aborde de frente las crisis de salud mental y de personas sin hogar.
La excelencia será la expectativa, no la excepción.
En esta nueva era que forjamos, nos negaremos a permitir que quienes trafican con odio nos enfrenten entre nosotros.
En este momento de oscuridad política, Nueva York será la luz.
Aquí creemos en defender a quienes amamos: seas inmigrante, miembro de la comunidad trans, una de las muchas mujeres negras despedidas por Donald Trump de un empleo federal, una madre soltera esperando que bajen los precios de la comida, o cualquier otra persona con la espalda contra la pared.
Tu lucha es la nuestra.
Y construiremos un Ayuntamiento que se mantenga firme junto a los judíos neoyorquinos y no titubee en la lucha contra el antisemitismo.
Donde más de un millón de musulmanes sepan que pertenecen —no solo en los cinco distritos de esta ciudad, sino en los pasillos del poder.**
Nunca más será Nueva York una ciudad donde traficar con islamofobia te haga ganar una elección.**
Esta nueva era estará definida por una competencia y una compasión que durante demasiado tiempo se nos dijo que eran incompatibles.
Demostraremos que no hay problema demasiado grande para que el gobierno lo resuelva, ni preocupación demasiado pequeña para que le importe.
Durante años, los de City Hall solo ayudaron a quienes podían ayudarlos.
Pero el 1 de enero inauguraremos un gobierno de ciudad que ayude a todos.
Sé que muchos solo han escuchado nuestro mensaje a través del prisma de la desinformación.
Se han gastado decenas de millones de dólares para redefinir la realidad y convencer a nuestros vecinos de que esta nueva era debería asustarlos.
Como tantas veces antes, la clase multimillonaria ha intentado convencer a quienes ganan 30 dólares la hora de que sus enemigos son quienes ganan 20.
Quieren que el pueblo pelee entre sí para distraernos de la tarea de rehacer un sistema roto hace mucho tiempo.
Nos negamos a dejar que sigan dictando las reglas del juego.
Jugarán con las mismas reglas que el resto de nosotros.
Juntos, traeremos una generación de cambio.
Y si abrazamos este rumbo valiente en lugar de huir de él, podremos responder a la oligarquía y al autoritarismo con la fuerza que temen, no con la complacencia que buscan.
Después de todo, si alguien puede mostrarle a una nación traicionada por Donald Trump cómo derrotarlo, es la ciudad que lo vio nacer.
Y si hay alguna manera de aterrorizar a un déspota, es desmantelando las condiciones mismas que le permitieron acumular poder.
Así es como detenemos no solo a Trump, sino al próximo.
Así que, Donald Trump, ya que sé que estás mirando, tengo cuatro palabras para ti:
Súbele el volumen.
Responsabilizaremos a los malos caseros, porque los Donald Trumps de nuestra ciudad se han sentido demasiado cómodos explotando a sus inquilinos.
Pondremos fin a la cultura de corrupción que ha permitido a los multimillonarios evadir impuestos y aprovechar exenciones fiscales.
Nos mantendremos junto a los sindicatos y ampliaremos las protecciones laborales, porque sabemos —igual que Trump lo sabe— que cuando la gente trabajadora tiene derechos sólidos, los jefes que buscan explotarla se vuelven muy pequeños.
Nueva York seguirá siendo una ciudad de inmigrantes: construida por inmigrantes, impulsada por inmigrantes y, desde esta noche, dirigida por un inmigrante.
Así que escúchame, presidente Trump, cuando digo esto:
Para llegar a cualquiera de nosotros, tendrás que pasar por todos nosotros.
Cuando entremos al City Hall en 58 días, las expectativas serán altas.
Las cumpliremos.
Un gran neoyorquino dijo una vez que se hace campaña en verso, pero se gobierna en prosa.
Si eso debe ser cierto, que la prosa que escribamos todavía rime, y que construyamos una ciudad resplandeciente para todos.
Debemos trazar un nuevo camino, tan audaz como el que ya hemos recorrido.
Después de todo, la sabiduría convencional diría que soy cualquier cosa menos el candidato perfecto.
Soy joven —a pesar de mis esfuerzos por parecer mayor—.
Soy musulmán.
Soy un socialista democrático.
Y lo más imperdonable de todo: me niego a disculparme por ello.
Y sin embargo, si esta noche nos enseña algo, es que lo convencional nos ha frenado.
Hemos adorado el altar de la cautela, y hemos pagado un precio enorme.
Demasiadas personas trabajadoras ya no se reconocen en nuestro partido, y demasiadas han girado a la derecha buscando respuestas a por qué fueron abandonadas.
Dejaremos atrás la mediocridad.
Ya no tendremos que abrir un libro de historia para probar que los demócratas pueden atreverse a ser grandes.
Nuestra grandeza no será abstracta.
Se sentirá en cada inquilino con renta regulada que se despierte el primer día del mes sabiendo que el alquiler no ha subido.
Se sentirá en cada abuelo que puede quedarse en el hogar que trabajó por mantener, y cuyos nietos viven cerca porque el costo del cuidado infantil no los expulsó a Long Island.
Se sentirá en cada madre soltera que viaja segura al trabajo porque su autobús llega a tiempo y no debe correr al dejar a su hijo en la escuela.
Y se sentirá cuando los neoyorquinos lean los periódicos y vean titulares de éxito, no de escándalo.
Pero, sobre todo, se sentirá cuando cada neoyorquino perciba que la ciudad que ama, finalmente, los ama de vuelta.
Que las palabras que hemos dicho juntos, los sueños que hemos soñado juntos, se conviertan en la agenda que cumplamos juntos.
Nueva York, este poder es tuyo.
Esta ciudad te pertenece.
Gracias.