La participación política que tuvo la consulta interna del Pacto Histórico el pasado domingo 26 de octubre ya generó sus primeras reacciones. Entre ellas, las de varias precandidaturas presidenciales, que asumieron como un mensaje de “riesgo” la cantidad de votantes que acudieron a las urnas para elegir a su candidato al Frente Amplio y el orden de la lista a Senado y Cámara por parte del progresismo. Al mismo tiempo, generó varios mensajes llamando a la unidad del llamado “bloque antipetro”, un proyecto que el expresidente Álvaro Uribe y Germán Vargas Lleras han puesto a mover hace varios meses, con el que buscan competirle al bloque de izquierdas en mayo de 2026 tras una consulta interpartidista.
Para esta apuesta, Uribe Vélez ha puesto a circular el nombre de Juan Carlos Pinzón como precandidato, luego de la negativa de los precandidatos de su propio partido por incluirlo en la contienda del Centro Democrático —que eventualmente se resolverá entre noviembre de 2025 y enero de 2026—. Con el aval que recibió del partido Verde Oxígeno, Pinzón ya cuenta con un partido para moverse en campaña más allá de las redes sociales (en las que ha invertido a corte de octubre de 2025 más de $350 millones de pesos), pero con el peso de convertirse en el principal rostro del experimento que Uribe Vélez, Gaviria y Vargas Lleras están moviendo detrás de su bloque: un nuevo pacto de élites para evitar que la izquierda regrese al poder.
—Del “acto de contrición” de Pinzón a la búsqueda de una derecha más moderada
El pasado 28 de octubre de 2025, Juan Carlos Pinzón, exministro de Defensa durante el segundo gobierno de Juan Manuel Santos, presentó su precandidatura presidencial. Lo hizo luego de que el partido Verde Oxígeno, de Íngrid Betancourt, le diera el aval definitivo y le permitiera entrar en la contienda electoral. Se dice, en parte, que este acuerdo se logró con el impulso de algunas figuras empresariales, que firmaron una carta para que se lanzara a la presidencia, y con la bendición e incidencia del expresidente Álvaro Uribe Vélez, quien puso a correr su nombre aun cuando Miguel Uribe Turbay se hallaba convaleciente, buscándole su reemplazo, lo que generó varios choques internos entre Uribe Vélez y María Fernanda Cabal.
Esta cercanía de Pinzón con Uribe se remonta a poco tiempo después de la velación de Miguel Uribe, cuando el expresidente comenzó a considerarlo como una opción viable para asumir la quinta plaza en medio de las precandidaturas del Centro Democrático. Este acercamiento, impulsado por José Obdulio Gaviria, según lo informó La Silla Vacía, se ha venido dando con el paso de los años, luego de que Pinzón comenzara a cuestionar el Proceso de Paz de Juan Manuel Santos, al terminar su mandato, y de que comenzara a articular su trabajo de campaña cerca de algunos exfuncionarios del gobierno Uribe, como Santiago Montenegro, exdirector de planeación.
Pero hay que entender que la preferencia de Uribe Vélez hacia Pinzón como candidato no solo viene de la necesidad de articular su proyecto de “bloque antipetro”, sino de contención a los sectores de la derecha fuerte y la extrema derecha que amenazan con dispersar y concentrar a una buena parte de las bases uribistas que buscan un discurso mucho más radical, especialmente frente al crecimiento que ha tenido Abelardo de la Espriella, y, en su momento, la movilización que generó Vicky Dávila, ambos candidatos de derecha sin un origen político uribista.
Para ello, el expresidente baraja la posibilidad de un candidato como Pinzón, con quien considera que es posible tender puentes con otros sectores políticos al sostener un discurso con mayor moderación que el de De La Espriella o Dávila (aunque en su discurso de apertura de campaña Pinzón no tuvo mayor diferencia discursiva que los otros dos precandidatos). Ya lo ha logrado al poner a circular un candidato antes de la reunión con César Gaviria, igual que antes de que Germán Vargas Lleras lanzara una columna en el tiempo llamando a la unidad.
Además, Pinzón también fue candidato a la vicepresidencia de Germán Vargas Lleras en 2018, por lo que el puente entre ambas figuras termina de consolidarse en la cercanía con el uribismo y Cambio Radical.
Más que un giro ideológico hacia el centro, la apuesta parece ser una estrategia de concentración discursiva hacia ciertas posturas de centroderecha que preserven la unidad de este nuevo bloque sin perder conexión con el electorado conservador.
—Los puentes que las nuevas derechas no han logrado tender
Tal y como lo afirmábamos hace un año largo con nuestros especiales sobre la fragmentación de los partidos políticos en Colombia, tanto los sectores de centroderecha moderada como el mismo uribismo se encuentran ahora mismo en un período de transición política interna, abierto desde el plebiscito de 2016 y que, según como lo afirma la profesora Silvia Otero en este artículo, se corresponde con un desplazamiento entre la lógica de los partidos y las necesidades de los votantes, que se desplazaron del discurso del conflicto armado hacia marcos narrativos más abiertos, como la corrupción o la desigualdad social.
Esa transición se ha manifestado en la fragmentación interna del uribismo como proyecto político, y la emergencia de nuevos discursos de derecha importados desde el exterior, tanto del bukelismo, como del mileísmo y el trumpismo, que han entrado a discutir con las bases programáticas del expresidente Álvaro Uribe, aun a pesar de que existen grandes coincidencias entre estos proyectos y el mismo Uribe ha salido a respaldarlos de alguna u otra forma.
