Cuando Jaime Garzón fue asesinado por la extrema derecha en Colombia, era impensable que un outsider pudiera ser presidente. Los presidentes en ese momento habían sido o abogados, periodistas o poetas, algunos de ellos con tan malos versos como los de Guillermo Valencia. En la primera década de este siglo llegaron famosos narradores de fútbol como Edgar Perea, o actrices como Lucero Cortés al Congreso. Cuando se empezaron a transmitir en directo los debates del Senado, encontramos que ahí podíamos ver un nuevo tipo de reality, lo amargo es que el salario de ellos salía de nuestros bolsillos. Igual era divertido y dramático ver a tipos como Moreno de Caro hacer un performance en vivo y también fue emocionante cuando senadores como Gustavo Petro, sostenidos por los informes de fundaciones como Nuevo Arcoiris, destaparon el escándalo de la parapolítica. La corrupción se revelaba y era transmitida en directo para todo el país.
Siempre será positivo para la democracia que el tema de la política no esté enclaustrado en los salones de la academia. Con las redes sociales, cada individuo es un medio y los que no encuentran divertidos los videos de gatitos, se entregan con fervor a opinar sobre fútbol, política y Shakira. Cada vez son más comunes los videos virales de intensas discusiones que se forman en TransMilenio o en cualquier espacio público. Las notas que acompañan estos videos vienen siempre con un sesgo de preocupación sobre lo polarizado que está el país, desconociendo deliberadamente que desde finales de la década del cuarenta, liberales y conservadores se han dado machete sin tregua. No es momento, además, de moralizar las redes. Gracias a ellas, muchos psicópatas no agarran un arma y hacen justicia en la vida real. La brutalidad que se ve en post en X puede llegar a ser una manera de cambiar una acción violenta por una palabra.
En 2025 no hay nadie que se parezca a Garzón. El humor político cambió. A veces no es humor ni es político, solo propaganda. Ahora no hay un comediante haciendo monólogos políticos, tan solo nos fijamos en el servidor público y rajamos como caníbales. Diariamente se viralizan reels de presidentes y expresidentes diciendo barrabasadas, algunos sacados de contexto. El mundo vive en las redes. No importan los libros que usted haya leído, al final del día estará viendo un video de gaticos después de tomarse dos seconales.
Sé que es inútil el “Qué hubiera pasado si…” pero cuando una muerte es tan dramática, cuando se arranca una vida tan joven, es imposible no hacerlo. Si bien a Garzón lo asesinan por instigación de José Miguel Narváez, un profesor que daba a los paramilitares una cátedra sobre por qué era necesario matar comunistas y que fue designado como director de inteligencia del DAS durante el primer año de gobierno de Uribe, y es una figura de la que la izquierda se ha apropiado, la gente que lo conoció sabe que Garzón no era tan fácil de clasificar.
Le gustaba estar cerca de personas poderosas, y esto no es una crítica, es una virtud que debe tener un periodista. La política y el periodismo se han constituido en las dos formas en las que se asciende socialmente en Colombia. Bueno, ahora ser influencer también ayuda. Garzón manejaba datos en sus seudonoticieros, datos reales para hacer aún más doloroso su humor. Así fue en Zoociedad y en QAP. Por eso, entraba sin tocar la puerta al despacho de César Gaviria, quien hace cuarenta años tenía sentido del humor y le gustaban los Beatles. Llegó incluso a tejer una relación más allá de lo cordial con Myles Frechette, el polémico embajador norteamericano, en los años en los que Samper tuvo que afrontar el escándalo del Proceso 8000.
Garzón murió a los 39 años, estuvo con nosotros muy poco tiempo -sus programas empezaron en 1990-, y la idea que tenemos de Jaime es la idea que nos hemos hecho de alguien que no está acá hace casi tres décadas. La verdad la tienen Antonio Morales, que lo conoció tanto; Karl Troller, el mismo Gaviria. Le gustaban los restaurantes caros y salir con actrices, era una persona joven y exitosa que además ni era sacerdote ni líder político. No le gustaban los dogmas, y creo que hubiera entendido las redes con más eficacia que cualquier sesentón contemporáneo.
El pasado domingo, mucho analista de izquierda se echaba cruces por las votaciones que tuvieron Wally y Lalis en la consulta. Se pierde tanto el contacto con los jóvenes por estar ocupados lanzando larguísimos y profundos hilos en X, que ya no se sabe cómo son, solo que son jóvenes, que casi no importan. Pero los jóvenes hablaron y votaron, y dijeron que se cansaron de políticos muy valiosos, intachables, eficaces como el valiente Alirio Uribe, pero hasta un sabio está propenso a perder sintonía.
Lástima que nos perdimos a Jaime Garzón en esta época. Igual, pareciera que estuviera vivo. En mi algoritmo todo el tiempo me aparecen videos de Jaime. A veces da miedo, porque el tipo habla en los noventa como si estuviera viendo lo que pasa hoy. Algunos personajes incluso se repiten y están en las mismas. Jaime fue el primer influencer y la fuerza de las redes lo arrastraría, sin duda, a la política. Es difícil pensar que pudiera ser domesticado por Petro, lo que es seguro es que sería Antiuribista. Igual lo era, antes de que el término se acuñara. En cierta forma, ya era antiuribista cuando lo mataron en 1999. Igual, un muchacho como Wally tuvo como primera influencia a Garzón. Abracemos a Mercedes Sosa. Todo cambia.



