
Desde el 7 de agosto del 2010, cuando Juan Manuel Santos, a pesar de haber ganado las elecciones presidenciales con la ayuda del partido de la U, que concentraba el 100% del uribismo, empezó a prometer un proceso de paz con las FARC y tender puentes hacia el peor enemigo de Uribe, Hugo Rafael Chávez, Santos fue condenado por el uribato como el peor de los traidores. Desde entonces empezó el periodo de polarización más fuerte que ha sentido el país en este siglo. El proceso de paz con las FARC ahondó aún más esa diferencia. Uribe usó todos sus arrestos, su odio, para boicotear un proceso que el consideraba injusto, casi que arbitrario, a pesar de que él también había intentado lograr un diálogo con el secretariado de esa guerrilla.
No llegaron a ningún acuerdo. Se limitaron a escucharse muy amablemente pero ninguno se movió de su posición. Uribe seguía reclamando su victoria y no pensaba ceder. Una de las cosas que dijo Uribe después de la reunión fue lo siguiente: “Después de que ganó el No, hubo un diálogo. Nosotros siempre dijimos que si ganaba el No, no estábamos en contra de la paz sino en que se modificaran los acuerdos, y hubo unas modificaciones que aceptamos pero hay unos temas que subsisten muy delicados que el Gobierno no ha querido reformarlos”. Santos tampoco se dio por aludido y fue enfático: “los acuerdos ya están firmados”.