Hubo una época, por allá a finales de la década del setenta, en la que las FARC fueron respetadas y temidas en el Magdalena Medio. Pero, como siempre sucede con un grupo armado ilegal que ocupa un territorio, empezaron a sobrepasarse, a extorsionar a todo el mundo, a secuestrar. Henry Pérez, bajito, fornido como un toro, de furiosos ojos verdes, se cansó de esto. La guerrilla les pidió plata a él y a unos ganaderos en Puerto Boyacá. Los ganaderos les pusieron cita, les abrieron las puertas de una finca y unas botellas. Les dieron de comer y cuando los guerrilleros pidieron la extorsión simplemente los mataron. Cuando otro comando de las FARC fue, a la semana, a preguntar por ellos también les dieron bala. Y no supieron parar.
Henry Pérez y Ramón Isaza pertenecieron a la primera generación de paras del Magdalena Medio. Se interesaron por hacer bases sociales a pesar de la crueldad con la que disputaron la guerra. Junto a Pablo Guarín, el político más representativo de Puerto Boyacá en los ochenta, crearon la Asociación Campesina de Ganaderos y Agricultores del Magdalena Medio con la que construyeron escuelas y hospitales e intentaron darle tierra al que no la tenía. Cuando gente como Gonzalo Rodríguez Gacha o Pablo Escobar compraron tierras en ese lugar de Colombia y quisieron levantar sus imperios allí, a Henry Pérez no le quedó de otra que aceptar colaborar con ellos. Y crecieron de la mano con el cartel de Medellín.
Sus ejércitos, cada vez más numerosos, fueron entrenados por dos mercenarios sin escrúpulos como el inglés David Tomkins y el israelí Yahir Klein. Pero las exigencias de Escobar, quien soñaba con convertir su hacienda Nápoles en una fortaleza inexpugnable para el ejército, como alguna vez fue Casa Verde para las FARC, lo fueron cansando. Aunque mucho después, abjuró de él y negó que quisiera desestabilizar a Colombia, hay que recordar que fue Henry Pérez quien armó todo el operativo que terminó con el asesinato de Luis Carlos Galán Sarmiento en un mitín político en Soacha. Incluso Escobar no habría estado tan de acuerdo con ese asesinato y ahí habría empezado la ruptura. En la única entrevista que dio en su vida, a la revista Semana, Pérez afirmó las siguientes razones para partir cobijas con Escobar: quería desestabilizar el gobierno y hacer un golpe de Estado. Desafiante dijo esto en 1990: “Todo el mundo le corre a Pablo Escobar y le tiene miedo. Yo no. Nos dijo que si no poníamos al servicio de él nuestra organización nos iba a acabar y no le comimos de nada”.
Entre 1990 y el 20 de julio de 1991 empezó una guerra entre dos asesinos encarnizados. Henry Pérez provocó masacres para minar la confianza de Escobar y el capo del Cartel de Medellín también usó su brutalidad para mermar la de él. Cuando Escobar empezó a secuestrar a ganaderos del Magdalena Medio se echó encima a Henry Pérez y a su organización. Pérez no estaba solo, contaba con el apoyo de los hermanos Castaño. Allí arranca un sisma que terminaría hundiendo a Escobar y empezaría con la creación de los Pepes. Henry Pérez quería revelar, antes de ser asesinado, cómo funcionaba ese aparataje de componentes del ejército con el cartel de Cali y mercenarios israelíes para acabar con Escobar. Pero lo mataron antes. Lo que alcanzó a revelar, en su momento, fue que buena parte del Estado colombiano, a punta de soborno, protegió a Pablo Escobar. Así lo reveló en la famosa entrevista a la revista Semana: “No hemos agarrado a Escobar por puros gajes del oficio. No solo depende de nosotros, sino del Estado y no toda la gente que trabaja para el Estado piensa de igual manera. Yo diría que a Pablo Escobar no se le ha podido capturar porque la mitad de quienes trabajan para el Estado lo protegen, mientras que la otra mitad lo persigue. Eso es una realidad”.
Henry Pérez llegó a manejar un ejército de 7.000 hombres. Su proyecto fue el piloto que tomaron los bárbaros para desatar el horror que vendría. De su modelo se copiaron las Autodefensas de Córdoba y Urabá y luego las tristemente célebres Autodefensas Unidas de Colombia. Sus inicios fueron en Puerto Boyacá como sicario. A comienzos de los años ochenta, Rodríguez Gacha financió su proyecto paramilitar y como tantos otros guerreros sanguinarios tomó el secuestro y posterior asesinato de su papá como las banderas de lucha. Cometió masacres tan aberrantes como la de 1989, cuando ordenó el asesinato de 19 comerciantes en Santander. En esta masacre contó con ayuda del ejército.
El 20 de julio de 1991, Puerto Boyacá, capital antisubversiva de Colombia, celebraba las fiestas patrias. Henry Pérez decidió relajarse. Salió a la plaza central del pueblo a ver la procesión. Por eso, no vio a cinco hombres armados con fusiles que empezaron a dispararle a todo lo que se movieran. Mataron a cinco niños, a tres nazarenos, a dos católicos y lo hirieron de muerte a él. Lo alcanzaron a llevar al hospital que la ACDEGAM había levantado, pero ya, en la decadencia de los paras del Magdalena Medio, no habían tenido los recursos para comprar las gasas, las medicinas que necesitaba el hospital y, tendido en una cama, Henry Pérez se desangró. Había perdido la batalla contra Pablo Escobar. Tenía 34 años. No alcanzó a ver que una de las guerras que le quitó tantos hijos a Colombia acababa de empezar, por culpa suya.



