
Lo cuenta Olga Behar. Gonzalo Javier Palacio nació en Entrerrios, Antioquia, en 1933 y en su juventud su ídolo no era un cantante ni un jugador de fútbol sino un obispo. Se llama Miguel Angel Builes. Por sus homilías encendidas lo llamaban “el botafuego”. Creía que ser liberal era pecado. En un sermón dijo lo siguiente: “Que el liberalismo ya no es pecado, se viene diciendo ultimamente, y que por tanto, ser liberal ya no es malo. Nada más erróneo, pues lo que es esencialmente malo no dejará de serlo y el liberalismo es esencialmente malo” Y Palacio creía todo lo que decía Builes y se convirtió en un apostol de la extrema derecha.
Su lugar de reunión los fines de semana era una fuente de soda llamada “Los Alpes”. Cada vez que se tomaba unos aguardientes en ese lugar, al otro día, aparecía alguien muerto. Así lo afirman varios testigos. Los muertos, como lo relata en varios declaraciones el mayor de la policía Juan Carlos Meneses, quien fue comandante en Yarumal, “Los escogidos eran personas señaladas por la población como marginados sociales que resultaban indeseables, sobre todo para los comerciantes de la zona que recolectaban dinero supuestamente para apoyar a la Policía”.
“Me motivó conseguir el arma el peligro que corría mi vida por las denuncias públicas, en mis homilías y predicaciones, ahí aprovechaba para hacer denuncias públicas sobre los abusos de la extorsión y secuestros, amenazas que hacía la guerrilla o la delincuencia común organizada, ya que por convicción, por formación, soy un gran respetuoso de la vida, la libertad y la dignidad de la persona humana. Como hacía denuncias públicas fuertes, temí por mi vida y eso me llevó a conseguir el arma como medio de defensa. Directamente no fui amenazado e indirectamente si supe que me había convertido en objetivo militar de la guerrilla.
Al cura lo capturaron en el barrio Laureles de Medellín en 1995, duró dos años preso. Se le señalaba de haber creado el grupo paramilitar Los doce apóstoles. Nunca lo desvincularon del caso. La iglesia ayudó a esconderlo. En los últimos años de su vida permaneció en la iglesia San Joaquín de Medellín. Tenía 87 años cuando murió. Fueron decenas las personas que declararon en su contra señalándolo de paramilitar, de pertenecer en Yarumal al grupo de Los doce apóstoles, al mismo al que se le señala de ser miembro a Santiago Uribe Vélez y por el que se le abrió un juicio dos veces.