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El Capital de Marx y el Capitalismo de Petro

Por: Guillermo Linero Montes

Escritor, pintor, escultor y abogado de la Universidad Sergio Arboleda


A propósito de la declaración del presidente electo Gustavo Petro –acerca de que va a desarrollar el capitalismo en Colombia– y especialmente motivado porque buena parte de los lectores de Pares son jóvenes o politólogos neófitos, me gustaría compartirles una suerte de remembranza que ilustra sobre lo más básico de la teoría de Karl Marx. Esto lo hago porque cuando tenía 16 años leí con avidez El Capital de Marx, como mis amigos cercanos también lo hicieron, y discutí con ellos acaloradamente sobre la plusvalía sin haberlo entendido, como tampoco creo que mis amigos lo hubieran entendido. Pese a ello, con el tiempo, las numerosas referencias a dicho texto y la misma realidad me llevaron por fin a comprenderlo, aunque no sé cuándo ni cómo. Esta es la remembranza:

De niño, en Santa Marta, mis hermanos y amigos vecinos íbamos ocasionalmente a la playa muy temprano, a una hora inusual. Íbamos sin motivo distinto a pasarla bueno, a gozarnos el alba y a vivir sabroso. Algunas veces, muy pocas, nos sumábamos a las faenas de la pesca artesanal, ayudando a jalar el chinchorro, como efectivamente lo requerían los pescadores: sumar espontáneos que aportaran su fuerza para sacar el fardo de pescados y extenderlo en la orilla.

Se trataba de una experiencia de palpitante vida, en medio de la agónica muerte de los peces. Luego, tras el conteo y clasificación de lo obtenido, el responsable de la faena nos daba a los voluntarios uno o dos peces. Con esa cantidad, y por costumbre, gratificaban a quienes se sumaban con su fuerza a semejante laboreo divertido.

Con todo, de corriente participaban cuatro o cinco personas que habían estado en la faena desde la madrugada, pues servían al dueño del bote, que era el dueño del chinchorro (la red), que era el dueño de los fanales (las lámparas), que era el dueño del termo de café y el dueño del café. Todo para para que al final de la jornada, luego de lentas horas de silencio y espera, aquel dueño les diera como pago no uno ni dos peces, como les daba a los niños y a los espontáneos, sino cinco y, en el mejor de los casos, hasta diez peces.

Lo cierto es que, sumados los peces que daba a los voluntarios, más los cinco o los diez que daba a los trabajadores, no quedaban para el dueño ni cinco ni diez pescados, sino cincuenta y hasta muchos más. Pero, así como mis amigos y yo, desde nuestra condición mental de niños, recibíamos esos peces como regalo –desconsiderando el valor de nuestra fuerza de trabajo–, así también lo entendía el dueño del bote a la hora de hacer la repartición: subestimaba la fuerza de trabajo de sus coequiperos y pensaba que les estaba regalando peces.

No obstante, ello ocurría porque en el entendimiento de aquellos humildes adultos –y en el nuestro infantil– lo único que hacía posible la pesca eran el bote, el chinchorro, los fanales, el termo del café y el café. La fuerza de trabajo no contaba o parecía no contar, se hacía invisible. ¿Quién, con su sola fuerza podría adentrarse al mar y estar allí durante horas sin un bote? ¿Quién podría atrapar con sus manos decenas de peces y llevarlos hasta la orilla sin usar una inmensa red costosa? ¿Quién, con su sola fuerza, digamos con la fuerza del brillo de sus ojos, puede encandilar y atraer a los peces que duermen bajo el agua oscura? ¿Quién con su fuerza adquiere un costoso termo americano y lo carga con un costoso café colombiano?

Como todo lo que asume un proceso de progreso, al principio de las relaciones económicas entre semejantes la Humanidad fue infantil como aquellos niños y aquellos pescadores que hipotéticamente se hacían esas preguntas. De tal suerte que los primeros modelos económicos invisibilizaban la fuerza de trabajo, al reconocerla simplemente como un hecho de vida. Algo bastante lógico, si se considera que la fuerza de trabajo, por ser una virtud innata a lo seres, carece de valor. Algo semejante a lo que ocurre con la fuerza de trabajo de los burros, a los que no se les paga por cargar y trasportar, y que para mantenerles el nivel de producción solo hay que asegurarse de proveerlos con zanahorias.

