
Durante la campaña a la presidencia del 2016 Donald Trump publicó en sus redes una nota de él en Ohio, en pleno invierno. Se veía con gorro de lana, guantes de piel, bufanda y completamente aterido de frío. En la foto aparece este comentario hecho por él mismo “Me muero de frío, necesitamos más calentamiento global”. Con ese cinismo el presidente norteamericano ha manejado el primer trimestre de su segundo mandato. Sin cortapisas tomó una medida que podría terminar siendo devastadora para el mundo: el 20 de enero, recién se posesionó en la Casa Blanca, empezó con su tarea de desmantelar la política ambiental, climática y energética que caracterizó a la era Biden. Su interés por sacar a Estados Unidos del Acuerdo de París no tiene reversa, así como el de no dar el paso que necesita la humanidad hacia la Transición Energética: sigue siendo una obsesión suya seguir taladrando a la tierra buscando combustibles.
En Colombia hace unas semanas constatamos que será inevitable el cierre de la que fue en su momento la mina a cielo abierto más grande del mundo, El Cerrejón. Esto ocurrió más por las políticas mundiales que por un agotamiento del combustible fósil o alguna posición de nuestro gobierno.
La energía nuclear y el gas natural hace rato sustituyeron al carbón como principal fuente de energía. Revivirlo será difícil, ya hay unas leyes claramente establecidas. Pero Trump cree tener el suficiente fervor popular para lograrlo, ejercer presión y seguir con su particular desmantelamiento de lo que era hasta ahora el Estado nortamericano. Por ahora le quitó a las plantas de carbón la obligación de no contaminar con mercurio u otros contaminantes.