ABELARDO EL DESTRIPADOR

Había descartado para esta nota el título de Abelardo el Destripador, porque eso significaría acusar sin pruebas al candidato a la presidencia por el Centro Democrático -el señor Abelardo de la Espriella- de estar o haber estado en el ejercicio velado de semejante monstruosidad. Sin embargo, por cuenta de su propia confesión, hoy sabemos que si no ha destripado personas sí ha destripado gaticos, lo cual es igual de bárbaro e inaceptable.

Cuando yo era niño y supe de la historia de Jack el Destripador, empecé a darme cuenta que no solo las personas de mi entorno inmediato, sino también las del resto del mundo, le señalaban como uno de los más temibles monstruos de la humanidad. Se trataba de un asesino en serie, cuyo target diabólico eran las prostitutas.En Londres, a finales del siglo XIX -en tiempos de Jack y mucho antes de la revolución rusa y de la consolidación de los partidos comunistas- las prostitutas 

londinenses ya eran de izquierda. En efecto, los sindicalistas y los trabajadores marginales -todos al servicio del industrialismo británico- se habían concientizado acerca de la posible recuperación de los derechos que el marxismo, ya en boga por entonces, les había hecho ver que tenían, gracias a la resonancia dada a las ideas de Marx por los escritos y las propagandas de anarquistas y reformistas.

En aquel contexto, de un despertar social, las respuestas de quienes tenían poder económico o creían tenerlo, temerosos ante la posibilidad de un cambio en el contrato social que les favorecía, empezaron a hostigar a los líderes y seguidores de aquellas tesis políticas revolucionarias. De tal suerte es muy posible, que Jack el Destripador (las recientes investigaciones indican que se trataba de un barbero de apellido Kominsky), más que tener un resentimiento contra las mujeres dedicadas a la prostitución, lo tenía contra las minorías, y contra quienes se resistieran a ser esclavizados; pero, con mayor saña y sentimientos de odio, contra la gente de izquierda. Si el señor barbero Kominsky -como señalan las nuevas conclusiones investigativas- hubiese sido del talante esquizofrénico de la extrema derecha londinense, de pronto habría visto en sus víctimas, la triple condición de inaceptables: ser mujeres, ser trabajadoras sexuales y tener ideas de izquierda.El perfil sicológico de aquel señor barbero, históricamente se ha determinado como el de un asesino en 

serie. Según la DRAE, un asesino en serie es “alguien que comete reiteradamente el mismo tipo de delito, siguiendo unas pautas de comportamientos similares”, como cuando agentes del estado colombiano asesinaron, uno tras otro, a más de cinco mil militantes de la UP, por promover ideas de izquierda.Por cuenta de su fría crueldad, las noticias sobre los asesinos en serie le erizan la piel a cualquiera, sobre todo a los jóvenes y a los niños. Pero, si observamos nuestra realidad social, 

encontraremos que los verdaderamente monstruosos son otros sujetos, a quienes la sociedad les ha dado un trato penal muy distinto.Aquí en Colombia, por ejemplo, Garavito que fue doscientas veces peor que Jack el Destripador, no mató más personas ni más cruelmente que los 

paramilitares, los guerrilleros y el Estado que por su cuenta, según un solo caso investigativo, dio muerte a más de 6,402 jóvenes por ser pobres, por no haber tenido ni siquiera dónde recoger café. Pero lo más grave, es que estos asesinos no rotulados como posesos -que arrojaron a miles de campesinos a los hornos crematorios, que a otros tantos los dieron de comida a sus caimanes, y a otros miles les degollaron delante de sus familiares- en verdad no actuaron poseídos por un padecimiento mental -que generalmente se manifiesta de modo individual- sino por la simple y llana decisión de estripar a quienes consideraban menos o distintos a su clase.Esos paramilitares y 

los guerrilleros descuadernados, no trabajaban movidos por su propio deseo esquizofrénico, sino respondiendo a unas directrices -ya sabemos que provenientes de empresarios, de industriales, de políticos y hasta de gobernantes- para que hicieran el trabajo sucio en una guerra que el Estado y el régimen -entonces por completo traquetos- veían cada vez más perdida. Esas directrices, cargadas de odio, dieron paso a organizaciones políticas -grupos y partidos- y se sumaron también a los liberales y a los conservadores organizados; siempre bajo los principios y la bandera de Abelardo y Jack: hay que esclavizar a los pobres y destripar a los opositores.

Por eso, pasar por alto que uno de los candidatos de la extrema derecha esté ufanándose de amenazar con destripar izquierdistas cuando él sea el jefe supremo de las fuerzas militares y de la policía, es bastante delicado. Y no entiendo porqué, si la apología al genocidio en Colombia es castigable, no se le ha requerido judicialmente a este señor, que sin duda cuenta con un relativo poder para cumplir sus amenazas. No puede desconocerse que cuando De la Espriella habla en calidad de candidato -si lo es de verdad-, lo hace a nombre de quienes le han hecho creer que es presidenciable, lo cual significa que prexisten influenciados -los adeptos que ya le creen- y que existen los influenciables -los afines que pueden creerle-.

Si yo fuera conservador, liberal o del centro democrático, o de cualquier otro partido de derecha, igual estaría escribiendo esta nota con las mismas palabras. Pero, como soy de izquierda, me gustaría reafirmar que lo soy desde cuando le tenía miedo a Jack, y lo seguiré siendo -sin despreocuparme de los destripadores-, mientras la izquierda tenga como principal norte la defensa de los pobres.

La gente buena y “la gente de bien” que también es buena, así porten credenciales de partidos de derecha, son sin duda personas de izquierda. Por tal razón, no es mentira decir que los colombianos buenos son muchos más. “Ser colombiano -dijo alguna vez Jorge Luis Borges- es un acto de fe”; pero, ser de izquierda -esto lo digo yo- es un acto de objetividad y sensatez, pues serlo implica no tener “ínfulas de poder” y no sufrir de aporofobia.