Cuando Sergio Saavedra nació, en 1996, la Estrategia del Caracol ya tenía tres años. Hace poco a mi gran amigo videógrafo le pregunté cuál era su película favorita y él me respondió sin titubeos que la película que siempre repetía era la Estrategia. Cuando lanzaron esta película críticos como Luis Alberto Álvarez lideraban una cruzada: había que crear una cinematografía propia, sacarse el estigma de Focine que había burocratizado el cine nacional, huir de propuestas ramplonas como El taxista millonario que había conseguido meter a un millón de personas en salas de cine, buscar un lenguaje propio, algo que en 1993 se había conseguido en contadas ocasiones, una vez fue en Raíces de piedra de José María Arzuaga y otra vez fue con obras como Los músicos o Rodrigo D de Víctor Gaviria. Pero ninguna película había encarnado con entereza eso de cautivar a público y crítica siendo esencialmente colombiana, sin caricaturas, con personajes reales que fácilmente la gente pudiera verse representada en una pantalla.
Y así pasó con La estrategia. Los festivales se rindieron a sus pies, los críticos también. En un año tan convulso como ese 1993 – muerte de Pablo Escobar, Colombia 5-Argentina-0, 195 muertos en esa celebración- la película escrita por Ramón Jimeno y dirigida por Sergio Cabrera fue un motivo de orgullo, un logro estético descomunal. Aún se ve fresca y muchachos como Sergio Saavedra la disfrutan es porque también está muy bien actuada. Jamás volvió a salir una presencia cinematográfica como Frank Ramírez, quien aprendió a actuar en Nueva York. Puro método. Humberto Dorado siempre gigante y Mallarino como el gomelo malvado es maravilloso.
Hace poco vi en redes sociales que, la escena del desalojo a la casa Uribe, en donde los inquilinos consiguen su venganza y les entregan “su hijueputa casa pintada”, era ampliamente compartida por personas menores de treinta años. En los comentarios demostraban su devoción hacia esa obra maestra. La casa es la gran protagonista de esta película. El predio data de 1850 y 1860 cuando se levantaron las primeras casas de barro y bahareque. La edificación está ubicada en la calle 8 a numero 8-44 en plena Candelaria. Allí hay varios negocios en sus 800 metros cuadrados y aunque no ha sido declarada monumento nacional, los dueños -tres herederos- se han puesto de acuerdo para no tumbarla. Resistió momentos tan agitados de nuestra historia como el mismísimo Bogotazo. Fue hotel, restaurante, inquilinato. Sus fantasmas le siguen siendo fieles.
La estrategia del caracol es la película de un hombre que fue maoísta en China en su primera juventud, que aborda las complejidades del movimiento social, es un homenaje a la solidaridad, a la empatía, pero también es una película profundamente bogotana. Era un pelado de provincia cuando la vi y me encantó pero verla siendo ya un habitante de la capital me cambia la perspectiva y la potencializa aún más. A La estrategia hay que volver siempre. En estos días se acaba de estrenar una obra maestra llamada Un poeta, del maestro Simón Meza, que triunfó en Cannes pero eso parece que ya no importa más allá de una burbuja de espectadores que sigue adorando este tipo de esfuerzos. El cine colombiano, desde Los reyes del mundo, no tiene mayor impacto en pantalla grande, es como si todo el esfuerzo de verlo se redujera a conformarse con las series que está presentando Netflix con desiguales resultados. Hay que regresar a las salas, apoyar a nuestros cineastas. Debemos volver a creer. A los estímulos cinematográficos del Estado deben sumarse el interés del público. No podemos dejar de acompañar a nuestros artistas. El cine colombiano necesita público.
La construcción de una cinematografía propia, treinta años después de que la discusión la planteara Luis Alberto Álvarez, sigue estando en pie y es más necesaria que nunca.



