Primero fueron las advertencias. El alcalde Ramón Rodríguez Robayo usó todo lo que tuvo a su alcance para advertirle al país que, ante el inminente estallido del volcán Nevado del Ruiz, se tenían indicios de que no quedaría piedra sobre piedra en Armero. Era seguro que el río Lagunillas se desbordaría, lo que generaría una inundación de proporciones bíblicas. En el descuido estatal nadie le hizo caso a Ingeominas. Solo sucedió. Rodríguez Robayo terminó su vida con el teléfono agarrado en su mano, en la medianoche del 13 de noviembre de 1985, advirtiéndoles a los funcionarios del gobierno que, efectivamente, todos los temores se habían hecho realidad. Armero se estaba hundiendo en el lodo.
Cerca de veintidós mil personas murieron ese día. Una gran mancha de barro cubre lo que es Armero. Las ruinas están ahí y lo convirtieron en uno de los pueblos fantasmas más aterradores del país. Fue una de las tragedias más duras que ha tenido que soportar la humanidad como especie. Por eso, la ayuda que llegó del exterior fue abrumadora. Se hacían incluso programas en vivo en televisión, mostrando cómo se acumulaba en galpones, colchones, ropa, motobombas, hasta juguetes. La precariedad de cómo había quedado Armero quedaba explícita con el caso de la niña Omayra Sánchez, quien duró tres días agonizando ante los ojos del mundo entero. No la pudieron sacar de donde estaba, porque no tenían una motobomba para drenar el lugar.
En su momento, se hizo la denuncia del caso de corrupción que indignó a un continente. La ayuda que estaba destinada a los sobrevivientes de Armero nunca llegó. Este año se publicó un libro llamado Armero, 40 años, 40 historias. En él cuenta detalles del nivel de corrupción de lo que sucedió con Armero. Es que se llegaron a tener, en ayudas, cerca de cinco toneladas de ropa que nunca se entregó. En 1987, dos años después de la tragedia, esa ropa se estaba pudriendo en las bodegas de la Cruz Roja. Un comerciante que se especializaba en hacer colchones le llevó una propuesta a esta organización y fue cambiar ochocientos huevos por cada tonelada de ropa. Como se afirma en la revista Semana, nunca se pudo entender por qué razón se decidió hacer este cambio. La ropa, además, estaba en Soacha, Cundinamarca.
Mientras tanto, a los damnificados les daban prendas viejas. Hay que recordar que fue tan fuerte la presión que llevaban el agua y el lodo, que los damnificados se quedaron sin ropa en el momento de la tragedia. Los que tenemos más de cuarenta años recordamos cómo se mostraban en televisión las donaciones. Cientos de juguetes fueron regalados para los niños, al igual que se consiguieron ambulancias e insumos médicos con los que se pensaba hacer un hospital. Pero esto jamás fue entregado, porque les pedían a los damnificados un documento de identificación. Los que vivieron, quedaron completamente desnudos. Al no presentar la documentación, simplemente eran ignorados. No existía en ese momento, hace cuarenta años, un sistema sólido de registro de la población afectada. Por esto se creó, pero solo hasta el 2011, la Unidad Nacional para la Gestión de Riesgo, que se ha convertido además en un foco de corrupción.
Una de las cosas más dramáticas fue lo que sucedió con la reedificación de Armero y Guayabal. Apareció una corporación llamada Resurgir. Según una investigación del diario El País, esto sucedió con los recursos que iban a estar destinadas para levantar un nuevo pueblo: “Sobre las ayudas, el Fondo de Reconstrucción, Resurgir, fue creado el 24 de noviembre de 1985, y en su primer año administró recursos por 1924 millones de pesos. De ellos US$3,3 millones fueron donaciones extranjeras. Se calcula que se levantaron unas 5000 viviendas en Lérida y zonas aledañas, a cargo especialmente de ONG. Dicen que muchas no fueron habitadas por damnificados reales. La corporación Resurgir carnetizó a 32.000 damnificados y se calcula que Armero tenía 30.000 personas. Se dice que 40.000 personas se presentaron a reclamar ayudas. Las pérdidas materiales, de acuerdo con la ONU, sumaron US$212 millones”.
Hasta los niños que quedaron vivos fueron llevados en una acción infame, permitida por el ICBF de la época. Los sobrevivientes de Armero no solo tuvieron que superar las heridas que dejó el desastre, también tuvieron que soportar el maltrato por parte de un Estado corrupto. Este mal aún no ha desaparecido, el escándalo de la UNGRD en este gobierno así lo comprueba.