Para muchos colombianos 1985 pudo ser un año feliz. El presidente era Belisario Betancur, un hombre nacido en Amagá, Antioquia que toda la vida sacó pecho por su sensibilidad poética y su origen humilde, tejiendo la leyenda de un nuevo Marco Fidel Suárez. A pesar de ser conservador, Betancourt tenía conceptos políticos que podrían considerarse progresistas teniendo en cuenta la Colombia de esa época, que venía de sacudirse el polvo que le generó los cuatro años de represión de Julio César Turbay Ayala. Así que intentó sentarse a negociar con las guerrillas incluso logró que las FARC intentaran hacer política. Pero iniciativas como la UP terminaron convertidas en genocidio por parte de la extrema derecha que impidió desarmarle a la guerrilla su justificación histórica “Para llegar al poder se necesita implementar todas las formas de lucha”. La presencia en el gobierno de generales como Fernando Landazabal fueron una piedra en el zapato para el presidente.
Entre 1982 y 1986, el cuatrenio de Betancur, el país vivió la primera gran oleada terrorista de la mafia. Pablo Escobar fue expulsado por Galán del partido Liberal, en donde incluso llegó a ser suplente en la Cámara de Representantes, y la venganza fue matar a todo aquel que osara con poner en evidencia su pasado criminal. Así fue como asesinó en abril de 1984 al entonces ministro de justicia Rodrigo Lara Bonilla. Mientras tanto las guerrillas se posicionaban, algunas incluso con una buena imagen entre los colombianos.
Así fue como el M-19 se tomó confianza para crear un plan de toma del Palacio de Justicia tan deficiente que fue hecho ni siquiera con alguna posibilidad de escape. El 6 de noviembre de 1985 un grupo de guerrilleros comandado por Álvaro Fayad, ingresó al Palacio de Justicia. Como después se documentó el esquema de seguridad del Palacio había bajado la guardia al parecer de manera intencional. La idea era hacer entrar a los guerrilleros al lugar y luego hacerles una encerrona. No hubo margen de negociación. Los del M-19 creían que, al tener en su poder a once de los magistrados de la Corte podrían lograr lo que pedían: hacerle un juicio político al presidente de la república. Jamás sabremos -Belisario se lo llevó a la tumba- si hubo un golpe de estado de 48 horas, el punto es que las decisiones de retoma del Palacio recayeron en los hombros de generales como Plazas Vega o Arias Cabrales. El resultado fue que, en el sangriento rescate, fueron asesinadas 101 personas entre ellas los 11 magistrados de la Corte encerrados en el baño. Algunos de ellos, como el magistrado Carlos Urán, fueron sacados con vida del Palacio y luego asesinados a mansalva.
Una semana después el horror alcanzaría cotas insospechadas. Armero fue una catástrofe natural que se pudo evitar. Era inminente que el deshielo que produciría la erupción del volcán Nevado del Ruiz produciría la inundación del rio Lagunillas. El alcalde de Armero habló con ministros como Iván Duque Escobar y le advirtió sobre la tragedia: este municipio del Tolima podría quedar sepultado en una avalancha de lodo. Pero lo llamaron catastrofista, simplemente lo menospreciaron y el resultado no pudo ser peor. El 13 de noviembre de 1985 Armero fue sepultado. 25 mil personas murieron. La ineficiencia del Estado quedó marcado no sólo en no haber podido evacuar a tiempo sino en la incapacidad y corrupción que hubo a la hora de distribuir la millonaria y copiosa ayuda internacional que llegó. Hay hechos que ocurrieron después, como el capítulo de los niños perdidos que el ICBF dio en adopción a familias europeas, que sigue impactando.
En ese mes todo lo que estaba mal en el país se profundizó. Es difícil encontrar un país que hubiera sido capaz de soportar tanta destrucción producto de un gobierno ineficaz, de un sector militar perverso, de la corrupción e inoperancia. A partir de allí empezaría lo peor. Los ochenta estaría marcado por la sangre y las secuelas se siguen sintiendo ahora, cuarenta años después. En esa semana todo se torció.