Víctor Carranza, el esmeraldero al que le tenían miedo hasta los narcos más duros de Colombia

foto tomada de: Semana

En 2013, Víctor Carranza se murió de viejo. Tenía 78 años. En la fundación Santa Fe le atendieron hasta el último momento un cáncer de próstata y de pulmón. Fue una muerte relativamente tranquila, sobre todo teniendo en cuenta que las últimas tres décadas que vivió, lo hizo llevando a cabo procesos judiciales extensos y complicados.

En los años noventa fue acusado varias veces de conformar grupos paramilitares. Uno de ellos se llamaba incluso “Los Carranceros”, como su apellido. Narcos que terminaron metidos en la vorágine del paramilitarismo, como Miguel Arroyave, amo y señor de los Llanos, le tenían miedo.

Hay varias versiones de que fue Carranza uno de los financiadores del desembarco en Mapiripán, un hecho que significó una de las masacres más atroces y el arribo de los paras a una tierra que había sido siempre de las FARC. Pero la justicia solo pudo ponerlo preso una vez, en 1998.

El fiscal era un tipo firme, derecho, Alfonso Gómez Méndez. Logró tenerlo preso durante tres años con una acusación por delitos muy graves, secuestro, asesinato y conformación de grupos paramilitares. En la cárcel estuvo bien y comía mejor que los mafiosos presos de la película de Martin Scorcese, Goodfellas. En 2001 salió y siguió siendo el Patrón. En un país patriarcal recibir este apodo es como ganarse una medalla, como izar bandera. Patrón fue Fidel Castaño, creador de los paras, Patrón fue Pablo Escobar. Ambos fueron amigos, después enemigos y tuvieron otra cosa en común: fueron asesinados por una serie de traiciones. A Carranza nadie le tocó un pelo.

Hasta en la cárcel tenía aliados. Aliados tan bravos como los perros que trajeron a América los españoles. Uno de ellos era Ángel Gaitán Mahecha, dueño y señor de las cárceles bogotanas, quien, desde La Modelo, ordenó una de las masacres más cruentas que recuerde penal alguno en Latinoamérica. Carranza intentó mantener siempre su bajo perfil, ser un campesino nacido en Guateque, Boyacá, del que no se conoce exactamente su fecha de nacimiento. Aunque los medios afirman que tenía 78 años cuando murió, sus amigos más entrañables le quitan la edad y afirma que apenas tenía 70 años en el momento de su deceso.

En Muzo se hizo rey. Muzo es una palabra chibcha que empezó a taladrarles como un gusano a los ambiciosos conquistadores españoles. Una de las primeras referencias sobre Muzo se la debemos a un pirata. Entre 1578 y 1580, el corsario Francis Drake decidió darle la vuelta al mundo. Llegar al Pacífico bajando hasta cabo de Hornos, asaltar las playas chilenas y peruanas, y subir hasta Canadá para luego salir por el Atlántico. Cuando llegó a Londres, la reina le tenía un regalo: sería nombrado caballero. En retribución, él le llevó un collar con esmeraldas de Muzo. La reina no había visto jamás un verde más intenso. Cuentan que, el resto de vida que le quedó se lo pasó contemplando la joya, como el Golum con su anillo. Carranza tenía la cualidad más preciada para un buscador de tesoros, la suerte. Desde que tenía ocho años se iba a los ríos de Boyacá a buscar piedras preciosas y las encontraba. Así montó su imperio.

Eso al menos dice la leyenda dulce. La oscura, en boca de Ernesto Báez, es aterradora. En un testimonio que el ideólogo supremo de las AUC dio para el portal Verdad Abierta: “Me sorprende que a Don Víctor le digan que él es el zar de las esmeraldas cuando también es el zar de los paramilitares” Una versión que fue corroborada por otros jefes duros del paramilitarismo, como Salvatore Mancuso.

En los años ochenta hubo una guerra que no tuvo mucha difusión en televisión, pero cuyo nombre pesaba: se llamaba Guerra Verde. El experimentado periodista Petrit Baquero la documentó en uno de los pocos libros que tiene la pequeña bibliografía que hay sobre la guerra esmeraldera en el país.

Durante esa década hubo una bonanza de esmeraldas. Llegaba plata a montones, y en vez de buscar un medio para poder repartirla con equidad, estos tipos decidieron liarse a tiros. Hubo tres mil muertos. En 1990, lograron la paz.

Nunca hubo cómo comprobarle nada. Hubo gente que literalmente puso las manos en el fuego por él. Uno de ellos fue Carlos Raúl Jarro, quien a principios de los noventa era el obispo de Chiquinquirá, además, fue el que le dio la extremaunción. Murió como un buen católico. Los narcos intentaron matarlo varias veces, la más sonada fue en 2010 cuando le dispararon un roquetazo y se salvó de milagro.

En Colombia, sobre todo en la zona de Muzo, por algún tipo de coincidencia geológica es uno de los dos lugares del mundo donde se dan las esmeraldas. Lo impresionante es que la Guerra Verde continúa. Ahora el Clan del golfo busca meterse y controlarlas. Sus lugartenientes, como Pedro Orejas, han sido detenidos o asesinados. Y aun así, uno encuentra páginas en internet en donde lo tratan como a un ídolo, como a un precursor, un ejemplo a seguir, y se encuentran páginas como estas: “En la actualidad, las esmeraldas de Muzo son muy valoradas por su color intenso y su transparencia. Las esmeraldas de Carranza siguen siendo muy buscadas por los coleccionistas y joyeros de todo el mundo. Su trabajo en la industria de las esmeraldas ha dejado un impacto duradero en la economía de la región de Muzo y ha contribuido significativamente al patrimonio cultural de Colombia. La historia de Carranza y sus esmeraldas sigue siendo un testimonio de la riqueza natural y la belleza de esta parte del mundo”.

Se necesita saber la verdad sobre Carranza. Sus víctimas lo necesitan. El problema es que, aunque murió hace 12 años, su fantasma sigue deambulando ahí, como una canción de Mano Negra llamada Señor Matanza. El mito sigue más vivo que nunca y a veces cobra vida y resuelve entuertos, dicen que a punta de bala.