De ahí que en nuestra anécdota el dueño del bote se aseguraba de no proporcionarles a sus ayudantes menos de lo que garantizara su fuerza para el trabajo –las zanahorias necesarias– y tampoco veía lógico darles ni una sardina de más. ¿Por qué darles más si ellos no son dueños del bote ni de nada?

Pero, bueno, a lo que voy es a lo siguiente: en El Capital, publicado en 1867, Karl Marx, con estricta metodología de científico, devela por primera vez, o lo explica, cómo en las relaciones de producción capitalista (relaciones entre quien posee los medios de producción, el bote, los fanales, etc. y quien solo cuenta con la virtud de su fuerza de trabajo, los músculos y el saber) la ley inmanente de la producción –que no es infantil– consiste en desconocer la fuerza de trabajo y en consecuencia justifica que el propietario de los medios de producción sea también el dueño de los pescados.

En efecto, en el Tomo I de El Capital, Marx se empeña en mostrarle a los burgueses de su tiempo que la explotación de la fuerza de trabajo produce ese efecto injusto –él lo nombró plusvalía– donde el capitalista (el dueño del bote y del chinchorro) se queda con la ganancia y las utilidades (se queda con los peces).

Esa anomalía la denunció Marx a finales del siglo XIX, pero hoy no solo está vigente, sino que se ha vuelto atroz en su deshumanización. Por eso el presidente Petro habla de un capitalismo donde sea posible compartir la producción, dándoles categoría de propietarios de la producción a quienes aportan su fuerza de trabajo. Es decir, los músculos y las ideas equiparadas al bote, al chinchorro y a los fanales.

En el Tomo II, Marx critica a quienes descuentan la fuerza de trabajo como factor de producción, basados en la irrealidad de que el único, o mejor, el imprescindible de todos los factores o medios necesarios para la producción, es el capital-dinero. En oposición a esto, el presidente electo Gustavo Petro se ha referido al capital-saber como la principal fuerza de trabajo, y ha dicho –en una clara apuesta a la denominada economía digital– que implementará la conectividad en pro del conocimiento general de la sociedad.

En el Tomo III, el filósofo alemán, reconociendo que el capitalismo es injusto por su naturaleza irracional, asegura que llegará el día en que se producirá su desaparición y otro modelo o sistema racional lo reemplazará. Sin embargo, Marx no se atrevió a predecir un modelo de economía racional –es decir, justo–. En cambio, el presidente Petro, más de cien años después de la publicación de El Capital, cuenta con modelos que si bien no reemplazan al capitalismo, lo desarrollan buenamente en cuanto son justos y racionales, lo que abona el camino para que el capitalismo empiece a desvanecerse. Me refiero a la economía digital y a la bio-economía.

En términos de economía digital, por ejemplo, el presidente Petro ha prometido el desarrollo y uso de tecnologías de computación digital para que los empresarios puedan librarse de los procesos anacrónicos que encarecen negocios y para la asistencia escolar. Y en términos de bio-economía, que es el uso de recursos biológicos renovables para la producción de alimentos y de energía, el presidente electo ha manifestado su interés en una política industrial cimentada sobre energías limpias.

Mientras que en El Capital, Marx critica a un sistema de producción capitalista basado en los medios de producción y en los bienes de consumo –el capital-dinero– el presidente Petro propone un capitalismo basado en el capital-saber. Mientras que el capitalismo deshumanizado y aborrecido por Marx en El capital tiene como principio favorecerse de la plusvalía, que permite la acumulación del capital (el llamado capitalismo salvaje o capitalismo lucrativo), el presidente Petro nos habla de un capitalismo productivo, donde el valor capital-saber tendrá el mismo o más valor que el capital-dinero.


 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de la Fundación Paz & Reconciliación al respecto.

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