Es probable que 1999 haya sido el año más violento en la historia del conflicto colombiano. Las masacres en el Catatumbo, en La Gabarra y Tibú, el asesinato de Jaime Garzón, la irrupción de los paras fueron el caldo de cultivo para agravar aún más la situación. Pero el asesinato de Jesús Antonio Bejarano conmocionó a un país. Este 15 de septiembre se cumplieron 26 años del crimen ocurrido dentro de la Universidad Nacional. A pesar de haber alertado a la Fiscalía sobre un plan para matarlo, nadie movió un dedo. Conocidas las primeras sentencias de la JEP contra las FARC, es oportuno recordar este crimen del que, en 2022, mientras era congresista, Julián Gallo, mejor conocido en sus años de guerra como Carlos Antonio Lozada, hizo un mea culpa en pleno congreso y reconoció que la guerra de las FARC ya se tornaba demencial.
Chucho Bejarano había estado en las primeras mesas de negociación con las FARC y el ELN. Lo que le pudo costar la vida fue la investigación que realizaba sobre el asesinato de Álvaro Gómez Hurtado. Bejarano, demasiado lúcido, se daba cuenta que habían encapuchados dentro de la Nacional, universidad de la que era profesor, que podrían estar siguiéndolo. Era una situación insostenible.
El doctor Rubén Darío Ramírez le advirtió a Bejarano que había un plan de las Farc para matarlo. Al grupo guerrillero le molestaban las opiniones de Bejarano, que era crítico con respecto a la posición de Manuel Marulanda Vélez sobre su voluntad de hacer la paz que le proponía Andrés Pastrana. El 15 de septiembre de 1999, mientras entraba al salón 238 de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional, dos sicarios lo asesinaron.
Los alumnos de Bejarano recuerdan que los miércoles, antes de las seis de la tarde, llegaban al salón del edificio de posgrados de ciencias económicas de la Nacional, a echar “chisme político”. Era un hombre agradable que fue acusado por la guerrilla de haberlos traicionado. Uno de sus más cercanos amigos en vida, Jorge Pulecio, afirma lo siguiente en un escrito ampliamente difundido: “Chucho no traicionó a nadie. Ni siquiera fue militante, lo que se dice militante, de organización alguna. Como en sus escritos reconocía que en Colombia sí había logrado consolidarse el capitalismo, al contrario de lo que decían en los setenta los maoístas y las vacilaciones respectivas de los comunistas ortodoxos, pues los socialistas de entonces lo considerábamos más cercano a nosotros, pero tampoco. Por eso se peleaba con Salomón Kalmanovitz y otros socialistas de entonces. Las declaraciones programáticas y las “tesis” de los grupos izquierdistas constreñían el pensamiento, y por eso Chucho no se dejó encasillar”.
El problema es que a Jesús Antonio lo empezaron a ligar con un grupo que, supuestamente, buscaba hacerle un golpe de Estado a Samper y luego a Pastrana. Incluso fue citado por un medio nacional. En la noticia difundida por ese medio, se habló incluso de que le habían ofrecido el Ministerio de Defensa.
Bejarano llevaba 27 años siendo profesor de la Universidad Nacional.
Los señalamientos de que había participado en el asesinato de Álvaro Gómez fueron una profunda preocupación al final de su vida. Incluso, alcanzó a rendir una indagatoria en la que sostuvo: “En declaración rendida a la Fiscalía dentro del proceso por el asesinato del Doctor Álvaro Gómez, (que la Fiscalía relaciona con el supuesto intento de golpe de Estado) aclaré que solo asistí a un almuerzo en el hotel Casa Medina en compañía del señor Mantilla, los doctores Luis Carlos Sáchica y Álvaro Uribe Rueda, del General Bernardo Urbina y un Coronel de apellido Castro. En ese almuerzo se habló exclusivamente de la crisis política. Aclaré igualmente que en ningún caso participé en ninguna reunión de las realizadas en hoteles, residencias privadas u oficinas como pareciera desprenderse de declaraciones a los medios de parte del señor Mantilla”.
Sobre él pesaba otro señalamiento, el de ser informante del ejército. Con la voz temblorosa en su momento, Julián Gallo afirmó que la columna urbana Antonio Nariño de las FARC lo asesinó, y que fue un error gravísimo. Un error que es imposible de reparar para la familia Bejarano, para el propio país.