Por: León Valencia, para @infobae
El expresidente Uribe y el Centro Democrático han anunciado que publicarán una cartilla para responder al informe de la Comisión de la Verdad. Tienen, desde luego, todo el derecho a controvertir el gran acervo de memoria y verdad que, a lo largo de cuatro años, recogió la Comisión.
Puede ser una buena idea si se dedican con juicio a explicar algunas realidades dolorosas que los implican de manera directa. El 63% de las 9’200.000 víctimas se produjo en el gobierno de Andrés Pastrana y en los dos mandatos de Uribe. También la mayoría de los 450.000 muertos. Una interpretación de este fenómeno por parte de sus protagonistas podría arrojar luz sobre este oscuro periodo de la historia nacional.
La otra verdad de a puño es que las ejecuciones extrajudiciales, llamadas “falsos positivos”, se multiplicaron en tiempos de Uribe hasta llegar a una cifra que agrede la memoria como una afrenta imborrable: 6.402 personas inermes e inocentes, la mayoría jóvenes, murieron a manos de las Fuerzas Armadas de Colombia. Aceptar la trama criminal orientada desde las más altas instancias del Estado y urdida por militares sin honor, contribuiría enormemente a recuperar la dignidad de nuestra fuerza pública.
Puede ser una mala idea si se ponen en la tarea de negar lo ocurrido o si se proponen echarles la culpa a las fuerzas ilegales o a sectores de las Fuerzas Militares, eludiendo todas sus responsabilidades en la tragedia.
No podrán convencer a la mayoría de los colombianos de que este holocausto sencillamente no ocurrió, de que la izquierda se ha inventado las cifras, las imágenes y los testimonios, para enlodar la memoria de personas e instituciones honorables. Si lo intentan, seguirán engañando a sus seguidores con sus versiones y retrasarán el proceso de reconciliación del país.
Tampoco se salvarán culpando a otros. Ya le salió mal al expresidente Uribe la reunión con el padre Francisco de Roux. Ese fue el primer gran intento de dar otra versión de los acontecimientos.
Juan Manuel Santos había concurrido a la Comisión a reconocer la innegable responsabilidad del Estado en las ejecuciones extrajudiciales y a Uribe se le ocurrió que debía dar una explicación que lo liberara de la culpa. Aceptó la reunión con la Comisión condicionándola a que fuera en su finca y bajo sus reglas. Aún así, lo que vio el país fue a un Uribe diciendo por primera vez que las Fuerzas Militares no le había informado de estas cosas. Triste versión de un hombre con fama de frentero y que siempre había reivindicado una potente y transparente relación con el estamento armado.
Sé muy bien que no es fácil para un líder, para un partido político o para una nación ponerle la cara a un holocausto. Todavía hoy, después de ochenta años, se discuten en Alemania las responsabilidades en el ascenso del nazismo. Hasta su más emblemático premio novel de literatura, Günter Graas, hubo de confesar al final de sus días su relación con el monstruo; y un papa, Benedicto XVI, de nombre secular Joseph Aloisius Ratzinger, afronta hasta hoy la acusación de haber colaborado con los nazis.
Nuestras desgracias, que no son menores, no atravesarán la historia del mundo. Somos un país pobre y lejano. Nuestros muertos, la mayoría campesinos sin nombre, indígenas sin apellidos sonoros, negros olvidados, acompañados de algunos magnicidios que poco a poco irán desapareciendo de la memoria de los colombianos, no dan para debates en el centro de los acontecimientos mundiales.
Pero un debate local serio y ponderado a partir del informe de la Comisión de la Verdad nos puede ir acercando a la reconciliación. No podemos demorarnos cien años en la discusión. No podemos seguir ocultado lo que ocurrió y eludiendo responsabilidades. Estas actitudes nos mantienen atados al pasado, prolongan las violencias existentes y mantienen una polarización dañiña para el país.
Cuando hablo del conflicto armado y su estela de muerte, desarraigo y devastación, algunos lectores me reclaman diciendo que no tengo autoridad moral, porque hice parte de esa guerra. Debo reconocer que para mí no ha sido fácil encarar mi pasado. Pero lo he hecho con la sincera convicción de aportar a la reconciliación. Acabo de escribir el libro La izquierda al poder en Colombia con este propósito y con ese mismo objetivo participé en el Grupo de Memoria Histórica que encabezó Gonzalo Sánchez, y colaboré con la Comisión de la Verdad en su reciente labor.
Comentários