Algunas de las personas más inteligentes que he conocido en mi vida son de La Gabarra. Fui por primera vez a ese lugar en 2011. El corregimiento vivía un periodo de calma después de décadas de haber sido el epicentro de la guerra. Las FARC se establecieron allí, a comienzos de los noventa, abriendo un imperio criminal que se traducía en movimientos de coca anuales que superaban los cuarenta millones de dólares. La gente se acostumbró en ese lugar, enquistado al lado del río Catatumbo, a vivir sin estado y con la presencia constante de los muchachos de las botas de caucho. Un día, los policías y el ejército se fueron, me cuenta Bernardino Carrero Rojas, quien a sus 30 años fue corregidor de este lugar, y llegaron en su lugar las FARC. Y solo se fueron cuando llegaron los paras: “La Gabarra está enferma de geografía -me dice con su lucidez pasmosa- y esto se lo disputan todos los grupos, por ser un pasadizo hasta Venezuela”.
Los paras llegaron en agosto de 1999 y, como las huestes de Genghis Khan, querían enviar un mensaje contundente: si la población dominada no se les arrodillaba, ellos practicarían el horror. Y así lo hicieron. Y mandaron durante cinco años hasta que una desmovilización mal hecha los disolvió. Y La Gabarra, por lo menos hasta el 2016, tuvo la paz suficiente para llorar sus muertos, para recordar masacres en donde fueron asesinados hasta cien personas.
Pero el horror siempre vuelve. La gente no se repone. Más de un año después de los hechos, del asesinato de Jeykon. Así se hacía llamar en redes sociales, pero su nombre verdadero era Jorge Antonio Méndez Pardo. Por eso, se creó una cuenta en TikTok, que se llamaba La Gabarra, con una imagen diferente, y llegó a tener más de seiscientos mil seguidores. Su contenido estaba enfocado en mostrarle al país las bellezas naturales de este lugar. Cada publicación suya mostraba un pozo, una cascada, un bosque. Pero, era imposible que pudiera escaparse de la realidad.
Y la realidad actual indica que La Gabarra está entre dos tenazas de acero. Un lado de ellas es el Frente 33 y el otro el ELN. Desde que el 16 de enero estos últimos empezaron a asesinar a miembros de las FARC entre los que se incluía a firmantes, el Catatumbo entró en una nueva espiral de guerra. Jeykon no alcanzó a ver esto. A él lo mataron un año antes de que el horror volviera a comenzar. En ese momento, el joven amplió los intereses y temas de sus videos y se empezó a interesar por una guerra, una ofensiva, que ha dejado hasta el momento a setenta mil víctimas. Así que hizo ayudas importantes, por ejemplo, buscándole ubicación a los cuerpos que ambos grupos dejaban en la vera del camino. Otra cosa cargada de simbolismo fue la de pintar con los banderas de Colombia el puente de acero que comunica a La Gabarra con la vereda kilómetro sesenta. Toda suerte de liderazgo e influencia es visto con muchísimo recelo por los grupos armados. Y a Jeykon lo mataron por eso. Por su valentía.
Cuentan en la Gabarra que empezaron a llegarle amenazas al influencer. Lo mejor es que dejara de hacer videos, sino quería ganarse una muerte violenta. El jueves 27 de junio de 2024, a Jeykon lo encontraron muerto dentro de una camioneta en el camino que comunica desde La Gabarra hasta el Zulia. Decidieron advertirle a la funeraria San Miguel de Tibú en donde, después de pedirles permiso a los grupos armados que se disputan la zona, permitieron recoger el cuerpo del joven.
Más de un año después de estos hechos, La Gabarra no se puede recuperar moralmente. A la muerte de Jeykon vino después la temible ofensiva que ha dejado más de trescientos muertos y que según el presidente ya acabó, ya terminó. En algunas partes del Catatumbo, los leños se han vuelto a encender.



