Por: Redacción Pares
Foto tomada de: La Nación
Despreciado, acorralado, echado de la URSS, la nación que él ayudó a forjar y de Turquía, León Trotsky se aferró a la única posibilidad que tenía: México. El presidente Lázaro Cárdenas le abrió las puertas gracias a la gestión que hizo Diego Rivera, gloria azteca, muralista supremo, comunista lacayo. Un año duró la gestión para que el arribo del gran comandante de la revolución rusa llegara a Tampico junto con su esposa Natalia, el 9 de enero de 1937. Desde ahí Rivera los llevó a su hermosa casa azul en Coyoacán. Hubo tequila y comida rebosante. Las medidas de seguridad, para la época, eran extremas. Stalin le había puesto en la frente la cruz de la muerte. No descansaría hasta que alguno de sus agentes matara al traidor mayor. En la puja por el poder que dejó Lenin, Trotsky parecía el favorito para quedárselo. Sería el amo y señor de la URSS. Como comandante y creador del ejército rojo había demostrado la crueldad y decisión que necesitaba para manejar con puño de hierro a la nueva potencia. Pero Stalin, con sus estrategias, terminó venciéndolo. Lo echó de su país en 1927 y desde entonces había montado todo su aparato de propaganda para destruirlo moralmente. Ahora sólo le servía muerto. La bala podría salir de cualquier lado. Así lo había sentido en los meses que estuvo en Noruega, Francia y Turquía. En México habían comunistas lo suficientemente perturbados como para dar el golpe de gracias. No se podía confiar de nadie, incluso de su anfitrión.
Trotsky conoció a Frida Kahlo, la pintora que estaba casada con Rivera, esa tarde en Coyoacán. Ya era una leyenda. A su talento se le sumaba la desgracia. Muy joven fue víctima de un terrible accidente en un tranvía. Desde ese momento su cuerpo, atormentado, sufrió 32 cirugías. Los dolores en la columna vertebral sólo se calmaron con su muerte. Parte de ese sufrimiento lo trasladó a su obra. El cuerpo como un ciborg, intervenido, casi que mutilado, fue el sello de sus cuadros. Era imposible no fijarse en ella. Siempre fue una indomable. De chica le gustaba llevar la corriente. Aún sobreviven fotos en donde se ve, juntos con sus hermanas, vestida de hombre. Fue una adelantada a su tiempo. No se depilaba, se vestía haciendo una declaración de principios. No hay nada más contemporáneo que Frida. Y esa aparición confrontó a León Trotsky. En esa época que conoció a Frida la pintora estaba lacerada en cuerpo y alma. Las continuas infidelidades de Rivera -entre las que se cuentan el amorío que tuvo con su hermana- le habían causado profundos estragos pero, también, la terminaron de liberar.
Trotsky cometió la imprudencia de tener un amor clandestino con la esposa del hombre que lo había traído a México, que lo tenía salvaguardado del brazo largo de Stalin. Ella no se arrepentía. Ella afirmó que en su vida había tenido dos tragedias muy graves: “Sufrí dos accidentes graves en mi vida; el del tranvía y el de Diego. El de Diego fue de lejos el peor”. Frida fue una amante de sus amigas como la pintora Georgia O’Keefe. También tuvo escarceos con Chavela Vargas. La cantante, uno de los motores artísticos de artistas tan potentes como Pedro Almodóvar, le movió el corazón a la pintora. En una carta que le envió a su amigo, Carlos Pellicer, se refiere a Chavela: “Hoy conocí a Chavela Vargas. Extraordinaria, lesbiana, es más, se me antojó eróticamente. No sé si ella sintió lo que yo. Pero creo que es una mujer lo bastante liberal, que si me lo pide, no dudaría un segundo en desnudarme ante ella. ¿Cuántas veces no se te antoja un acostón y ya? Ella, repito, es erótica. ¿Acaso es un regalo que el cielo me envía?”.
Nunca se supo si se avanzó mucho más allá de un coqueteo. Tampoco se tiene certeza qué tan profunda fue la relación con María Félix, otra leyenda del cine mexicano. Lo que si es seguro, gracias también a la exhaustiva investigación que hizo el escritor cubano Leonardo Padura para su ya clásica novela El hombre que amaba a los perros es que el contacto con Trotsky fue intenso. Usaban el inglés para burlar a sus parejas y se encontraban en la casa de una de las hermanas de Frida. El amor se descubrió y esto habría decidido para que Diego Rivera le diera la espalda al ruso. Fue asesinado en 1940 por un fanático de Stalin. Lo que usó para matarlo fue una pica de alpinista. Frida moriría el 13 de julio de 1954. Fue quemada como si fuera un viejo emperador azteca. Lo último que escribió antes de morir fue lo siguiente: “Espero alegre la salida y no volver jamás”.
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