No existe un cineasta que me cause tantas sensaciones encontradas que Woody Allen. A veces incurrí en no tomarme demasiado en serio las acusaciones que hacía Mia Farrow contra él. La icónica actriz de tantas de sus obras maestras, y quien fue su esposa, no solo tuvo que soportar que Allen se enamorara de Soon-Yi Previn, su hija adoptiva, 35 años menor que el creador de La rosa púrpura del Cairo, sino que también lo acusó de una obsesión malsana y de abuso por parte de Allen de su otra hija. “Era demasiada atención”. La acusación de Dylan no fue óbice para que rutilantes estrellas del cine, desde Scarlett Johanson hasta Timothée Chalamet, rebajaran seriamente sus salarios para trabajar con quien fue considerado, hasta hace muy poco, el más grande de los cineastas vivos norteamericanos.
Pero un documental emitido en 2021 por HBO, Allen vs. Farrow, lo dejó contra la pared. Jamás sería el mismo y, para realizar sus últimas películas, ha tenido que hacer giras por Europa intentando convencer a viejos condes para que paguen producciones que ya no tienen el brillo de obras recientes como Medianoche en París, tal vez su última gran película.
Allen cumplió noventa años y deja tras de sí, además de los escándalos, más de sesenta películas. Entre 1975 y 2014, Woody Allen rompió un récord: fue el único director de cine que pudo hacer un estreno anual. Ese nivel de cordura y trabajo dejó obras maestras absolutas. Si tuviéramos que llevar a una isla desierta cinco de sus películas de ese lapso, estas serían las elegidas: 1. Anniel Hall. 2. Match Point 3. Hanna y sus hermanas 4. Maridos y esposas 5. El sueño de Cassandra. Sí, cada gusto es una aberración por eso sé que, para muchos de ustedes, fans impertérritos y exigentes, dirán que por qué se quedan por fuera Días de radio, Ballas sobre Broadway, Poderosa afrodita, sí, cualquiera de estas podría ser la elegida. Nadie fue más rápido y efectivo que él.
Allen se ríe de sí mismo, y ahora que cumplió noventa años afirma que nunca llegó a ser ni el dobladillo de Ingmar Bergman, su ídolo. Siempre afirmó que la gente creía que él era un intelectual muy inteligente porque llevaba gafas, pero que, en realidad, lo que más disfrutaba en la vida era ver partidos de los Knicks de Nueva York. Incluso, en rodajes extenuantes como Hermanas, tenía que parar el rodaje cada vez que él pudiera ver el encuentro. Sabía dividir muy bien sus años. Tres meses se le iban en escritura, tres meses en rodaje, dos meses en posproducción. Por eso, siempre le quedaban cuatro meses para hacer lo que quisiera en la ciudad donde fue rey: Nueva York. Pocas veces viajaba a Europa. Solo los que hemos visto sus películas sabemos las neurosis de sus personajes. Pero, como él mismo lo dice en sus memorias, A propósito de nada, si Allen hubiera sido en la vida real como su personaje lo más seguro es que jamás hubiera hecho un cortometraje.
Hay un libro fundamental para entender esto de que cineastas cuyas obras amamos sean unos malditos. Claire Dederer escribió un libro fundamental para entender esto y se llama ¿Monstruos? Donde separar el autor de su obra. Aunque sigue encontrando Anniel Hall maravillosa, le vio todos los problemas inimaginables a una de sus obras más aclamadas: Manhattan. Es una historia de amor entre un hombre de 41 años y una muchacha de 17 años. Ahí aparece otra mujer madura -interpretada por Diane Keaton- que en la película es como una especie de villana porque tiene intereses culturales, tiene conceptos definidos, tiene 35 años. Para Allen es más importante estar con alguien que puede ser su hija para enseñarle. Lo que llaman hoy el manexplaining en todas sus dimensiones. Cuando, en 1992, el periodista Walter Isaacson le preguntó por su amor con su hijastra, 35 años menor que él, Allen respondió “El corazón quiere lo que quiere”. Lo que quiso decir fue: soy una persona poderosa, tengo dinero y abogados, puedo hacer lo que quiera.
Casi todas las películas de Woody Allen son fantásticas y seguramente perdurarán en el tiempo, pero, hay que aceptarlo, una de sus obras maestras, Manhattan, va a desaparecer simple y llanamente porque es pura basura machista.
Feliz cumpleaños, señor Allen.



