Colombia no merecía ser descertificada. El país de la región que más esfuerzos ha hecho y más muertos ha puesto en esa guerra ha sido el nuestro. Llevamos cuatro generaciones de narcotraficantes, cada una con sus características, derrotados. El mercado, no obstante, sobrevive, como ocurre siempre que hay demanda. Al final, las guerras que la humanidad ha emprendido contra los mercados han terminado en regulación, en el mejor de los casos, pero siempre han implicado una combinación de esfuerzos entre controles a la oferta y también a la demanda. Con el opio y con el alcohol, por poner sólo dos ejemplos.
Gobierno a gobierno si ha existido una política de Estado en la que el país haya hecho la tarea es en echarse al hombro la responsabilidad del mercado global de cocaína, particularmente en la producción. Incluso en este gobierno los datos son contundentes. Sólo el 10% del presupuesto que el país invierte en la guerra contra las drogas proviene hoy de la cooperación de los Estados Unidos. El 90% lo pagamos de nuestros impuestos y bolsillos los ciudadanos colombianos. Colombia es el país que más hace y también el que más pierde.
El asunto es que la guerra contra las drogas que propone el gobierno de Donald Trump no tiene nada que ver con los resultados reales de los países que intentamos infructuosamente controlar la oferta y pagamos un altísimo precio por ello. Desde el 2019 no hemos bajado de 80.000 personas capturadas por asuntos relacionados con el narcotráfico. El año reciente en que más capturas ocurrieron también se registraron los mayores incrementos en el número de cultivos. Fue entre el 2019 y el 2020, a la par con la reconfiguración de un mercado que había perdido a uno de sus reguladores, las FARC. Con un esfuerzo gigante, 5.940 laboratorios destruidos en las 2024 y 81.000 personas capturadas, y 6.300 toneladas de cocaína incautadas, el mercado continúa en niveles sumamente altos con una demanda que baja poco y que en el caso de la cocaína afecta a aproximadamente el 2% de la población norteamericana.
Gráfico. 1. Hectáreas erradicadas vs área total cultivada. Fuente UNDOC y proyecciones de hectáreas cultivadas y Ministerio de Defensa.
La guerra contra las drogas es tal vez uno de los fracasos más costosos de la humanidad. Durante estos tiempos han existido picos de producción y consumo de cocaína al mismo tiempo que se han registrado la mayor cantidad de hectáreas producidas. Sin embargo, anoche el gobierno de Donald Trump aseguró que Colombia no cumplió con las metas de erradicación de hectáreas y que la producción de cocaína está disparada. Ambas cosas son ciertas – el gobierno no cumplió con sus propias metas y la producción de cocaína es dramática – pero de otro lado también es verdad que la demanda está más globalizada – no toda la cocaína que se produce se va a Estados Unidos – y que también se han incautado cifras récord del producto terminado, que las capturas y las extradiciones se mantienen igual y más altas incluso que en otros gobiernos.
Pero aquí hay un elefante en la sala. Si en el 2023 se erradicaron 91.000 hectáreas y llegamos a tener 238.000 la verdad es que la erradicación sea manual, de aspersión aérea o voluntaria es una estrategia fallida. Nada hay más flexible y adaptativo que el mercado y probablemente si hay un cambio abrupto de gobierno y se vuelve a la aspersión aérea habrá una reducción muy temporal de las hectáreas, pero se volverá a niveles similares. Colombia tiene ventaja comparativa, nueve fronteras marítimas, grupos armados que impuesta y controlan producción de hoja y coca, una geografía privilegiada para la siembra y también cinco puertos, sin contar los terrestres.
Por el contrario, Perú con una política completamente desestructurada, una crisis sin precedentes, el crimen organizado al alza rompió cifras de homicidio y extorsión en el 2024 según cifras del tablero interactivo del Ministerio del Interior[2] y hay evidencia sólida que relaciona este incremento con el mega puerto de Chancay inaugurado en el 2024 y que se perfila ya como uno de los principales lugares de salida de cocaína y también de entrada y salida de contrabando. La extorsión en combinación con las altas rentas del narcotráfico en este estadio de la cadena de valor de la cocaína ya ha mostrado sus consecuencias: control de cárceles, vinculación y cooptación de la política, altísima corrupción. Perú no está descertificado hoy, y la realidad es que tampoco debería estarlo. Supone uno que también hace sus esfuerzos en la proporción que puede.
Como se muestra en los gráficos a continuación, las capturas en los últimos dos gobiernos se han mantenido en niveles estables y así mismo el número de laboratorios destruidos. Si se mira hacia atrás es la misma tendencia. Un esfuerzo costoso y sostenido a través del cual el mercado de la cocaína ha mutado sustancialmente y se ha adaptado, cada vez con mayor velocidad. Las barras apiladas muestran que el grueso del gasto es nacional. Colombia aporta alrededor del 70–75% del total cada año. La cuota de EE. UU. cae ligeramente: pasa de 27.5% del total en 2019 a 24.7% en 2024 (418→394 M USD, –5.7%). Para el 2025 se ha anunciado una reducción mucho más dramática en la ayuda que implica que el 90% de ese esfuerzo será puesto por Colombia, para obtener resultados poco efectivos para el país.
