En 1975, poco después de conseguir uno de sus logros cinematográficos más impresionantes, Roman Polanski llevó a la mansión de Jack Nicholson a una niña de trece años. Engañó a su familia diciéndole que la joven sería portada de la revista Vogue. Para relajarla, le dio una botella de champaña y un cuarto de un Qualuude. Le hizo quitar la ropa, la metió en un jacuzzi y la sodomizó. Jack Nicholson no estaba en Los Angeles. A los pocos minutos de dejar a la joven en su casa, su familia se dio cuenta de que algo malo había sucedido. Llamaron a la policía. Bastó una leve inspección para darse cuenta de que la joven no mentía. Polanski era un violador. Fue encarcelado un mes y luego, bajo una argucia judicial, escapó a París. El gobierno francés jamás quiso extraditarlo a los Estados Unidos.
Polanski tiene 92 años y se ve muy bien físicamente. Está lejos del retiro. Cada tanto saca una película que lo vuelve a poner en las alfombras rojas de los festivales de los países a donde puede viajar. Su obra fue premiada en 2002 con un Oscar por El pianista, el premio fue recibido por Harrison Ford. Esto no sucedería hoy en día. Su crimen fue demasiado grave como para buscar ser rehabilitado. En él se resumen esos casos en donde la obra es tan grande y poderosa que, incluso, podría sobrevivir al monstruo que las realizó.
No es ninguna justificación, pero pocos cineastas, pocos artistas han tenido una vida más traumática que este polaco. Su madre, embarazada, fue asesinada en el campo de concentración de Auschwitz. Cuando era niño sobrevivió al ataque de un asesino en serie que le abrió la cabeza de una pedrada. En Hollywood conoció a una actriz, Sharon Stone, con quien vivía y esperaba un hijo. A los ocho meses de embarazo fue asaltada en su casa por un grupo de asesinos, le propinaron 18 puñaladas y dejaron su cadáver colgando de una base de la casa junto con siete de sus invitados. Con su sangre pintaron la palabra Pigs. El haber realizado unos años atrás la película de terror El bebé de Rosemary lo hicieron sospechoso de haber revelado secretos de una secta satánica y por eso se habló de orgías, sacrificios y venganza. En el momento en el que fue atacada su esposa en la mansión de Cielo Drive, él estaba en Londres filmando una película. Se enteró por una llamada.
Decidió irse de Los Angeles en 1969 y solo regresó en 1974, cuando sus amigos Robert Evans y Jack Nicholson decidieron hacer una de las mejores películas de todos los tiempos, Chinatown. El rodaje fue complicado, empezando por la misma escritura del guion. Fue la mano mágica de Roman la que pudo darle coherencia a una enrevesada trama que tenía que ver con el robo del agua en una ciudad desértica como Los Angeles. Contra todo pronóstico, la película fue un éxito. Mucho tuvo que ver el pulso que tenía para dirigir un hombre con el talante de Polanski.
Luego vendría la debacle y el exilio final. El polaco regresaba a Europa y allí pudo hacer otras obras maestras como El inquilino quimérico, Frenesí, La muerte y la doncella o El pianista. A sus 92 años, sigue pensando en proyectos y aunque pudo conseguir reconciliarse con su víctima, lo cierto es que Polanski tiene un crimen muy duro de perdonar. Su aura tenebrosa lo perseguirá hasta que se extinga.