No obstante, la capacidad de Uribe por mantener enfilado a su propio partido y conservar la coherencia ideológica interna (que es una de las fortalezas que el Centro Democrático posee) se ha visto contestada en los últimos años, especialmente con los movimientos de María Fernanda Cabal por acercarse a posturas mucho más duras dentro de la propia derecha, pero también con el surgimiento de las candidaturas de Abelardo de la Espriella y Vicky Dávila, que están buscando capitalizar políticamente a muchos sectores dentro del uribismo, descontentos con la imposibilidad de que su partido asuma posturas mucho más contestatarias a las que ya poseen.
Sin embargo, a pesar de la popularidad de De la Espriella en algunas redes sociales, así como del movimiento inicial que generó Vicky Dávila en las mismas, hace varios meses, su retórica contestataria y sus posturas extremas en algunos temas los han llevado a chocar tanto entre ellos mismos, como con otras candidaturas mucho más moderadas en su mismo sector político. De hecho, hace no más de un mes, Dávila y De la Espriella se enzarzaron en una agria disputa, en la que la precandidata lo acusó de tener nexos con Álex Saab, mientras que De la Espriella decidió no profundizar en la disputa.
—El “bloque antipetro” como un pacto de élites
Como señalábamos en este análisis hace varios meses, la tendencia que muestra la coyuntura frente al panorama preelectoral es que están surgiendo dos grandes bloques que se disputarán los escenarios de poder y redefinirán la narrativa política nacional en los próximos años.
Por un lado, un bloque progresista que reafirmó electoralmente el pasado 26 de octubre que tiene capacidad de traducir en cierto sentido la movilización social y política en votos, y puede sostenerlos en el tiempo, y cuya narrativa de una transformación institucional profunda a través de una constituyente no ha generado una desmovilización de sus bases, y un bloque de nuevas derechas que sigue en una etapa emergente, pero que en este caso con el atentado a Miguel Uribe y el fallo absolutorio contra Álvaro Uribe por soborno y fraude procesal, ha retomado el impulso para seguir consolidando su nuevo mito político, en el que Uribe quiere cumplir un rol central, cerca del ocaso de su vida política.
Es importante entender que el acercamiento entre Álvaro Uribe, Germán Vargas Lleras y César Gaviria se da entre tres grandes electores, con capacidad para movilizar maquinarias clientelares a nivel regional y en el que Uribe cumple un rol de articulación logística e ideológica.
No obstante, también esta articulación responde a la conformación de un nuevo pacto consociacional entre élites políticas para resolver un problema que la acción colectiva ha puesto sobre la mesa, y es la posibilidad que estructuras sociales organizadas posterior a estallidos sociales y grandes procesos de movilización y protesta tengan posibilidad de llegar al poder.
Cuando nos referimos en este caso a “consociacional”, es a la posibilidad de que este pacto lleve a garantizar la gobernabilidad entre sectores políticos y permita compartir el poder de manera equitativa, llegando a un punto de coexistencia pacífica entre sectores que pueden tener diferencias a nivel político e ideológico.
Es decir, Álvaro Uribe, César Gaviria y Germán Vargas Lleras no han sostenido estos diálogos solo con la finalidad neta de “detener al proyecto Petro”, sino porque con este pacto buscan neutralizar la conflictividad política y social que ahora mismo es opción de poder y tiene la capacidad de generar una transformación institucional profunda (cuya deseabilidad está en debate ahora mismo) bajo la idea de un proceso nacional constituyente.
Entonces, si las elecciones de 2022 demostraron que las demandas y los procesos de movilización social tienen capacidad de traducirse en votos para opciones de poder viables que puedan canalizar ese descontento social, las elecciones que se vienen en 2026 no habría que leerlas como una respuesta inmediata a los problemas de gestión del gobierno de gustavo Petro, sino como la respuesta frente a las demandas que generaron los estallidos sociales de 2019 y 2026, junto con una propuesta de gestión de ese conflicto social.
Por ahora, ese pacto consociacional no tiene pretensión de generar arreglos institucionales profundos (como los del Frente Nacional en 1957) y busca manifestar más un arreglo informal entre las élites con miras a un acuerdo político y electoral, para evitar precisamente cambios institucionales profundos.
—A modo de cierre
La pregunta que queda en el aire es, siendo así, ¿por qué Uribe Vélez articula a esta nueva derecha de nuevo, a pesar del agotamiento de su programa político?
La respuesta es clara. Las nuevas derechas, apenas en esa fase emergente en la que se encuentran ahora mismo, no han tenido la capacidad de construir una narrativa autónoma y real que sustente su mito político, que también se encuentra en construcción.
Es decir, en muchos casos, como la campaña de Vicky Dávila o Abelardo de la Espriella, han importado discursos y narrativas externas (especialmente sobre temas de seguridad desde el bukelismo, junto al programa económico de Javier Milei) sin suficiente consciencia de si estas narrativas se ajustan a la realidad política del país.
La votación del 26 de octubre demostró, en cierta medida, que una buena parte del país sí identifica que el gobierno Petro está construyendo sus narrativas sobre estas realidades, por lo que gran parte de la agenda pública sigue estando en manos del progresismo. Sin esa lectura autónoma y autóctona de los problemas nacionales, es posible que estas nuevas derechas vuelvan a quedar subsumidas bajo la construcción narrativa de Uribe, quien busca orientarlas en este sentido. Parece que por ahora lo está logrando.