Nada de lo que hagamos bajará sustancialmente la oferta disponible de cocaína ni reducirá la rentabilidad del negocio. Realmente lo que Colombia ha hecho estos años es apalancarse en la cooperación norteamericana para poder resolver problemas internos sí estructurales como la permanencia de estructuras ilícitas intentando sustituir al Estado (modelo que está siendo copiado con éxito en otros países) y mantener buenas relaciones con el mayor y más importante socio comercial del país a cambio de mostrar eficacia táctica ante la política doméstica norteamericana. Hasta la llegada de Donald Trump.
Gráfico. 2. Costos humanos y operativos vs área cultivada de coca 2019-2024. Fuente: Ministerio de Defensa Nacional y Censo UNODC 2024.
Gráfico. 3. Inversión en la lucha antidrogas vs incautaciones de cocaína. Fuente Ministerio de Justicia, Ministerio d. U.S. Department of State & USAID – Congressional Budget Justification (CBJ) – Foreign Operations, por año fiscal.
¿Qué es verdad y qué es mentira respecto al la descertificación?
En síntesis, la descertificación es un hecho político de Donald Trump hacia la política doméstica norteamericana. Es cierto que las drogas son un problema de salud pública y que la presión de los votantes demanda resultados rápidos que ojalá tengan como destinatario un enemigo interno. La cocaína no es realmente un problema dramático por sí misma. Los últimos datos disponibles[3] muestran que el porcentaje de población que usa cocaína ha disminuido. Paradójicamente las muertes por sobredosis han aumentado, pero siempre en combinación con otras drogas. Es decir, no es un problema de oferta sino de cambios en el comportamiento del consumidor de drogas y de la oferta “in situ” que no tiene nada que ver con Colombia, sino que añade fentanilo a la cocaína para generar adictos involuntarios.
Año | % población con consumo de cocaína (últ. año) | Muertes por sobredosis de cocaína | % población con consumo de fentanilo (últ. año) | Muertes por sobredosis de fentanilo |
2006 | 2,5 % (nivel alto) | 7.448 | N/D (no medido; uso muy raro) | Muy bajo (cifra marginal1) |
2010 | 1,7 % (descenso) | 4.183 | N/D | Muy bajo (cifra marginal1) |
2015 | 1,8 % (repunte) 2 | 6.784 | N/D | 9.000 (est.) 1,3 |
2019 | 2,0 % (estable↑) | 15.883 | N/D (no medido directamente) | 36.359 |
2022 | 1,8 % [1] | 27.569 | 0,4 % | 73.838 |
2023 | 1,8 % (estimado) | 29.449 | 0,3 % (estimado) | 72.776 |
Lo que ocurrió en los Estados Unidos que tiene al país hoy en una cacería de brujas es un efecto post pandemia. Como se muestra en la tabla, del 2019 al 2022 prácticamente se duplicaron las muertes por sobredosis de Fentanilo. Las razones son variadas.
Desde 2015, el salto de muertes por sobredosis y del uso de fentanilo obedece a un cambio “tecnológico” del mercado ilícito combinado con la potencia extrema de la sustancia. El fentanilo —decenas de veces más fuerte que la morfina— requiere cantidades ínfimas para producir miles de dosis, lo que abarata la logística, facilita el contrabando y multiplica el riesgo de sobredosis por errores mínimos de dosificación. Bajo la llamada “ley de hierro de la prohibición”, la presión represiva empuja a los traficantes hacia presentaciones más potentes y concentradas, de ahí el reemplazo de la heroína por fentanilo y sus análogos. A la vez, el mercado se masificó con píldoras falsificadas (las “M30” y otras) que simulan fármacos recetados: en 2023 se decomisaron más de 115 millones de pastillas con fentanilo, 2.300 veces más que en 2017, y casi la mitad de los decomisos fueron ya en forma de píldora. El abastecimiento también se reconfiguró: tras controles más estrictos en China, el Cártel de Sinaloa y el CJNG pasaron a producir fentanilo en México con precursores importados y prensas para tabletas, asegurando un flujo constante hacia EE. UU[4]
Pero el caldo de cultivo es social y sanitario: la mortalidad por sobredosis se concentra en contextos de pobreza, desempleo, falta de seguro y trayectorias de encarcelamiento, y ha crecido con fuerza en comunidades negras e hispanas desde 2019. A ello se suman trastornos mentales y traumas no atendidos —factores que aumentan el riesgo de consumo problemático y de sobredosis—, y una respuesta sanitaria históricamente insuficiente (brechas de acceso a buprenorfina/metadona, reducción de daños desigual), agravada durante la pandemia en la que la ausencia de sistema sanitario llevó a la gente a autoprescribirse opioides de forma masiva. De hecho, recientes investigaciones muestran que no es la lucha contra las drogas sino los esfuerzos estatales por prevención y control de daños los que ayudan a disminuir la epidemia. Pero el votante Trumpista no quiere prevención, sino guerra.
