Vivir de la literatura es bien difícil en un país donde no se lee. En 2024, el promedio de libros leídos por los colombianos era de 3,74 al año, un número bajo comparado con los argentinos que tienen un 5,4 anuales. Actualmente, un autor de ficción brilla sobre el resto en materia de ventas de libros, él es Mario Mendoza. Cada uno de sus nuevos títulos es un suceso editorial. El público joven, sobre todo, espera con anhelo cada lanzamiento. En Colombia es difícil si no se tiene ese nombre. Hasta para Gabriel García Márquez fue difícil, incluso cuando ya era uno de los autores consagrados de la literatura universal. Sus memorias, Vivir para contarla, mientras en España vendía 600.000 libros, en Colombia apenas llegaban a las 40.000.
Por eso, para tener algún impacto, el autor debe tener la determinación de salir a vender su libro. Un ejemplo de esto lo fue el cronista Germán Castro Caycedo. Él tuvo éxitos de ventas muy importantes, algunos de ellos incluso se convirtieron en series de televisión como fue el caso de Mi alma se la dejo al Diablo o Perdido en el Amazonas. Pero esto tuvo que ver con la promoción que él mismo les hacía a sus libros. Esa fue la enseñanza que dejó en autores que conoció. Uno de ellos fue León Valencia, quien sigue a rajatabla esta enseñanza.
A sus setenta, Valencia tiene la salud suficiente como para hacer giras extenuantes en la costa Atlántica, por ejemplo. Su reciente novela, La vida infausta del negro Apolinar, fue lanzada en junio del 2025 y ya está en su segunda edición. La ha presentado en lugares como Cúcuta, Bucaramanga, a mediados de octubre hizo una gira por la costa Atlántica que incluyó Cartagena, Barranquilla y Sincelejo, a menudo coincidiendo con eventos deportivos como partidos de la selección Colombia de mayores, en plena eliminatoria o semifinales del mundial de fútbol juvenil. Pero, en un país donde no se lee lo suficiente, le ha sabido ganar esos pulsos al deporte rey.
Su paso por estas ciudades no necesariamente representa una venta masiva e inmediata del libro, sino que deja instalado el título y tiene directamente conversaciones con la gente. En Cartagena, la presentó su amigo de toda la vida, Nicolás Estrada, un negro imponente y curtido con el fragor de la vida. En él encontró una clave importante para entender su propia obra. Es que, La vida infausta de Apolinar Mosquera no es un libro común y corriente. Toda su estructura se basa en la utilización de la coma. Estrada afirmó en esa presentación del libro que, como a los negros les tenían secuestradas las palabras, cuando se las dieron, no se la dejaron quitar. Por eso su lenguaje no debería tener puntos.
Antes de esta novela, Valencia solo había hecho dos ejercicios de ficción, una de ellas fue Por el pucho de la vida y otra, la última, la exitosa La sombra del presidente. Pero, antes de esta, jamás había abordado un tema que le apasionaba, el del mundo de los negros. La idea de una novela sobre negros le vino por el contacto que ha tenido toda la vida con sus luchas y por la obra maestra de Arnoldo Palacios, Las estrellas son negras, una suerte de Ulises en Quibdó. Con la pandemia pudo tener el tiempo suficiente para hacer la estructura y empezar a escribirla. Por eso, la correspondencia entre Valencia y el Negro Apolinar ocurre en medio del encierro y vía mail. Es una reflexión fresca sobre las angustias que vivimos en lo que muchos consideraron era el fin del mundo.
Cien años de soledad, en Japón, ya ha vendido 250.000 ejemplares con su nueva traducción. Un éxito sin precedentes en una lengua tan ajena al realismo mágico. Pocos escritores en el mundo pueden tener ese nivel de éxito de manera orgánica. Al resto de los mortales les toca trabajar. Eso lo tiene claro Valencia. Ahora arrancará una gira vital para el libro, la costa Pacífica, el universo del Negro Apolinar. Él sabe que, si quiere que su libro sea una tendencia, hay que trabajarle a la promoción con la misma intensidad que a la escritura. Ya no hay tiempo para el llanto de los poetas malditos.