Se llamaba Miguel Angel López. Con su familia había creado hace cerca de una década una funeraria llamada San Miguel. La tenían en Tibú, corazón del Catatumbo. Desde comienzos de la década del noventa cuando las FARC llegaron a orillas del río que lleva el nombre de la región, con el fin de controlar las rutas de la coca, un negocio lucrativo que dejaba 36 millones de dólares trimestrales a esa guerrilla, los cadáveres suelen aparecer a lado y lado de las vías, flotando en el agua, arremolinados en sus propias casas. La arremetida paramilitar de finales de los noventa no trajo sino más muerte, más desolación. Por orden de la casa Castaño y de Mancuso se creó el Bloque Fronteras para instalarse en La Gabarra y Tibú y controlar los laboratorios y las rutas. Sacárselos a las FARC. En 1999 hicieron decenas de masacres pero las peores, las más contundentes fueron las de Tibú y la de la Gabarra en donde los muertos se contaban por decenas. La funeraria de López fue la que muchas veces, sin cobrar nada, le daba sepultura a los muertos que se agrietaban tirados al sol, sin dolientes, sin paz ni siquiera después de la muerte.
En enero se instalaría la muerte. El ELN empezó a llegar a las casas de los firmantes de paz, tumbaban la puerta, los sacaban y los mataban. Empezó un fuego cruzado que ha dejado 10 mil desplazados y más de 90 muertos. La alcaldía de Cúcuta en este momento está lleno de catatumberos que buscan refugio como sea. El estadio General Santander será el lugar en donde recibirán cobijo.
Miguel Ángel López tenía una funeraria en Tibú, Catatumbo pleno. En el 2024 fueron asesinadas 515 personas en esa región. En la última semana es probable que los muertos se cuenten por docenas. Son muchos y algunos no se pueden enterrar. Los dejan en la vera del camino hasta que el sol los ponga verdes. El ELN manda y el desobediente las paga, dicen con los puños cerrados. López no hizo caso. López sacaba su carro fúnebre y se llevaba a los muertos y los embalsamaba y los sepultaba. El jueves pasado mientras iba con su esposa, Zuley Duran y sus dos hijos por la vereda Las Sillas, zona rural de Tibú, los detuvieron y les dispararon. Miguel, Zuley, y su hijo de 10 meses murieron ahí, en el carro fúnebre con el que se ganaban la vida. Al hijo mayor no le pasó nada. Hay casas en el Catatumbo donde los cadáveres se pudren en las casas. Al que recoja los cuerpos lo matan como le pasó a Miguel Ángel. En Colombia a la gente la matan muchas veces por ser buenas personas.