¿Es decir que la culpa de que nos descertifiquen no es de Petro?
Sí y no. El gobierno de Petro no ha tenido un buen desempeño en una política contra las drogas, de forma integral. La sustitución, entre otras políticas asociadas ha sido fracasada y desordenada. Pero en materia de certificación o no, pesaba mucho más la relación política del presidente con el gobierno Trump, las dificultades de acompasar una diplomacia efectiva con las derivas en X del presidente de la república y la relación con Venezuela. Para el gobierno de los Estados Unidos hoy Colombia es el último aliado de la región para el cual la relación con el país norteamericano es más importante que para nadie, dado que es nuestro mayor socio comercial. En el resto de Suramérica, es China. Pero adicional a eso, Donald Trump necesita un enemigo político claro y en eso el hecho del viraje político de Colombia a la izquierda requiere que muestre fuerza – que fue lo que hizo – contra el presidente Petro.
Estados Unidos está interpretando hoy el terrorismo de una forma amplia y políticamente enfocada no sólo en las amenazas reales a la seguridad de los norteamericanos, sino a las necesidades políticas individuales y domésticas de Donald Trump, lo que equivale a decir que está utilizando recursos del erario público norteamericano para sus muy puntuales intereses, pero esencialmente para lo que el considera que será una estrategia exitosa en la recuperación de la influencia norteamericana sobre el sur del continente, cuya pérdida atribuye a los gobiernos demócratas que lo precedieron. De esta forma, la crisis del fentanilo a su juicio es un ataque externo equivalente a un ataque terrorista, que tiene aristas domésticas y ligadas a la migración – contra la que ha declarado una guerra sin cuartel – y el crimen organizado o delincuencial que además le ha permitido imponerse sobre los Estados Demócratas utilizando la guardia nacional contra sus ciudadanos que protestan.
En esto, aunque Colombia hubiera hecho al pie de la letra la tarea de la erradicación, mientras Gustavo Petro fuera presidente, nos hubieran descertificado. Fue una descertificación política, amparada en el ambiente de zozobra que se vive en los Estados Unidos.
Lo que viene es una nueva guerra contra el terror
La nueva guerra contra el terror que viene es una guerra más política que realmente contra amenazas criminales. En primer lugar, como lo muestra Lucía Dahmert en su reciente libro sobre corrupción y crimen organizado en América Latina, la diversificación del crimen organizado va mucho más allá del narcotráfico, y el narcotráfico mismo ya es una cadena de valor mucho más global y compleja. Para poner un ejemplo, gran parte del crimen organizado en lugares de no producción de droga (casi toda Suramérica) se lucra del contrabando de bienes de consumo como cigarrillos, ropa o alcohol. Los puertos son uno de esos lugares.
Como ya lo he señalado en otras columnas, se creó también una amenaza real en la extorsión generalizada que tiene más que ver con la precariedad institucional y la ausencia de efectividad en el control de cárceles y delincuencia organizada que en la presencia de cárteles de drogas, que están localizados principalmente en México y Centro América y que no necesariamente han implicado descertificación, pese a que el peso es mucho mayor. Por ejemplo, en El Salvador se llevó a cabo un pacto corrupto entre Bukele y la Mara Salvatrucha 13 que se dedica al tráfico de drogas, pero El Salvador no fue descertificado. El New York times en investigaciones recientes ha mostrado que hay evidencia de que El Salvador se niega a entregar a miembros de esta organización del Crimen Organizado, tal vez más poderosa que muchas y con acceso directo al poder político[5].
La guerra se centrará exclusivamente en los países que no sean políticamente afines a Donald Trump y será una combinación de intervención política y presión. No obstante, no es fácil ni los Estados Unidos de hoy son los mismos de los años setenta u ochenta. El país está al borde de un “shutdown” que es básicamente cuando el gobierno cierra temporalmente operaciones porque el Congreso no aprueba el presupuesto. Los debates al interior de los republicanos son inmensos y ante una eventual nueva crisis de inflación por el desastre de los aranceles muchos congresistas tendrán que pensar cómo justificar un gran incremento en el gasto militar versus el recorte absoluto de la atención médica y social. Ante eso es relativamente fácil intuir por qué a Trump le conviene esta declaratoria de guerra con un enemigo tan difuso. Siempre un enemigo externo logra tapar los malos resultados domésticos. Si no, que lo diga Nicolás Maduro.
[1] https://www.gob.pe/33281-observatorio-nacional-de-seguridad-ciudadana-mapa-del-delito-georreferenciado
[2]Pueden ser consultados enCocaine Addiction Statistics in the United States – Better Life Recovery
[3] Es importante considerar que la fuente manifiesta que en este año se realizó un nuevo método de conteo.
[4] DEA+3Yale Medicine+3Cato Institute+3
[5] Trump Vowed to Dismantle MS-13. His Deal With Bukele Threatens That Effort. – The New York Times