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Fuerza, Miguel

  • Foto del escritor: Andrés Camacho
    Andrés Camacho
  • 18 jun
  • 2 Min. de lectura

Por: Andrés Camacho



Miguel Uribe Turbay nació en 1986. Es abogado, senador y precandidato presidencial del Centro Democrático. Somos polos opuestos: militamos en partidos enfrentados, representamos ideas y estilos distintos. Pero somos de la misma generación. Crecimos en un país roto por la guerra, la exclusión y la violencia. Nacimos en los años 80, cuando las bombas de Escobar estremecían ciudades enteras, cuando vimos caer a Pardo Leal, Lara Bonilla, Galán, Jaramillo y Pizarro. Aprendimos —a las malas— que cuando el odio se normaliza, el país retrocede.


Por eso el atentado contra Miguel el 7 de junio nos duele. Nos duele a quienes venimos del progresismo, porque también cargamos las marcas del miedo. A nosotros también nos han matado compañeros, y por más de tres décadas hemos luchado por garantías, por derechos, por una democracia real que se imponga ante el ruido de los tiros. Nos duele porque entendemos lo que está en juego: no es solo una vida, es la posibilidad de que las diferencias políticas no se conviertan en amenazas.


No se trata de pensar igual. Se trata de reconocer que compartimos una historia: la de una generación que vivió el conflicto, la Constitución del 91, el estallido social, la pandemia. Una generación a la que le tocó formarse en medio del ruido de la guerra y que ahora tiene la responsabilidad de no repetir los errores del pasado.


Vi a Miguel por última vez en abril, en Bucaramanga, en un foro sobre transición energética y fracking. Debatimos duro, él con sus ideas, yo con las mías. Nos dimos la mano al final. Eso es lo que debería significar hacer política: debatir con fuerza, pero con respeto. Disentir sin deshumanizar. No quiero que lo que pasó nos quite la posibilidad de volver a discutir. Quiero que ese debate continúe, porque sé que aún sin convencernos, podemos aprender mutuamente.

A quienes hoy nos toca gobernar, nos corresponde también proteger a quienes se oponen. Cuando éramos oposición, exigimos respeto y garantías. Hoy debemos actuar con la misma coherencia. La paz, el respeto por la vida y la diferencia no son banderas de un partido, son aprendizajes de una generación que creció entre el miedo y la esperanza.


Por eso necesitamos llegar al fondo, esclarecer lo ocurrido y conseguir que haya justicia. No podemos permitir que el país vuelva al lodazal de los 90. No necesitamos oportunismo político. Necesitamos grandeza. Nos duelen las balas, vengan de donde vengan. Nos duele la violencia, y nos duele porque sabemos lo que cuesta salir de ella.


Fuerza, Miguel. Este país necesita que vivas. Necesita que tus ideas convenzan a quienes deban convencer. Nosotras haremos lo nuestro, con argumentos, con respeto. Colombia necesita cerrar el capítulo de la violencia política. Y eso empieza por no callar. Quiero volver a debatir contigo.

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